San Pedro Tesistán y los milagros de la Virgen del Tepeyac
La imagen de la Virgen del Tepeyac formada por azulejos.
Por: María del Refugio Reynozo Medina.
Cuando la presión arterial se le elevó a más de 200, Amparo se desplomó ante la presencia de sus tres hijos menores; el más pequeño tenía cinco años y el mayor diez. Lo último que recuerda antes de que la vista se le comenzara a nublar, es la angustiosa mirada infantil de los tres pequeños que la rodeaban. Había una décima de la Virgen de Guadalupe colgada de la pared. (cartel de las fiestas religiosas) ahí detuvo la mirada.
-Mira mis niños Madre mía- suplicó.
Amparo con el último aliento que sentía, imploró quedarse aún más al lado de sus hijos que la necesitaban.
Cuando recobró el conocimiento estaba frente al médico que no se explicaba que ella estuviera viva. De eso han pasado ya 50 años.
La devoción y fervor a la imagen Morena han acompañado a Amparo, quien con sus hijos levantó un altar dedicado a la virgen del Tepeyac en un terreno de su propiedad.
La imagen que cuelga de la pared de ladrillos es una copia exacta de la que se encuentra en la Basílica en la Ciudad de México, fue traída de allá por su nieta mayor, ahí les dijo un sacerdote que ante la imposibilidad de acudir a la basílica para pagar alguna manda; se podría acudir al lugar donde quedará esta imagen.
Una ermita para la Guadalupana
Felicitas tenía 51 años cuando regresó a la tierra que la vio nacer, San Pedro Tesistán en el municipio de Jocotepec. La casa paterna tenía profundos recuerdos de la infancia; ahí se llegaron a celebrar misas en la época de la Guerra Cristera.
La veneración a la imagen de la Virgen de Guadalupe fue una herencia familiar. Felicitas, a quien en el pueblo llaman afectuosamente Chita, continuó con la práctica fervorosa hacia la imagen; ella, junto con su inseparable hermana Emilia, promovió la celebración de las mañanitas a la Guadalupana en su día.
En diciembre de 1989 justo en la víspera del día, su madre cayó enferma y fue hospitalizada de emergencia por una complicación pulmonar. Chita fue corriendo al templo y ahí en el altar, elevó un grito desesperado por el temor de perder a su madre biológica y el dolor de no celebrar a su otra madre la Virgen de Guadalupe, como tanto lo había planeado.
-¡Quería estar con mis dos madres!-
Rogó a la Virgen; finalmente pudo estar al lado de su madre en el hospital, ser testigo de su recuperación y también cantar las mañanitas a su madre morena.
Emprendió una misión: Edificar una ermita al filo de la carretera para que custodiara a su pueblo.
Recuerda que la búsqueda del terreno fue un gran reto, era un espacio federal y había que realizar los trámites correspondientes para comenzar con la edificación. Fue la familia Tovar Orozco quien cedió un espacio de terreno particular para comenzar la tan esperada obra. Fue necesario retirar un árbol espinoso que se encontraba y la ermita comenzó a levantarse justo a la mitad del pueblo, sobre la carretera federal.
La familia Fuentes encabezó el proyecto y las voluntades se unieron.
Con rifas, bailes, kermeses, aportaciones de la Cruz Roja de Chapala y el Club Social de San Pedro radicado en los Estados Unidos, se pagó la obra.
El 12 de mayo de 1991 se celebró con una misa solemne la inauguración de la ermita.
Formada por un mosaico de azulejos, la imagen de la Guadalupana ocupa el lugar central del altar, enmarcada por dos columnas de cantera y a sus pies una escultura de San Juan Diego.
Chita mandó imprimir un cartel con un listado de todos los que contribuyeron a la edificación de la obra. Ahí aparecen desde los donadores del terreno, hasta quien rifó un asador para contribuir a la causa y quien anunció sin cobrar, los eventos en beneficio de la obra.
Su madre murió en 1992, en 1993 Chita fue sometida a una operación del páncreas; hace un año se fracturó la cadera de una caída y en cada uno de esos trances ha invocado a la Virgen de Guadalupe.
En una ocasión, durante la procesión de la Virgen, sintió que no tenía fuerzas para continuar y se detuvo ahí justo en la ermita. Cuando comenzó a aproximarse, se dio cuenta que estaba un muchacho de unos 15 años, de espaldas. Miraba la imagen y lloraba inconsolablemente.
-Escúchalo Madre, te necesita.
Pidió ella.
El muchacho se volvió y salió caminando serenamente.
El pasado mes de mayo, la ermita cumplió 30 años y el sueño de Felicitas es que no se pierda la celebración, que ese lugar siga siendo un remanso de paz y tranquilidad para los pobladores.
Para ella es tan bonito ver que los rudos traileros que conducen por el lugar, inclinan la cabeza con veneración y se persignan a su paso.
“Que sepan que en San Pedro tenemos madre”, dice la mujer que no le pide nada a la Virgen, porque Ella le da todo sin pedirle.
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