El maestro Juan Garza de la Rosa es originario de Tamaulipas, cuya misión lo trajo a vivir a San Pedro Tesistán. Foto: María del Refugio Reynozo.
Por: María del Refugio Reynozo Medina.
Originario del ejido de Santa Apolonia, municipio de Río Bravo, en el Estado de Tamaulipas, Juan Garza de la Rosa logró ser maestro, gracias al impulso de una mujer: su madre. Su infancia fue difícil, con la ausencia del apoyo de un padre y la presencia absoluta de su madre que siempre buscó que sus hijos se superaran. Ella les infundió el hábito de la lectura. Recuerda que cuando eran muy pequeños contrató a un señor para que les diera clases; debajo de un mezquite tomaron sus primeras lecciones.
En una familia de cinco hombres y dos mujeres, Juan fue el único que estudió, desde los primeros años mostró su gran capacidad. Una ocasión le dijo a su madre que su escuela había ganado un premio de aprovechamiento.
– El primer lugar no lo quiero en la escuela, lo quiero en mi casa-.
El hermano mayor de Juan, sí trajo un premio casa, ganó el primer lugar de conocimiento en la zona escolar y a nivel estatal cuando tenía 13 años. Como estímulo los llevaron a conocer al presidente de la República, en ese entonces, Luis Echeverría, que recibió personalmente a los ganadores de cada estado. Ahí prometió asegurarles un lugar en la escuela de su elección para seguir con sus estudios. Cosa que nunca cumplió.
Cuando Juan tenía doce años, a punto de terminar su educación primaria, su maestro les habló de una beca para seguir la secundaria fuera del ejido, en el que no había opción. Había que viajar a Victoria, a cuatro horas de distancia de ahí, para presentar un examen. Ese maestro fue una de sus inspiraciones, todavía recuerda su nombre: Edmundo Carrizales Segovia.
Esa tarde le contó emocionado a su madre -¿pero con qué, mijo?-.
A veces no había ni para comer, mucho menos pagar un transporte y estancia para los días necesarios. Juan pensó entonces en su padrino de bautizo, Vicente Quintero se llamaba, era el padrino de casi todo el pueblo. Tenía una tienda y siempre que le saludaba, le ofrecía un plátano o una naranja. En su deseo por conseguir estar en la repartición de las becas, fue a buscarlo.
El muchacho no recibió ni el plátano ni la naranja, -no vengo a eso- le dijo resuelto.
Platíqueme, le dijo su padrino y una vez enterado que el motivo era estudiar, de su cartera sacó un billete de cincuenta pesos, hermosísimo ante los ojos del adolescente.
Valía tanto que le alcanzó para pagar sus pasajes, para su estancia de tres días y al regreso le entregó quince pesos de cambio a su madre.
Entre cientos de niños, Juan ganó la oportunidad de seguir con sus estudios, gracias a su esfuerzo y capacidad. Ingresó a la secundaria; aún recuerda el nombre de su escuela: Héroes de la Independencia.
Una vez que terminó la secundaria, les ofrecían continuación de la beca solamente si decidían formarse como maestros. Había 17 opciones de Escuelas Normales Rurales para formarse como docente. Cuando escuchó Guadalajara, sonaba muy bonito, ingresó a la Escuela Normal Rural de Atequiza. Fueron los años más felices de su vida, se conjugó la juventud con el espacio que lo formó como maestro, comprometido con la misión de educar.
Durante su estancia en Atequiza, el único medio que acortaba las distancias con su familia, eran las cartas, una carta enviada desde ahí a Tamaulipas duraba veinte días en llegar.
En una ocasión, en los días ya próximos a graduarse, recibió una carta, los trazos se percibían inseguros, como los de los alumnos que apenas comienzan la primaria. Sin embargo, alcanzó a descifrar un mensaje amoroso. Era de su madre.
-Mijo disculpa la letra, es la primera carta que hago-.
Su madre María Inés no cabía de orgullo, estaba a punto de tener un hijo maestro y comenzó a estudiar en una escuela para adultos. Con ese pasaje en el recuerdo, al maestro Juan le viene una lágrima de nostalgia, de gratitud infinita.
El maestro Juan además obtuvo el título de licenciado en educación por la UPN (Universidad Pedagógica Nacional)
Fue en 1979 cuando llegó a San Pedro Tesistán, en el municipio de Jocotepec, para realizar sus prácticas profesionales, ahí conoció a la que sería su esposa, Carmen Cervantes, la que lo haría pertenecer a estas tierras.
