Capítulo XI
Don Antonio, sabedor de que nuestro viaje no sería demasiado largo, conducía a la Santa María a baja velocidad como queriendo disfrutar este último tramo lo más que fuera posible. El contemplar las bellas montañas que circundaban el vaso sagrado desde la perspectiva acuática era una experiencia sobrecogedora. Vino a mi mente la imponente figura del Anciano Verde, el cual seguramente estaba al tanto de nuestro trabajo y ante su imagen no pude evitar una amplia sonrisa de satisfacción y orgullo.
La Santa María, que se había dirigido al poniente, cambió su rumbo al norte, justo enfrente de la montaña más alta de todas las que circundaban a la Laguna Sagrada y a cuyos pies se asentaba el pueblo de la Doncella; serían las seis de la tarde e iniciábamos la parte final de la travesía que habría de llevarnos a nuestro punto de partida, iniciado muchas jornadas atrás.
Justo en ese momento y después de tomar asiento en la proa de la Santa María, me envolvió gradualmente un velo de silencio absoluto que iba incrementándose con el bamboleo de la embarcación sobre la superficie del agua y en el cual no tenía yo volición alguna; sabedor de que este era quizás el inicio de un gran regalo personal, decidí entregarme por completo a la experiencia abandonando todo intento de juzgar, comparar o explicar mi extraña percepción y lo último en que pensé fue en lo extraordinario del hecho de que bajo mis pies en el piso de la embarcación y debido a la vibración de la lancha, un bolígrafo propiedad de don Antonio daba vueltas describiendo un circulo perfecto en dirección contraria a las manecillas del reloj, como si estuviéramos navegando a través de una zona con un extraordinario magnetismo.
Un instante después, al levantar mis ojos y fijarlos en la Laguna Sagrada lo que vi me llenó de asombro: a dondequiera que mirara, no existía línea divisoria en el horizonte, tan solo un fondo azul y calmo; las lanchas de pescadores que podía ver a la distancia parecían flotar por doquier, así como nuestra embarcación; todo parecía estar suspenso en un azul claro y bellísimo. Por instantes, perdí toda noción de ubicuidad en cielo o tierra y no podía percibir exactamente por donde éramos llevados por el suave bambolear de la Santa María.
A pesar de lo bello de mi visión, otra fuerza irresistible empezaba a tomar control de mi volición, pues sentí debía cerrar mis ojos para permitir una mejor introspección ante lo que presenciaba y lo ilógico de la propuesta me llevó a resistir por unos instantes el terminar con la bellísima percepción de flotar en un manto azul y amoroso que nos envolvía a todos con gran ternura.
Respire profundamente, como queriendo inspirar tanta belleza y mis ojos se cerraron de inmediato. Después de lo que parecieron varios toques de una pequeña pero finísima campana de cristal cuyo resonar percibía con suavidad pero enorme intensidad justo detrás y en medio de mis ojos, algo en mi empezó a desplazarse a una enorme velocidad dentro de lo que parecía ser una enorme caverna subterránea, dejando atrás jirones de mi propio ser, los cuales de alguna manera inexplicable sentía no me serían de utilidad alguna para una cita en la que yo era el único ausente; instantes después, y con lo que quedaba de mi propio ser les vi:
Eran los ojos más bellos que me había tocado en suerte presenciar en toda mi existencia y me miraban con un enorme amor; pertenecían seguramente a una mujer bellísima y eran de una intensidad tal que me resultó imposible verles por un tiempo prolongado, ya que después de dos o tres parpadeos en los cuales de alguna manera intuía me habían sido transmitidos mensajes, aquellas bellísimas ventanas celestiales desaparecieron de mi visón y mis ojos se abrieron de inmediato.
El regresar abruptamente a mi estado normal de percepción me produjo un sobresalto tal, que caí sobre mis espaldas y encima de Félix, quien se encontraba justo detrás de mí en la Santa María, provocando desde luego una explosión de risas entre todo el grupo por lo cómico del incidente.
