Columna de opinión
Jesucristo siempre chocó con la actitud, el comportamiento y sobre todo con la soberbia e intransigencia de los sacerdotes de su tiempo; los encaró con valentía y dureza porque habían convertido la religión en un comercio lucrativo para ellos y por su falta de amor a los demás. Nos lo advierte no para criticarlos, sino para ayudarlos a que recapaciten ellos y nosotros. “En la cátedra de Moisés han tomado asiento los escribas y los fariseos. Por tanto, todo lo que les digan, háganlo y cúmplanlo…, pero no hacen. Atan cargas pesadas y las echan en las espaldas de la gente, mientras ellos no quieren empujarlas ni con un dedo”, Mt. 23, 2-4 y 55.
Jesucristo no generaliza. Yo tampoco lo hago de ninguna manera, porque he conocido sacerdotes congruentes en su desempeño de guías espirituales. Por eso su amor, su celo en el cuidado del rebaño. Pero es triste y desesperante ver cómo otros no quieren darse cuenta de que su ejemplo, a quien más está dañando es a la niñez y a la juventud.
Son los mismos jóvenes quienes captan el mensaje doble, reflexionan y luego expresan su sentir sin tabúes ni falsos respetos humanos; no son fáciles de convencer ni pueden experimentar respeto por aquellos seres humanos que se presentan como orientadores o guías religiosos; que les enseñan una cosa pero hacen otra.
¿Qué sucede entonces?
Los jóvenes se alejan de todo lo espiritual y entran en conflicto con sus progenitores. Creen en Dios, pero no entienden por qué los que conocen a ese Dios están tan lejanos y retirados de ellos.
¿Qué haría usted si le tocara escuchar los comentarios que se dan entre los jóvenes, que expondré en breve? ¿Regañarlos? ¿Asustarse y mostrar indignación? ¿Decirles que son unos blasfemos que se van a ir al infierno? ¿Que Dios los va a castigar? ¡¡N’hombre!! Sólo Les va a servir de burla y sólo sentirán lástima por usted. Y, a parte, ningún mensaje les va a dejar, los va a desorientar todavía más.
Ahora, los comentarios que se hacen entre los jóvenes.
—Uta, güey, los padres (sacerdotes) se olvidaron de servir a la Iglesia, güey. ‘Hora nomás mandan, güey, nada les parece, güey, y de todo se encabronan, güey. Y todavía quieren que los que todavía creemos un poco vayamos donde están ellos, güey. ¡Dónde la vieron!
—Neta, güey. Güey, se la pasan encerrados en el templo. Yo nunca los veo, güey, que vayan a visitar a la gente a sus casas. Güey, si van por la calle ni siquiera saludan. Como que son más acá, güey. Yo no me imagino a Cristo así, güey. ¿Cómo está eso, güey? ¿En qué trabajarán? ¿Qué hacen?
—Sí, güey, quieren que vayamos a misa, y cuando mis jefes me obligan a ir, güey, se la pasan regañando y unos dicen que somos una bola de pecadores, gúey. Y de Diosito ni dicen nada, güey. No, pos, mejor me quedo en mi cantón, ese. Aunque a mi jefa esté chingue y chingue. Al cabo Dios está donde quiera, güey. Eso le digo a mi jefecita.
—Güey,pos ya sabemos que somos pecadores, pero luego nos dicen que no robemos, güey, pero ellos roban; que no digamos mentiras, y ellos mientes, güey; que nos abstengamos de todo contacto sexual, pero ellos violan y hasta a los pobrecitos niños, güey. Que no se manchen, güey. ¿Cómo quieren que nos acerquemos a lo bueno? Así, ¿cómo?
—No todos son iguales, güey. Si investigas, te das cuenta que son el 2 ó 5 por ciento. En todas las religiones y creencias se da, güey, no nomás en los católicos, güey. Todos sabemos que en donde más se da el abuso de niños es en las mismas familias, güey, y pos tampoco ahí se puede generalizar. La neta que no lo estoy diciendo para justificarlos, porque no hay justificación, güey. No se vale satanizar a todos.
—Hay muchos curas que sí son chidos, güey. Les gusta su jale, pero pos por las maniacadas de unos pierden todos, güey, como dice el dicho, y eso no se vale. Bien dice mi abuelo, que nuestra fe debe estar en Cristo, no en el Cielo. Diosito nunca nos va a fallar, güey.
—Pobres güeyes. Yo digo que los deberían dejar casar. Dicen, güey, que antes sí se casaban. Yo pienso que eso es hasta antinatural, güey. No manches, también son hombres y su cuerpo reacciona como el de nosotros, güey. Yo eso, neta que no estoy de acuerdo, güey. Todos deberíamos decirle al Papa, “dígales a sus padres que se casen”, y los que no quieren, por no y ya. ¿No, güey?
Todas estas conversaciones y las dudas que surgen entre los jóvenes de ambos sexos son para tomarse en cuenta, acercarse a ellos y aprender; creer unidos y juntos todos encontrar soluciones.
No es tan sencillo como lo plantean algunos allegados al templo, que arman un escándalo y dicen:
—Es que a veces Lalo dice…, es que Lalo es un blasfemo, es un maldito de Dios; es que Lalo se cree mucho, con poquito que estudió ya se atreve hasta a hablar de los sacerdotes…, es que Lalo piensa que es puro y bueno, pero es un hijo de la chingada. Y el periodicucho ése de la Laguna que le sigue la corriente.
¡No, señores de la buena consciencia! Lalo es tan pecador como todos ustedes, de puro y santo no tengo nada, soy tan o más católico que ustedes y mi fe se las muestro con mis obras, pero soy tan defectuoso como cualquiera. Dios lo sabe, Dios me conoce mejor que yo; pero amo a mi Iglesia y a sus sacerdotes, por eso no los alabo cuando la están regando; me uno a ellos y busco sus orientaciones cuando veo su interés por el rebaño, su sabiduría, su entrega a Cristo, a pesar de sus defectos contra los que tienen que luchar, como luchamos todos. Soy un maldito para ustedes, pero no para Dios.
Retomando las charlas de los jóvenes, aprendamos que la juventud es más sincera que nosotros los adultos. Sí está desorientada y entregada a las drogas, es porque nosotros y los sacerdotes no hemos sabido guiarlos. La juventud entiende que Dios es un misterio inabarcable a la razón humana y que en Jesucristo se hizo hombre y nos propone una nueva manera de vivir en sociedad: amándonos como Él nos ama, para ser felices y justos. Pero esa juventud no encuentra quien le desmenuce el mensaje y el amor de Cristo; quien se lo haga digerible. Aún dentro del misterio divino puede asimilarlo, pero le hace falta ver lo sólido de la congruencia en aquellos de los que trata de aferrarse. Al no encontrarla, se desvía y penetra a un mundo de vacío existencial, de desenfreno, de falta de valores… Se pierde en este mundo actual en el que lo que abunda es información engañosa, verdadera o falsa. Y todos somos culpables. Sacerdotes, pastores, sociedad y gobiernos.
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