El arte de apreciar el silencio
Por Leticia Trejo, Salud y Bienestar
La pandemia manifestó problemáticas que ya existían, pero no nos dábamos cuenta de ellas; desde enfermedades crónico-degenerativas que ya tenían algunas personas hasta dinámicas familiares disfuncionales que al estar antes fuera de casa no se habían revelado, pero hubo otro gran problema del que no nos habíamos percatado: no sabemos convivir con el silencio, ni siquiera sabemos qué es estar en silencio. Cuántas veces hemos juzgado a una persona que busca estar solo: ¿Qué le pasa?, decimos asombrados, debe estar triste, o quizás está enojado, ¿será que tiene depresión y por eso no habla? Claro que todos los anteriores son motivos probables, pero no nos parece normal que alguien quiera cerrar los ojos y permanecer en silencio.
El bienestar también se basa en los momentos en que dejamos descansar a los sentidos, momentos en que intentamos estar solos con nuestros pensamientos ya que eso nos ayuda a reconocerlos, a identificar las actividades de nuestra propia mente, es como un paso contemplativo que ayuda a que posteriormente podamos meditar. Lao Tse tiene una frase excelente para describir la apreciación del silencio:
“Cuando aprendas a escuchar el silencio, habrás aprendido el idioma del alma”.
Es en el alma en donde podemos encontrar un refugio seguro, es ese lugar tranquilo en donde podemos detenernos a reposar, a retomar fuerzas para continuar con los desafíos cotidianos de la vida, no quiere decir que vamos a estar eternamente serenos, pero sí significa que hacemos una pausa que tiene muchos beneficios a nivel fisiológico. De hecho, aprender a estar en silencio significa que hemos logrado disminuir la intensa actividad de la mente para pensar con claridad y tomar decisiones más acertadas.
Según la ciencia, las actividades mentales se miden en ondas eléctricas llamadas Hertz (Hz). El estado de mayor actividad se llama Beta y genera entre 14 a 30 Hz de actividad, sus síntomas son boca seca, sudoración excesiva, aumento de la frecuencia cardiaca, respiración agitada, falta de concentración y generación de una mayor cantidad de desechos celulares en el organismo. Le siguen las ondas Alpha (de entre ocho a 13 Hz) en donde los síntomas son salivación normal, transpiración natural, frecuencia cardiaca normal, y mayor enfoque en la mente. Después siguen las ondas Theta con una actividad de entre cuatro a ocho Hz en donde la temperatura corporal se vuelve fresca, la frecuencia cardiaca es estable, la inhalación se hace larga y profunda igual que la exhalación, el organismo puede iniciar libremente la función de eliminación de los desechos, el sueño es tranquilo y reparador y la mente está enfocada y serena. Por último, se encuentra el estado Delta (entre cero a cuatro Hz) que es el estado en donde realmente puede ocurrir la relajación total y el organismo activa funciones sumamente importantes para su completa recuperación.
Querido lector, lo descrito en el párrafo anterior es lo que se logra cuando aprendemos a convivir con el arte del silencio, el mayor beneficiado eres tú, y ahora, con tantos adelantos de la ciencia y las múltiples herramientas que nos brindan las disciplinas ancestrales todos, de verdad, todos podemos lograr esas pausas de silencio, reflexión y auto-observación que nos piden a gritos nuestros órganos, nuestro sobrecargado sistema nervioso y nuestro corazón. Vale la pena intentarlo.
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