– Vaya, vaya, a quien tenemos aquí – comentó entre risas
– Perdón Félix – contesté
– Miren, ya estamos llegando – intervino Paloma, apuntando el ya no tan distante sitio en la ribera, desde el cual nuestra jornada había iniciado meses atrás.
¡ siiiiiiiiiiii ! – gritaron los tres pequeños
Acto seguido, y de una manera por demás espontánea, se inició dentro de la Santa María una sesión de afectuosos abrazos entre todos los presentes, incluidos por supuesto Don Antonio y su hijo, nuestros seguros y confiables guías en el vaso sagrado, los cuales recibieron con evidente orgullo las atronadoras porras que en su honor y de su querida Santa María dedico Nuevo Camino con gran afecto.
Una vez desembarcados y habiendo cubierto generosamente los honorarios de Don Antonio y su hijo, procedimos a realizar la ceremonia en la que estuvieron por supuesto incluidos y que tendría por objeto regresar ritualmente a la Laguna Sagrada el agua extraída de su ribera mucho tiempo atrás y que cada uno habíamos llevado ceremonialmente durante todas las jornadas.
Krista insistió en que debería ser yo quien hiciera los honores en esta ceremonia, y después de un breve estira y afloja pues no consideraba ni sigo considerando haber sido merecedor de tal distinción, procedí a dar de manera del todo espontánea unas cuantas breves instrucciones para el inicio del ritual de regreso del agua en el vaso sagrado. Eran ya las siete de la tarde y el sol empezaba a desaparecer detrás de las montañas justo al poniente de la Laguna Sagrada.
Primero, formaríamos un circulo inmersos hasta las rodillas en el agua de la Laguna Sagrada para posteriormente ir depositando uno a uno de manera individual el líquido extraído al iniciar este trabajo y que habíamos llevado en pequeños recipientes con nosotros muy cerca de nuestros corazones durante todas las jornadas, inclinándonos cerca del agua para musitar brevemente nuestro afecto y agradecimiento al espíritu del lugar por tantas enseñanzas y nuestros mejores deseos por su pronta recuperación.
A continuación, se repetiría el ritual pero ahora con la gran garrafa de agua que habíamos todos cargado comunalmente durante todas las jornadas y que iría recorriendo el círculo de izquierda a derecha y cuyo líquido iríamos devolviendo un poco uno a uno hasta su terminación. A cada porción de líquido derramado correspondería un pensamiento, sentimiento o deseo positivo y dirigido a la Laguna Sagrada expresado en voz alta por cualquier participante.
Una vez que hubo concluido esta parte del ritual, era ya bastante notoria la intensa emoción que a todos nos dominaba, así como la extraña luminosidad que recibíamos a través del espejo de agua en que nos encontrábamos inmersos, debido a que la bóveda celeste se encontraba totalmente encendida en una explosión multicolor producto de la bellísima puesta de sol que nos estaba tocando en suerte presenciar. Sabedor de que nos encontrábamos en un momento en extremo especial, solicité abiertamente al grupo que realizara de manera espontánea las oraciones necesarias dirigidas a los guardianes y deidades titulares de ambas tradiciones que nos conforman y al Altísimo Espíritu que a todos nos anima para con ello concluir el ritual.
De inmediato y con gran acierto, Brenda, y Tomás nos guiaron en la primera parte de las oraciones, las cuales concluyeron con una conmovedora petición de ayuda para el vaso sagrado y dirigida a los guardianes del lugar realizada por Krista y Alicia. A continuación, un denso silencio se dejó sentir en el lugar por unos instantes; Fue algo impresionante pues no era posible escuchar absolutamente nada, era como si todo en la naturaleza del lugar estuviera expectante ante la respuesta del espíritu del lugar.\
La tensión que todos sentíamos iba creciendo gradualmente pues cierta intuición grupal nos impedía romper el círculo ritual. El tenso silencio que nos envolvía a todos fue roto por una voz infantil:
– ¡a la bio a la bao a la sim bom bam lagunita, lagunita, ra ra raa ¡ –
Era el pequeño Juanito, que había iniciado una infantil porra en honor de la Laguna Sagrada y a la que los pequeños Vicente e Ignacio se sumaron de inmediato. Instantes después y con los últimos rayos del atardecer, todo Nuevo Camino se desgañitaba lanzando al aire atronadoras porras, cada vez más sonoras e intensas en honor del vaso sagrado.