Ahora, tras 43 años de estancia, se ha convertido en un hijo más de esta población ribereña, ha sido subdelegado, secretario de CONASUPO (Compañía Nacional de Subsistencias Populares), secretario de obras públicas del pueblo, secretario del comité de padres de familia de la escuela primaria, desde donde hizo mejoras al plantel.
Además, desde hace más de 27 años, participa activamente en la iglesia, desde distintos ministerios de eucaristía, de catequesis con niños y jóvenes, además de pláticas preparatorias de los sacramentos. Labor que continúa en una parroquia de Estados Unidos, en donde también sirve a la iglesia católica. Participa también en ejercicios espirituales, retiros de formación católica y cursillos, el pago por esos servicios está en la misma satisfacción de servir. “Mi misión ha sido enseñar a los alumnos para la vida y también ahora a través de los ministerios, enseñar para la otra vida, la eterna”.
Manuel González con el uniforme militar de uso diario (Army). Foto: Zaira Ramírez
Por: Maria del Refugio Reynozo Medina.
Cuando Manuel González llegó a San Cristóbal Zapotitlán, en el Municipio de Jocotepec, Jalisco, lo hizo de la mano de su mamá María Elena Ruvalcaba, cuando tenía un año de edad. Él no lo recuerda, lo sabe ahora por las memorias de su madre, quien lo llevó a la casa de sus abuelos paternos. María Elena había llegado con la idea de que podría vivir ahí resguardada mientras el padre de Manuel trabajaba en los Estados Unidos.
El destino estaba preparado distinto y luego de una estancia breve de poco menos de dos años, María Elena abandonó ese lugar. Con una mano tomó a su pequeño y con la otra la maleta, para avanzar por el camino empedrado que lleva hacia la carretera.
Así, sin dinero y con la ausencia de un padre, cuya existencia se esfumó en el olvido, fueron a refugiarse a casa de los abuelos maternos en Nayarit.
En aquel Estado, la estancia también fue breve. Manuel tenía unos cuatro años cuando emprendió otra vez un nuevo camino, ahora hacia el país que lo vio nacer: Estados Unidos, al que llegó como siempre, de la mano de su madre. Allá en el extranjero, nació su hermana; ahora ya tenía una compañera de juegos.
Entre los vagos recuerdos de esa infancia a sus seis años, Manuel recuerda episodios desoladores, perseguido por la violencia de un padrastro y olvidado por su padre; recuerda a su madre enfrentando y protegiendo a sus hijos, hasta que de alguna manera lograron llegar a un refugio. Era un espacio modesto, pero ofrecía la posibilidad de ser felices y sentirse seguros. Celebraron sus navidades con un arbolito de treinta centímetros, pero con la seguridad de mantenerse lejos de aquel hombre.
Una noche mientras dormían, cuando pensaban que estaban a salvo de la violencia, Manuel fue despertado bruscamente por el estallido del cristal de la ventana. Los vidrios se deslizaban por su cuerpo y en el instante se levantó y jaló a su hermana que dormía a un lado. Era su padrastro, que había logrado localizarlos. Corrieron y encontraron ayuda de los vecinos que luego los pusieron a salvo.
Finalmente pudieron mudarse de ahí y dejar atrás los amargos episodios. Manuel continuó su escuela y ya en la prepa, conoció un programa de labor comunitaria de la Fuerza Militar, ahí fue que tomó la decisión de ser un soldado. Siempre sintió atracción por conocer los países del mundo, pero en ese momento, no sospechó que la misión que estaba eligiendo, lo llevaría a recorrer el planeta.
Recuerda que su primer entrenamiento básico fue en avión, en camino hacia el estado de Kentucky. No sabía ni cómo abrocharse el cinturón, ese era su primer vuelo a los 17 años. Esa ocasión, llegaron de noche a la base; en el entrenamiento, las órdenes venían de unos seis soldados que castigaban con lagartijas los errores y realizaban instrucciones contradictorias que generaban confusión en los aprendices. A Manuel le sudaban las manos y resbalaba. Un compañero de unos 28 años lloró amargamente. Fueron nueve semanas intensas de disciplina que lo fortalecieron, para poder llegar a ser inicialmente, mecánico de autos de la Army.
