¿Quién como Dios?
Josefa Chora Bizarro, con casi 92 años de edad, desde niña creció viendo la imagen. Foto: María Reynozo.
Por Maria del Refugio Reynozo Medina.
Cercana a cumplir 92 años, la señora Josefa Chora Bizarro, espera apacible en una silla de madera. Vestida con un suéter blanco sobre una blusa de pálido rosa, está sentada frente al nicho que guarda la imagen de San Miguel Arcángel. Vive con su hijo y su nuera que le prodigan cuidados, luego de que pasó una juventud como muchas mujeres de su época. Lavando con agua de los pozos, torteando, cosiendo y planchando con planchas de hierro.
Josefa recuerda todo, recuerda su infancia, a su maestra de primaria Josefina Urzúa con quien aprendió a leer; y no solo eso, las asignaturas como historia y geografía. También los reglazos de madera que la maestra aplicaba a veces como método de disciplina. Tiene en su memoria los personajes del Pípila y Miguel Hidalgo. En la escuela participaba en comedias y bailables.
00En los tiempos de su infancia y juventud, el Lago de Chapala era como un espejo, incluso podían tomar de sus aguas; fue entonces cuando “Nicho, el aguador” era su padrino y recorría las calles vendiendo agua en grandes cántaros casa por casa.
Ahora todo eso pertenece al recuerdo que se ha convertido en historias que cuenta a sus nietos. Tiene veinte nietos y muchos tataranietos, ya perdió la cuenta de cuantos.
Una de las cosas que no solo vive en su recuerdo, es la imagen de San Miguel arcángel que tuvo cerca desde niña. La efigie perteneció a Silverio Chora bisabuelo de Josefa; quien se la heredó a su abuelo Emiliano bizarro, y luego este a su padre Ignacio Chora Delgado. La pequeña escultura de unos treinta centímetros, es de madera de mezquite, originalmente cubierta de una pálida pintura con pigmentos naturales opacos por el paso del tiempo. Hace seis años fue retocada y recubierta por colores rojo, verde y azul brillante.
El 29 de septiembre es la fiesta de San Miguel; Josefa recuerda el júbilo con el que le celebraban sus padres y sus abuelos; le hacían un altar con sábanas y las mujeres se reunían para preparar el atole de cascarilla que molían en el metate. Los enormes cazos, despedían el humo perfumado de cacao tostado.
Doña Josefa dice que los santos se quedan donde quieren estar. Recuerda que en una ocasión, un hermano de su padre le quitó a San Miguel, cargo con el santo en un burro y se fue para Teocuitatlán.
-Si te quieres ir, pues vete-, dijo su madre mientras veía la imagen de madera.
A los pocos días, su tío buscó a su papá y le dijo, -Tráete una canasta para que te lleves a San Miguel-.
Cada año, San Miguel es festejado. Desde la víspera del 28 de septiembre, lo van a velar. La familia ofrece pan y café para los asistentes y para honrarlo, una misa con coro, además de procesión acompañada de danza, música y banda de guerra.
Ya no hay atole de cascarilla, pero sí los fieles feligreses que se reúnen en torno a una imagen de al menos trescientos años de antigüedad resguardada por el barrio de Nextipac.
Con el símbolo de la balanza en una mano; el príncipe de la milicia celestial, cuyo nombre significa ¿Quién como dios? se erige sobre un globo terráqueo desde donde empuña su espada en medio de su apacible mirada para hacer temblar al mismísimo demonio.
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