Turismo y violencia
Durante la madrugada del pasado lunes 15 de agosto, un comando armado ingresó a un lujoso restaurante ubicado en el municipio de Puerto Vallarta y secuestró a seis comensales, entre ellos, presumiblemente se encontraría Alfredo Guzmán Salazar, hijo de “El Chapo”. Esto según informaron autoridades judiciales de Jalisco y la federación.
La noticia a estas alturas ya ha dado la vuelta al mundo y se suma a otras muy malas noticias relacionadas con la inseguridad pública en puntos turísticos claves del país, como lo fue el caso reciente de la periodista chilena Mónica González, que fue virtualmente secuestrada junto con una de sus nietas en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, hace poco más de un mes.
La incapacidad del estado mexicano para contener la ola de violencia que azota desde hace ya varios años al país está golpeando severamente amplios sectores productivos de la nación, entre ellos el turístico. El caso de Acapulco, por estar situado en el ojo del huracán guerrerense, resulta ser el caso más crítico y evidente, pero no es el único ejemplo.
Quienes solemos seguir con atención las noticias relacionadas con el narcotráfico y el crimen organizado, podemos percibir que hoy hay un enrarecido y tenso clima, pues hay una evidente lucha tendiente al lógico reacomodo de fuerzas que implica la crisis interna de algunos cárteles y el ascenso de otros.
Mi primera preocupación al respecto es que, otra vez, la mala imagen de México ante otros países genere una significativa reducción del turismo, particularmente en la ribera de Chapala, pues ése sería un duro golpe a la economía de la región, justo en un momento en que se viven tiempos de bonanza, aún y cuando todavía no llega la ansiada “temporada alta”.
Lamentablemente, de seguir esta tendencia de una generalizada violencia en el país, foco de malas noticias y por lo tanto una mala imagen de este a nivel internacional, México podría perder el terreno ganado estos últimos años en materia de derrama económica generada por el turismo. De ser así, Chapala podría estar entre los sitios afectados.
Pero mi segunda preocupación, quizá mayor a la primera, es que esta actual crisis de violencia que estamos viviendo a nivel nacional, pudiera en un momento dado tener un desenlace local. La horrible historia de aquel 9 de mayo de 2012, en la que casi una treintena de inocentes fueron “levantados”, y ya no le sigo, todavía no se nos olvida.
Tragedias como aquella no sólo espantan al turismo, sino que espantan literalmente a todos. No sólo matan la economía, sino muchas cosas más, como la tranquilidad de la gente y hasta la vida social de los pueblos. Aquella macabra experiencia convirtió a Ajijic y San Antonio en pueblos fantasmas por mucho tiempo.
Lo que sucede a nivel nacional, hoy es inevitable. El gobierno federal nos está demostrando que el problema lo rebaza y que por lo tanto el sanguinario espectáculo que nos deja este duelo de cárteles seguirá siendo parte de nuestra vida cotidiana.
El caso de Puerto Vallarta, municipio también jalisciense e importante destino turístico así nos lo demuestra. Espero por lo menos que lo que sucedió en Vallarta sea lo más cercano. Que en toda la ribera tengamos apacibles y “aburridos” días en los meses por venir; que las noticias de violencia sean las que vemos por las noticias y que nos queden lo bastante lejos; que los hechos de violencia local solo sean generados por dos ex delegados que se sacaron la lengua haciendo cola para pagar el teléfono.
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