Su primera base fue en Tennessee; Luisiana fue otra base. En su formación conoció el uso de las armas tipos de rifles. Las tareas eran distintas, buscar pistas, encontrar personas con alto grado de peligrosidad, asegurar vías carreteras y reparar los vehículos utilizados en las misiones.
Manuel estuvo en la guerra de Afganistán en 2002, 2010 y 2011. En una ocasión cuando estaban en medio de las montañas, llegó un hombre con un niño en los brazos. –Me entrego, soy terrorista- les imploró. Sus enemigos habían matado a su mujer y desesperado buscaba poner a salvo al pequeño. Manuel y sus compañeros lo llevaron a un refugio.
Las escenas más dramáticas en las memorias de este joven soldado son de edificios incendiados, gente muerta, cuerpos de niños y adultos calcinados, detrás de un silencio total que aturdía. A veces no sentía nada de tanto sentir; muchas otras, no había tiempo para llorar.
En Tal Afar, Irak, perdió a un amigo y compañero; su esposa estaba embarazada de gemelos; un misil pegó a un helicóptero y derribó además al que iba cerca. De 30 tripulantes quedó un sobreviviente. “Aún recuerdo el sonido de los helicópteros, muy cerca de mí y cómo se iba apagando mientras se alejaban en medio de la noche”.
Aquel helicóptero no llegó a su destino y su compañero John Sullivan pereció ahí, en medio del estallido de su nave. Luego que mencionaron el nombre de su amigo, Manuel no pudo escuchar más. Le vinieron para sus adentros, muchas preguntas sobre su compañero: ¿tendría miedo?, ¿gritaría? ¿Sintió dolor, o acaso lo sorprendió la muerte antes de sentirlo? Cuando conoció a los hijos huérfanos de su camarada Sullivan, no fue capaz de abrazarlos, pensaba que si su padre no había podido sentirlos en un abrazo, él no tenía derecho de hacerlo.
Manuel también sufrió un accidente: durante una estancia en Irak, se volcó el vehículo donde iba, estaba lloviendo y el conductor perdió el control. Sólo recuerda que por la ventana vio venir el piso hacia su rostro y cerró los ojos. Mientras, seguía escuchando el sonido que producían las volteretas hasta que el vehículo se estrelló contra la montaña. Solo sintió un ligero calor en la cara, era sangre.
A sus 39 años, Manuel ha estado en más de 50 países y ha visitado todos los continentes del mundo. Una de las cosas que ha aprendido es que, a pesar de la diversidad de culturas y lenguas, a los seres humanos los hermana el lenguaje universal de la sonrisa. Y no solo la sonrisa, el acto de compartir el pan con el recién llegado.
Con la nostalgia de la misión cumplida y todas sus memorias, este soldado se retira para reunirse con su familia, como recompensa por haber servido a la soberanía de su nación, y con el amor de su madre de quien dice, aprendió todo. “La gran lección de mi madre es no rendirse”.
En el curso de Primeros Auxilios. Silvia está a la derecha sentada en el piso y Cruz a la izquierda (la última del grupo de tres con el vestido claro). Fotografía de John Frost.
Maria del Refugio Reynozo Medina.- La primera vez que Cruz Robledo Saucedo supo de instrumentos quirúrgicos, fue en una clase de primeros auxilios en manos de Silvia Flores Hernández, una doctora que llegó a vivir a San Pedro Tesistán hace más de 40 años y que promovió la salud especialmente de las mujeres.
A partir de ahí, Silvia Flores la invitaba a que le apoyara en algunos partos de la comunidad.
La primera ocasión que ayudó a llegar a un bebé al mundo sintió mucha emoción, es algo que aún a distancia de más de 30 años no puede describir. Sonríe y se frota las manos con abundante gel antibacterial. Estamos en tiempos de Covid y en la trastienda del local donde vende abarrotes. Reposa en su equipal desde donde hace venir sus recuerdos de experimentada enfermera y partera, hoy a poco más de un año de jubilarse.
– No sé cómo decirlo pero es una emoción muy grande.
Recuerda que había anexo a la delegación un cuarto que le llamaban Posada de Nacimiento, ese lugar era el sitio para atender a la población mientras no había un Centro de Salud.
En una consulta que acudió con el doctor Luis que estaba de base en la comunidad en esos momentos, él le preguntó si quería ayudarle en la atención de los casos y ante la sorpresa de Cruz, le dijo –Yo te enseño.
