Crónicas de la Ribera
Bertha Mendoza Díaz profesa un gran fervor a la imagen del Señor del Huaje.
Fotos y texto por: María del Refugio Reynozo Medina:
Sus padres les enseñaron que Dios existe; no con palabras, sino con amor. Bertha Mendoza Díaz tiene 73 años y es originaria de Jocotepec; ella y su hermano Cándido Mendoza Díaz crecieron viendo la amorosa devoción al Señor de Huaje por parte de sus padres.
Su padre, Cirilo Mendoza Valencia, uno de los obrajeros de Jocotepec, enseñó el oficio a Cándido quien además de obrajero es músico y ha sido maestro de artes de Preparatoria por 24 años.
Cirilo Mendoza siempre quiso ser parte de los organizadores de la fiesta del Señor del Huaje. Le profesaba una gran devoción, pero no era integrante de ningún grupo.
Hasta sus oídos llegó la noticia de que era el último año que se celebraba al Cristo por falta de recursos económicos. Era por el año de 1970. Don Cirilo pidió participar, y para ello sólo tuvo que acudir a la parroquia del Señor del Monte para pedir unas cortinas y candelabros prestados pues el recinto del Señor del Huaje no tenía.
Don Cirilo acudió con el señor cura para pedirle en préstamo lo necesario.
El señor cura le dijo:
-Si alguna de las cosas se pierden, las pagarás.
-Si es necesario quedarme con él a dormir me quedo, le contestó.
La noche de la víspera de la fiesta, el grupo de ayudantes se dispuso a cerrar la puerta una vez terminado el adorno; la puerta permaneció inmóvil no podía cerrarse ni siquiera con la ayuda de los demás.
Entonces recordó que había prometido quedarse a dormir con él.
Los organizadores solidarios se unieron a don Cirilo y fueron por sus artículos personales para pasar la noche en vela. Algunos de ellos eran Ángel Paz, Benito Inés y Catarino Olmedo.
Cuando estuvieron de regreso y ya se disponían a acomodarse, intentaron cerrar el pesado portón de madera. Ante la mirada de todos, el portón cerró. Entonces volvieron a sus casas.
-Nos estaba tanteando- dijo uno.
Las primeras celebraciones en honor a este Cristo eran sólo de dos días: sábado y domingo; en los días posteriores a la fiesta de enero. Luego se concretó la celebración de un novenario.
La señora Bertha continuó con el amor hacia la imagen y estuvo muy cercana a las actividades del templo.
Aunque en el templo no siempre se vivió la contemplación amorosa; recuerda a un señor cura Emeterio Romo se llamaba, para la señora Bertha y otros vecinos, siempre fue muy extraño su actuar.
Decía que por qué hacían tanta fiesta, le daban alergia las flores.
Cuando le solicitaban autorización para la fiesta, se portaba renuente.
-Son nuestros cristos aparecidos- le decían las mujeres.
-Cristos aparecidos, monos de palo- arremetía el cura.
En una ocasión por el año del 75 Bertha se enteró que se llevaba a cabo una junta para cambiar la fecha de la fiesta, ella junto con más personas no estaba de acuerdo y trataron de impedirlo. Al final cambiaron a la actual fecha de mayo, pero en enero de ese año también lo celebraron.
La última, fue la fiesta de los excomulgados les decían a quienes participaron en ella. La primera vez que celebraron la fiesta en mayo, los organizadores mandaron citar a los organizadores de la de enero, a través de la presidencia para que les prestaran la plataforma. Los ánimos se crisparon y unos y otros estaban en pugna por la mentada plataforma.
Al final se las prestaron y ese año el Señor del Huaje tuvo dos fiestas y muchos fieles que se congregaron en torno a la imagen.
Se dicen muchas cosas de ese Cristo, alguien dijo una vez que entreabrió los labios. Algunos dicen que a veces se hace muy pesado. O que no siempre, las fotos que les son tomadas salen.
Contaban también que un hombre le prometió unas cortinas, y como no las compraba, una tarde llegó un señor a su casa llevando unas cortinas.
-Aquí encargaron unas cortinas- dijo.
Y solicitó el pago.
-No te hagas el chocante – alguna vez le dijo una mujer con cariño.
La señora Bertha profesa un gran amor por este crucificado y conversa de cerca con él. En una ocasión, a su nieta le robaron una camioneta. “¿Por qué?”, pensó y cuestionó para sus adentros; “era la camioneta o ustedes”, escuchó en el fondo de su corazón.
En una ocasión, pensó que todo había terminado, le diagnosticaron un tumor, la intervención era urgente, y antes de partir para el hospital, Bertha se arrojó a los pies del crucificado suplicando por su salud, cuando estaba en el hospital sometida a los exámenes clínicos, los médicos no encontraron nada maligno. En su corazón comprendió que fue él.
¿Qué si lo quiero?
Me dice con una mirada lejana.
¡Ay que si no lo quiero! dice con una franca sonrisa, muy cerca del llanto.
-Yo no sólo he escuchado de él, desde el vientre de mi madre lo he vivido y amado.
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