De Tamaulipas a San Pedro Tesistán: Juan Garza de la Rosa, maestro
El maestro Juan Garza de la Rosa es originario de Tamaulipas, cuya misión lo trajo a vivir a San Pedro Tesistán. Foto: María del Refugio Reynozo.
Por: María del Refugio Reynozo Medina.
Originario del ejido de Santa Apolonia, municipio de Río Bravo, en el Estado de Tamaulipas, Juan Garza de la Rosa logró ser maestro, gracias al impulso de una mujer: su madre. Su infancia fue difícil, con la ausencia del apoyo de un padre y la presencia absoluta de su madre que siempre buscó que sus hijos se superaran. Ella les infundió el hábito de la lectura. Recuerda que cuando eran muy pequeños contrató a un señor para que les diera clases; debajo de un mezquite tomaron sus primeras lecciones.
En una familia de cinco hombres y dos mujeres, Juan fue el único que estudió, desde los primeros años mostró su gran capacidad. Una ocasión le dijo a su madre que su escuela había ganado un premio de aprovechamiento.
– El primer lugar no lo quiero en la escuela, lo quiero en mi casa-.
El hermano mayor de Juan, sí trajo un premio casa, ganó el primer lugar de conocimiento en la zona escolar y a nivel estatal cuando tenía 13 años. Como estímulo los llevaron a conocer al presidente de la República, en ese entonces, Luis Echeverría, que recibió personalmente a los ganadores de cada estado. Ahí prometió asegurarles un lugar en la escuela de su elección para seguir con sus estudios. Cosa que nunca cumplió.
Cuando Juan tenía doce años, a punto de terminar su educación primaria, su maestro les habló de una beca para seguir la secundaria fuera del ejido, en el que no había opción. Había que viajar a Victoria, a cuatro horas de distancia de ahí, para presentar un examen. Ese maestro fue una de sus inspiraciones, todavía recuerda su nombre: Edmundo Carrizales Segovia.
Esa tarde le contó emocionado a su madre -¿pero con qué, mijo?-.
A veces no había ni para comer, mucho menos pagar un transporte y estancia para los días necesarios. Juan pensó entonces en su padrino de bautizo, Vicente Quintero se llamaba, era el padrino de casi todo el pueblo. Tenía una tienda y siempre que le saludaba, le ofrecía un plátano o una naranja. En su deseo por conseguir estar en la repartición de las becas, fue a buscarlo.
El muchacho no recibió ni el plátano ni la naranja, -no vengo a eso- le dijo resuelto.
Platíqueme, le dijo su padrino y una vez enterado que el motivo era estudiar, de su cartera sacó un billete de cincuenta pesos, hermosísimo ante los ojos del adolescente.
Valía tanto que le alcanzó para pagar sus pasajes, para su estancia de tres días y al regreso le entregó quince pesos de cambio a su madre.
Entre cientos de niños, Juan ganó la oportunidad de seguir con sus estudios, gracias a su esfuerzo y capacidad. Ingresó a la secundaria; aún recuerda el nombre de su escuela: Héroes de la Independencia.
Una vez que terminó la secundaria, les ofrecían continuación de la beca solamente si decidían formarse como maestros. Había 17 opciones de Escuelas Normales Rurales para formarse como docente. Cuando escuchó Guadalajara, sonaba muy bonito, ingresó a la Escuela Normal Rural de Atequiza. Fueron los años más felices de su vida, se conjugó la juventud con el espacio que lo formó como maestro, comprometido con la misión de educar.
Durante su estancia en Atequiza, el único medio que acortaba las distancias con su familia, eran las cartas, una carta enviada desde ahí a Tamaulipas duraba veinte días en llegar.
En una ocasión, en los días ya próximos a graduarse, recibió una carta, los trazos se percibían inseguros, como los de los alumnos que apenas comienzan la primaria. Sin embargo, alcanzó a descifrar un mensaje amoroso. Era de su madre.
-Mijo disculpa la letra, es la primera carta que hago-.
Su madre María Inés no cabía de orgullo, estaba a punto de tener un hijo maestro y comenzó a estudiar en una escuela para adultos. Con ese pasaje en el recuerdo, al maestro Juan le viene una lágrima de nostalgia, de gratitud infinita.
El maestro Juan además obtuvo el título de licenciado en educación por la UPN (Universidad Pedagógica Nacional)
Fue en 1979 cuando llegó a San Pedro Tesistán, en el municipio de Jocotepec, para realizar sus prácticas profesionales, ahí conoció a la que sería su esposa, Carmen Cervantes, la que lo haría pertenecer a estas tierras.
Ahora, tras 43 años de estancia, se ha convertido en un hijo más de esta población ribereña, ha sido subdelegado, secretario de CONASUPO (Compañía Nacional de Subsistencias Populares), secretario de obras públicas del pueblo, secretario del comité de padres de familia de la escuela primaria, desde donde hizo mejoras al plantel.
Además, desde hace más de 27 años, participa activamente en la iglesia, desde distintos ministerios de eucaristía, de catequesis con niños y jóvenes, además de pláticas preparatorias de los sacramentos. Labor que continúa en una parroquia de Estados Unidos, en donde también sirve a la iglesia católica. Participa también en ejercicios espirituales, retiros de formación católica y cursillos, el pago por esos servicios está en la misma satisfacción de servir. “Mi misión ha sido enseñar a los alumnos para la vida y también ahora a través de los ministerios, enseñar para la otra vida, la eterna”.
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