Cuando desfallecidos terminamos de lanzar nuestra última y afónica porra, nos encontrábamos todos empapados por completo debido a que la apacible marea que hasta entonces nos había acompañado, era ahora una multitud de olas que iban y venían en todas direcciones bañándonos materialmente por todos lados, al tiempo que intensas ráfagas de viento iban y venían en todas direcciones aullando por doquier. El más impresionado de todos por esta evidente señal de acuse de recibo por parte del Espíritu sagrado y los guardianes del lugar era Don Antonio, quien incapaz de hablar derramaba abundantes lágrimas por sus mejillas.
Sabedores de que el ritual había concluido, uno a uno fuimos rompiendo nuestra formación circular saliendo del agua hacia la seca y cálida ribera y con rumbo al lote baldío que nos había servido de paso franco a la carretera ribereña durante el inicio de nuestro trabajo en la Laguna Sagrada.
Nos preguntábamos si con la penumbra que ya se cernía sobre nosotros no estaríamos incurriendo en algún traspaso ilegal de propiedad al atravesar a esas horas por el lote con barda de alambre de púas. Como no existía en esos momentos ninguna otra alternativa para cruzar desde la ribera de la Laguna Sagrada hacia la carretera ribereña, decidimos intentarlo y nos encaminamos en formación uno a uno, rumbo al punto de cruce, con Rosana al frente.
Casi cuando la avanzada de nuestro grupo llegaba a la barda de alambre escuchamos todos un grito ahogado de Rosana que denotaba sorpresa. Félix y yo que cubríamos la retaguardia nos disponíamos a ir a investigar por si las dudas, pero al notar que el grupo continuaba avanzando sin dificultad, decidimos esperar y continuar la marcha sin romper la formación. Al llegar al cruce de la barda para ingresar al lote baldío, nuestra sorpresa fue mayúscula al descubrir la presencia de un anciano vestido a la usanza del lugar que había abierto la puerta de alambre y amablemente la sostenía para permitir el paso de todo Nuevo Camino, sonriendo al paso de cada miembro del grupo.
– Pasen, pasen, yo cierro la puerta, no se preocupen, pasen – nos decía uno a uno.
Comprendiendo que debíamos proseguir en completo silencio, nuestro grupo se internó caminando en la penumbra por el lote baldío que era en realidad una pequeña huerta de árboles frutales cuyas hojas y flores a esas horas de la noche desprendían intensos y agradables aromas a limón, mandarina, naranja y lima. Alcanzamos con prontitud el otro extremo de la pequeña huerta cuya puerta de alambre se encontraba también abierta de par en par.
Al cruzar la carretera ribereña y una vez del otro lado, el corazón grupal de Nuevo Camino intuyó sin lugar a dudas que todo había terminado. Habíamos logrado concluir venturosamente con un círculo sagrado alrededor de nuestra querida Laguna de Chapala. La puerta había sido cerrada por un guardián del lugar. El Sagrado Espíritu que anima la Laguna Sagrada había recibido nuestro ingenuo mensaje de amor y entrega en favor de su pronta recuperación. La petición de ayuda del Anciano Verde había sido cumplida. Ahora todo estaba en manos del Sagrado y Altísimo Espíritu que a todos nos anima y de los guardianes del lugar.
Respuesta Celeste
El siguiente temporal de lluvias que se abatió sobre toda la república Mexicana y particularmente sobre la micro-región y río alimentador de la Laguna de Chapala, su Laguna Sagrada, fue tan intenso que todas las presas que normalmente le esquilmaban el preciado líquido tuvieron que abrir sus compuertas para evitar el colapsarse por la presión causada por la sobre-abundancia del agua que caía de los cielos.
La Laguna Sagrada experimentó una recuperación en su nivel nunca vista en los últimos veinticinco años.
El Espíritu Sagrado que le anima decidió permanecer en ella.
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