Ella aceptó y ahí comenzó su carrera en el mundo de la salud. En ese tiempo inició unas prácticas en el Hospital Materno Infantil Esperanza López Mateos en Guadalajara; recuerda que había practicantes de medicina muy jóvenes y asustadizos, le consultaban y le llamaban doctora. Lo cierto es que ella apenas estaba realizando sus primeras prácticas, pero poseía la experiencia de los muchos partos atendidos hasta ese momento.
Luego en La Barca Jalisco, realizó algunas actividades de formación, ahí ganó el segundo lugar entre 30 participantes de toda la región en un concurso de parteras. En Cocula, realizó estudios de enfermería y en Guadalajara culminó la Licenciatura en Enfermería. Le llegaron los títulos cuando estaba armada de experiencia.
-Te voy a hacer un Centro de Salud.
Le dijo Dolores Navarro que era delegado en ese momento.
Se formó un comité ciudadano con personas de San Pedro Tesistán, quienes vivían en ese momento en la comunidad y también los ausentes, radicados en Estados Unidos. Además, tuvo participación el Ayuntamiento del Municipio de Jocotepec.
Cuando se inauguró el Centro de Salud, Cruz ya estaba calificada como enfermera y como partera tradicional. Ahí el doctor Luis la recomendó con las autoridades sanitarias que estuvieron presentes. Un primero de enero de hace 28 años recibió su nombramiento como enfermera por parte de la Secretaría de Salud.
En la misión de vida que eligió, ha acompañado a muchas mujeres de distintas maneras; en una ocasión atendió un parto en un taxi, hasta ahí alcanzó a llegar a cuadras de su domicilio, en el vehículo inyectó a la paciente y el bebé nació a bordo.
Una vez revisaba a una mujer en su cama y justo ahí llegó el alumbramiento. Otro bebé más nació, en otro cuarto cerca del patio.
-Tengo hijos en Tizapán, Jocotepec, San Juan, San Luis.
Dice con un hondo suspiro, refiriéndose a todos los recién nacidos que ha recibido desde el vientre de sus madres.
-Casi todo San Cristóbal son mis hijos.
En una ocasión vino una persona de Yahualica y trajo a una muchacha para que conociera el lugar donde había nacido y mostrarle a la mujer que la había acompañado en su nacimiento.
En el Centro de Salud de San Pedro Tesistán se encuentran unos 400 certificados de nacimiento, que dan fe de la intervención de Cruz para la llegada de los niños al mundo y que junto con los muchos que atendió en sus primeros años, suman al menos 500.
-Me gusta mucho ver nacer, siento muy bonito.
-Si tienen que me paguen si no, ni modo
Dice resignada cuando recuerda la cantidad de personas que aún le adeudan.
En una ocasión en sus inicios con la doctora Silvia, fueron a cobrar a una persona un pendiente de un parto, la mujer cerró la puerta sin darse cuenta que había dejado afuera a su hijo mayor, que lloraba para que le abrieran.
-Cuánta confianza me daba esa mujer
Dice una señora que fue atendida por ella en un parto muy difícil. Yacía en la cama del Centro de Salud y lo que miraban sus ojos era el rostro sonriente de Cruz y un cuadro con la imagen de la Virgen de Guadalupe que estaba colocado justo frente al lecho de vida.
Con lluvia, frío, calor, a horas, a deshoras, la vida no tiene horario para llegar y las manos de Cruz están dispuestas a recibir toda la savia que cabe en su regazo.
Es muy común que los habitantes de Ajijic migren al extranjero en busca de mejores oportunidades.
Sofía Medeles (Ajijic, Jal.).– En Ajijic también pasa que sus habitantes emigren al extranjero en busca de oportunidades económicas, pero ¿qué pasa cuando éstas personas tienen parejas o familias que se quedan en México? En muchas ocasiones, el vínculo se rompe, aunque aún hay parejas que luchan a toda costa por mantener sus vínculos, pese a los inconvenientes que puede presentar la distancia.
Un ejemplo de esto son Sara y Andrés. Su relación inició en su adolescencia, de manera poco común: Sara le ayudaba a Andrés a reconciliarse con su pareja de aquel entonces; lo dejaron plantado, por lo que su amistad se reforzó y tiempo después se convirtió en amor.
