De cuando se barrían las calles
Mtro. Cronista: Gabriel Chávez Rameño.
Iniciamos el año con todo el ánimo puesto en que será uno de los mejores. A ustedes les deseo lo mismo, un 2016 lleno de satisfacciones, logros, salud y lo mejor para todos ustedes, mis lectores de las crónicas que cada sábado estarán acompañándolos sin falta.
Recuerdo con mucha alegría cuando caminaba a la escuela por la mañana, entre siete y media y ocho, aquel olor a tierra mojada que se impregnaba en mi nariz y me hacia vibrar aquel placer matutino de la limpieza. Efectivamente, las señoras rociando el agua en la calle y disponiéndose a barrer, el quehacer de todos los días, y, por ende, las calles de mi hermoso pueblo siempre limpias al iniciar el día. No había una hora específica para realizar esta actividad; algunas señoras ya a las seis de la mañana tenían limpio el espacio que correspondía a su casa, e incluso barrían un poco más, algunas otras lo hacían en el trascurso de la mañana. No había una cultura de la ecología en esos días, pero las personas respetaban la naturaleza y lo que los rodeaba, aparte de vivir en un lugar limpio.
Las escobas eran de plantas silvestres, que se recogían por los meses de agosto, septiembre y octubre en algunas partes del cerro. Unas eran las llamadas “escobas amargas”, que sólo crecían en lo que se le conoce como “la Mesa”. Crecían aproximadamente unos 40 centímetros de alto. Otro tipo de escoba que se utilizaba eran “las coloradas”, y éstas eran más grandes, entre 80 y 90 centímetros, y crecían por las faldas del cerro. Por lo general la mayoría de las familias tenían este tipo de escoba. Las ponían a secar y listo. Por su puesto, había quienes preferían comprarlas para no buscarlas por el cerro.
Es bueno saber que aún quedan personas que siguen con esta bonita costumbre de mantener limpia la calle, pero tristemente son muy pocas. Ahora, entre más evolucionamos, más ensuciamos y nos cuesta más trabajo limpiar. Otro aspecto negativo es que, por el crecimiento urbano, se han reducido los espacios donde crecía esta escoba silvestre y ahora es difícil hacerse de una de éstas.
Ahora extraño ese peculiar aroma de tierra mojada al amanecer. En cambio, a lo que ahora huelen las calles es a todo y nada. No hay un olor agradable y a la vista es muy triste ver los panoramas de las calles de mi pueblo sucias y abandonadas. Se nos olvida que las calles son para caminarlas y disfrutarlas; sin embargo, nos empeñamos en hacer menos tiempo de un lugar a otro, nos hemos hecho más egoístas con ellas y si vemos un hoyo no hacemos nada por taparlo o avisar a las autoridades para que lo hagan.
Sólo me queda esperar a que lleguen las lluvias, bueno las primeras tormentas, para sentir esa sensación a tierra mojada, y disfrutar del recuerdo de mi niñez y transportarme a aquellos días en que veía a las señoras de mi pueblo “barriendo las calles”.
Los comentarios están cerrados.
© 2016. Todos los derechos reservados. Semanario de la Ribera de Chapala