Seiscientas rosas para la Virgen
Rosas, blancas, lilas; las seiscientas rosas enmarcan a la imagen.
FOTO9. Las niñas y niños se congregan cada quien con su catequista FOTO Maria del Refugio Reynozo Medina
María del Refugio Reynozo Medina
El incesante estallido de cohetes del otro lado de la laguna y detrás de los cerros, han acompañado la noche cercana al invierno.
Dice Marco Antonio Solís en el Himno a la humildad, que hoy es día de fiesta hasta en el más pequeño rincón; San Cristóbal es un lugar del municipio de Jocotepec y en este pequeño rincón, la gente se da cita en torno a la imagen de la Virgen de Guadalupe.
“La casita”, como algunos pobladores se refieren a este sitio, es una caseta hecha de ladrillo de unos 5×3 metros, ubicada en el crucero a la entrada de la población; que originalmente se construyó para que las personas se pudieran resguardar mientras esperaban el transporte. Entonces no había alumbrado público. Ahora, la gasolinera estrenada el año pasado, ilumina junto con los puestos de vendimias de artesanías, frutas y de bebidas embriagantes.
Son pasadas las cinco de la mañana, está por llegar el mariachi, mientras; los himnos y cantos a la Virgen de Guadalupe salen de unas bocinas. Unas 150 personas están congregadas frente a la “casita de la Virgen”. Acomodadas en filas de sillas, con abrigos, rebozos y mantas gruesas sobre las piernas; las personas observan la imagen, se escucha de nuevo la voz del Buki.
-“…hoy se muere el rencor y florece el perdón…eres la tierra donde la fe sembramos…”-
A la gente aquí, la hermana el frío, la canela caliente que beben de los vasos y el pan dulce. Están unidos por la fe y el fervor a la Guadalupana; por eso mandaron traer al mariachi, para entonar por tres horas los cantos de amor.
El sitio está cubierto de multicolores luces navideñas que bordan la oscuridad como de brillantes caramelos. En el techo, los adornos de guirnaldas de flores de plástico tricolores, cuelgan del centro hacia los extremos. El lugar ahora es una capilla ardiente de súplicas y veladoras.
“Las flores sobre los altares son vuestros pensamientos perfumados y coloreados”, escribió un día el señor Cura José Rubén López Barajas. Un solo hombre el día de hoy mandó traer 600 rosas de Concepción de Buenos Aires. Blancas, rosas, rojas lilas, tiñen el marco de la Virgen morena.
Afuera una vaporera grande hierve sobre la leña; en unas mesas reposan cuatro termos de los que sirven la canela con rompope. Son 400 litros de bebida y 400 panes para acompañar la jornada.
Un hombre está tumbado en una de las sillas, tal vez es de los que se trasnocharon, un grupo de los organizadores pasaron la noche en vela para recibir los primeros minutos del día y para cuidar la fogata de la canela y la olla de menudo, que hirvió lento durante toda la noche.
La llegada del mariachi revive los ánimos y los fieles entonan “La Guadalupana”.
-El aplauso es del artista- dice una mujer y bebe de su vaso.
Los que van en los vehículos que pasan por la carretera se inclinan, se persignan, disminuyen su velocidad y graban o toman fotos desde los celulares. El autobús de la línea Sur de Jalisco se detiene, bajan pasajeros y el chofer se santigua.
José Luis Villa Jiménez es el organizador; él junto con Gonzalo Garita, conversaban hace más de veinte años de cómo era posible que “la Virgen tuviera tantas luces en otro lado y en San Cristóbal, solo hubiera oscuridad”.
Ricardo Amezcua fue su primer colaborador, remozaron el sitio y lo pintaron.
Ahora, más ayudantes se han unido; como el maestro Javier Osorio Rito, que tiene a su cargo un día del novenario; Eduardo Ortega Escoto que regala las flores y la gente que aporta con dinero de acuerdo a las posibilidades. Los gastos de este día son en promedio de 30 mil pesos.
Apoyado también por su familia, José Luis Villa está al pendiente de que no se termine la canela de los termos, de que los asistentes tengan un lugar en las sillas y que haya pan para todos.
-Somos pobres, pero bendecidos por ella-
Me dice refiriéndose a la Virgen de Guadalupe.
Se siente agradecido por la vida, por tener su bendición.
-Creo que ella me sigue- Dice, esbozando una sonrisa.
Cuando José Luis trabajaba en el Aseo Público del Ayuntamiento de Jocotepec, de entre las bolsas negras con basura apareció una figura de yeso de la Virgen de Guadalupe.
-“Estaba ahí paradita, en medio de las bolsas, parecía nueva”-
La recogió y ahora está también ahí en el altar, con un rostro perfectamente coloreado y el ropaje de tonos profusos; mide unos 50 centímetros, sigue pareciendo nueva.
A las ocho de la mañana llega el señor Cura Carlos Enrique Medina Garibaldo, acompañado del sacerdote Cristóbal Díaz Villalobos para la celebración. Luego de finalizada la misa, comienzan a llegar cazuelas con comida y la gente se reúne en torno a la olla del menudo, la carne en chile y los frijoles con queso.
Del otro lado de la carretera, un hombre no pierde la oportunidad y se instala con una carga de chivas en una camioneta de redilas para vender pajaretes. Amarra a la primera cerca de la llanta del vehículo y comienza a ordeñar. A unos metros, llega una pareja y se instala con un puesto de pan tachihual.
El viento sopla frío, los adornos se mueven y sombrean los rostros de los que siguen ahí, ahora a la espera del siguiente grupo musical.
Ya vienen Los Cadetes de Linares– dice un hombre. Y llega el conjunto norteño que toca todas las de Los Cadetes de Linares.
La Guadalupana, se mezcla con Dos coronas a mi madre, y No hay novedad.
-¡El pávido navido! grita la delegada.-
-¿Que no se supieron el columpio?- dice otra mujer.
Y las canciones siguen desgranando del acordeón al filo del mediodía.
Las apariciones en el Tepeyac
Del otro extremo del pueblo, muy cerca de la orilla del lago, en el atrio, una mujer declama una poesía; es Guillermina Garita Pila una de las catequistas de la parroquia.
“Juan Dieguito, hijito mío, yo soy la siempre Virgen María, Madre del Dios verdadero y tú el hijo más querido, dichoso el indio Juan Diego como Juan el del Evangelio. Jesús lo había dicho, los limpios verán a Dios, ven a Dios Transfigurado y a María en medio del sol, rodeada de resplandores entre perfumes y colores y en este momento de gracia. !0h sí, momento de gracia!, se oye en México y en el mundo entero latir millares de corazones”.
Su voz es como una melodía y los ojos y oídos de los asistentes están puestos en ella.
Cerca de las dos de la tarde las catequistas están reunidas en el atrio de la parroquia para la representación de Las apariciones de la Virgen de Guadalupe, cada una organiza a sus pupilos; los más pequeñitos tienen cuatro y cinco años; están caracterizados de los personajes principales. Hay unas cinco niñas con mantos verdes y más de cuatro niños evocan al indígena Juan Diego. Todos están vestidos con atuendos nativos y llevan una rosa en la mano.
Los actores infantiles se llevan los aplausos y también Guille, la catequista cuando finaliza en la poesía:
“… ¿Quieres escuchar de tu México, el latir de sus corazones?
Escúchalos, aquí está nuestro sufrir, aquí está nuestro dolor, tuyos son…
Es tuyo nuestro amor, nuestra fe, nuestra esperanza, recíbelos”.
Y el atrio se inunda de fervor.
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