A los 18 años se casaron y un año después concibieron a su primogénito. El tiempo pasó y a los 7 meses de nacida su segunda hija, Andrés tomó la elección de irse a Estados Unidos, con el propósito de buscar un buen sostén para su familia, dejándolos con la promesa de que volvería y que su decisión solo era un sacrificio para mantenerlos bien.
Sara cuenta: “Al inicio, se fue por un año y medio aproximadamente y así estuvo en intervalos, iba y venía cuando era un poco más fácil pasar. Con el tiempo, se le empezó a complicar más y se fue. La última vez que vino fue hace trece años, pero él nos ha hecho ver que está aquí, aunque no físicamente, nos procura y nos ama”.
Además, la entrevistada cuenta que no ha sido nada fácil, ya que algunas ocasiones le han hecho comentarios bromeando que han llegado a lastimarla, como cuando le preguntan que si no cree que su esposo tiene otra familia y por eso no vuelve. “A veces la gente es cruel y como no es su caso, no miden sus palabras, pero está en uno la firmeza de tomarlo de quien viene”.
Continúa diciendo que a veces duele no sentir la presencia física de una persona -dando un abrazo, un beso, o simplemente unas palmadas en la espalda mientras dice todo estará bien-, no obstante, comenta que en esos momentos lo único que queda es limpiarse las lágrimas y seguir hacia adelante, pensar en el sacrificio de estar lejos de la media naranja y pensar no voy a tirar la toalla.
Con sus 31 años de casada y los 10 años que él ha estado en la vida de ella y de sus hijos, Sara hace énfasis en que las nuevas tecnologías han ayudado bastante en mantener la cercanía con su esposo. “Una llamada no es lo mismo que estar cara a cara con una videollamada, además, la mensajería instantánea permite que estemos todo el día en contacto”.
Sus consejos para mantener este tipo de relaciones a pesar de los años, principalmente son dos: la más importante es la confianza -en uno mismo y en la pareja-: “si no hay confianza, no hay nada”, incluso si la relación no es a distancia. El segundo consejo es no perder la noción de las responsabilidades: “Aunque esté lejos, no deja de ser esposo, ni padre”.
Como aprendizaje final, comentó que es importante gozar y respetar a los padres, esposos, hijos y todos los seres queridos, ya que no siempre se tiene la oportunidad de compartir momentos con ellos y no es sino hasta cuando hacen falta que empiezan a valorarlos.
PARA SABER: En el último censo realizado por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) en el 2020, el municipio de Chapala registró un incremento en su población total, siendo de 55 mil 196 habitantes, del cual, el 6.7 de la población es migrante.
Además, hubo un aumento de gente del municipio nacida en Estados Unidos, al registrar 5 mil 384 personas, y posicionándolo en el cuarto municipio con más población nacida en el extranjero.
Según los datos del Instituto de Información Estadística y Geográfica de Jalisco (IIEG) más recientes (2010) Jalisco ocupa el lugar decimotercero (13) en intensidad migratoria entre las entidades federativas, donde se estima que aproximadamente 1.4 millones de personas nativas de Jalisco, habitan en estados unidos y que alrededor de 2.6 millones de personas nacidas en aquel país son hijos de padres jaliscienses.
La maestra disfruta de su tiempo libre paseando y leyendo.
Miguel Cerna.- Un verdadero amor por la enseñanza mantuvo a la docente por 56 años en las aulas de diferentes escuelas de Jocotepec; aunque le costó separarse de los niños, ahora disfruta de su merecido descanso.
La maestra María Salazar Chávez, de 84 años, pasó su vida enseñando a niños de primaria. Inició a los 17 años de edad y se retiró a los 72; aunque nunca se cansó y en ocasiones todavía extraña la docencia, dijo sentirse profundamente satisfecha por la labor que desempeñó.
“Nunca me cansé, nunca me cansé. Me retiré teniendo 72 años, me especialicé en primer año, porque lo llevé como 48 años. Así es que: niño que llegaba conmigo, niño que leía; con tantos años, ya tenía mucha experiencia”, comentó desde la sala de su casa, lugar donde disfruta leer.
Salazar Chávez nació el 05 de junio de 1935, hija de José Isabel Salazar y Refugio Chávez. Sus sueños de la infancia -de cuando jugaba a la escuelita- se hicieron realidad, pues en 1952 inició a dar clases en San Martín de Hidalgo, luego regresó a Jocotepec por seis años en la escuela “Paulino Navarro”.
Posteriormente, la maestra “Mary” -como cariñosamente es conocida- se desempeñó como encargada de la dirección en El Chante donde, aunque pasó dificultades, logró gestionar el terreno donde se encuentra la actual institución, que fue regalado por el ciudadano Pedro Solís.
“En El Chante trabajé debajo de un guamúchil como dos años; cada niño llevaba su sillita porque se nos cayó la escuela y ahí yo conseguí el terreno para la escuela en la que está ahorita, a mí se me regaló ese terreno”, rememoró.
Luego, María Salazar regresó a las aulas en la cabecera municipal, durando 21 años frente a grupo en la primaria “José Santana” y, aunque en 1986 se jubiló del sector educativo, continuó por 22 años más enseñando en el ámbito particular, en el Colegio “Jocotepec”.
Con una mezcla de miel y amargura, es como describió su carácter en la enseñanza, pues aunque gozaba de “chiquear” a los niños, también les exigía resultados, especialmente cuando se trataba de escribir y hablar correctamente.
“Era una maestra agridulce, mucha miel empalaga y pura amargura también no, así es que la combinaba. Yo digo que era agridulce, los acariciaba mucho, pero era una maestra muy dura, porque si yo me ponía a jugar y bromear con los niños, no aprendían”, manifestó.
Su voz fuerte y determinante -que utiliza a ratos, inconscientemente-, contrasta con su semblante amable y cálido. Aunque está por cumplir 85 años, sigue siendo una mujer activa que disfruta de arreglarse elegantemente, visitar a sus amigas, salir a misa y a pasear a la plaza para disfrutar de una nieve.
Con sinceridad, la maestra sostuvo que nunca se fatigó por dar clases, pues además de que le gustaba mucho su trabajo, sacar adelante sola a sus hijos Mercedes, José de Jesús y Martha Alicia, fueron el motor que la impulsó durante sus 56 años de servicio; oficialmente, se retiró de la enseñanza en el año 2008. Ahora, tiene el tiempo suficiente para disfrutar a sus nueve nietos y seis bisnietos.
Además de una “pensión medianita” que le alcanza para vivir perfectamente, la maestra María Salazar Chávez goza del reconociendo y la estima que le confiere la comunidad, especialmente quienes fueron sus alumnos. Para ella, la base de la felicidad se encuentra en el amor, sentimiento que ha tratado de fomentar a los largo de su vida.
“Yo pienso que el cimiento es el amor. El amor a tu familia, a las personas que te rodean, la gente que tiene amor para dar es feliz, porque si tienes amor, recibes amor. Y si tienes amor, tienes alegría, no estás enojado, para mí eso es, el amor es la base para ser feliz”, concluyó.
Rafael cava un agujero con el pico de su martillo de mano, para ir colocando el empedrado sobre la calle Aldama de Ajijic.
Arturo Ortega (Ajijic, Jal).- En México, la mayoría de las calles de los pueblos podrían ser la imagen de una bonita postal, como es el caso de las de Ajijic; mismas que, a pesar de las políticas de progreso que buscan pavimentarlas -a lo largo de sus administraciones-, ha conservado sus empedrados gracias a la movilización y preferencia de sus pobladores.
Sin embargo, conservar el empedrado no es un trabajo sencillo; se debe pasar horas bajo el sol, buscar la cara de la piedra y colocarla en perfecta armonía para que pueda embonar con las otras y así tener un empedrado resistente al paso de los vehículos.
Este ha sido el oficio del señor Rafael Uribe Castellanos quien, con 55 años de experiencia y a pesar de las condiciones, dice que le tiene gusto a su oficio -enseñado por su compadre, cuando tenía alrededor de 16 años de edad-.
Sin prisa, Rafael cava un agujero con el pico de su martillo de mano para ir colocando la piedra, mientras su hijo mayor va sacando las piedras de los baches, para luego rellenarlos, nivelar y volver a colocar la piedra.
Con una voz tranquila, Rafael cometa que su oficio lo ha llevado a muchos lugares lejanos como Tepatitlán en la región de los Altos de Jalisco u otros estados del norte de la República como Chihuahua, es por lo que es difícil encontrar empedradores en su pueblo, ya que por lo regular trabajan fuera.
Pero, no siempre la gente es agradecida con el trabajo que el empedrador realiza, pues Rafael refiere que ha habidos pueblos donde la gente no les ha ofrecido ni un vaso con agua, lo cual; no ha sido el caso de Ajijic, donde sus pobladores han sabido tratar bien a los empedradores.
Acompañado de uno del mayor de sus hijos y uno de sus hermanos, la cuadrilla de Rafael ha trabajado desde el 2019 en la rehabilitación de las calles del municipio de Chapala, con una paga de 70 pesos por metro.
Trabajan así pues aseguran que trabajando por el día, no hacen por sacar el trabajo rápido; por lo que concluyen que lo más conveniente, tanto para los contratistas como para los mismos empedradores, es trabajar por metro.
Rafael señala que el empedrado en suelo duro como en Ajijic puede durar más que otros lugares donde es más blando el terreno.
A sus 71 años de edad y con la dificultad de poder encontrar empleo, Rafael prefiere seguir arreglando empedrados pues dice que los viejos son más responsables que los jóvenes, además considera que en su casa se empezaría a enfermar: “pinches patas se empiezan a engarrotar y ya uno no puede hacer nada y aquí me la llevo tratando de sacar algo”, comentó con franqueza.
Como jefe de familia y consciente del tiempo, Rafael delegará los trabajos que le vayan cayendo a los tres de los seis hijos que tiene, para que las nuevas generaciones se vayan enseñando y no se pierda el oficio.
Iván Ochoa | Chapala, Jalisco. – Para Galilea Velázquez Murillo, originaria del pueblo de Silos -del municipio de Tlajomulco de Zúñiga-, y quien en la actualidad juega en el equipo femenil de Charales, “salir del clóset” fue más sencillo de lo que creía, pues antes de hacerlo público ya contaba con el apoyo de sus papás y amigos.
A los 15 años, Galy ya estaba consciente de lo que quería en su vida, sin embargo, prevalecía el temor sobre la reacción de sus padres y familiares; pese a los obstáculos sociales que creía tenía que afrontar, siempre tuvo presente que lo primordial era estar bien consigo misma.
“Qué van a decir, cómo van a reaccionar (…). Prefería estar bien conmigo misma que con los demás, primero sentirme mejor yo”, manifestó sin dejar de soltar unas lágrimas pues, pese la aceptación social en su entorno por su preferencia sexual, la auto aceptación no fue sencilla pues le tocó conocer casos de odio hacia personas con su misma orientación.
Afortunadamente para Galy, no todos piensan igual, ya que sus padres le dieron todo el apoyo, aunque sin dejar de reprocharle la falta de confianza:
“Fue un golpe duro, pero porque no confió en mí, a pesar de que yo le di la confianza, de que yo hablé con ella y le dije. Sí sentí feo en ese aspecto, pero ha evolucionado mucho en eso con ella”, expresó con mucha firmeza su madre Marisela Murillo López de 46 años. “Yo también me siento mal porque nunca me dio la confianza”, abonó su padre, José Luis Velázquez Ruiz de 54 años.
Y es que, para sus padres, de educación conservadora, no fue fácil su infancia: su madre fue etiquetada por su familia como machorra por jugar “con cosas de niños”, mientras que su padre tuvo que lidiar con muchas adversidades para salir avante con su plan de vida.
A pesar de la aceptación de sus progenitores, cuando el resto de los familiares se dieron cuenta de su orientación, hicieron bromas que llegaron a ser tan incómodas al punto de hacerla llorar. “Hay cosas que uno quiere decir, pero no le salen, a veces quiero dar confianza, pero a veces es difícil”, reveló.
Galy no tardó en descubrir a qué le iba dedicar su tiempo libre: el futbol. Y fue así cómo se adentró a un nuevo mundo en el que ya marcó camino, tanto en suelo local como en el municipio de Chapala, con los equipos de la Selección Femenil (SFC) y con el propio Charales, aunque para lograrlo, no dudó en enfrentar a sus rivales rostro a rostro.
Hasta hace unos meses, decidió hacer pública su relación sentimental con su ex pareja, aunque aún con miedo de compartirlo a cualquiera porque asegura que faltaba madurar en todos los sentidos, incluyendo las creencias de sus padres que practican la religión católica, pero para la familia Velázquez Murillo no ha sido una barrera.
“Como la iglesia no los acepta (la comunidad LGBT) y yo soy católica, mis decisiones ya son otra cosa y no voy a dejar las cosas que le gustan a ella y aparte no voy a cambiarme de religión por eso; yo soy católica y voy a seguir siendo católica hasta que Dios me lleve”, aseveró su madre Marisela Murillo López.
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