Saúl Ulises Ibarra Ramos está nominado al Premio Nacional de la Juventud por su trayectoria musical que lo ha llevado a países como Kazajistán, España, Italia, Estados Unidos y Canadá
Saúl Ulises Ibarra Ramos dando un recital de piano. Foto: cortesía.
Miguel Cerna. – Saúl Ulises Ibarra Ramos nació grande. No solo porque su apariencia física y madurez mental no corresponden a sus 16 años de edad, sino por su precoz incursión en la música clásica. A su corta edad ha pisado recintos emblemáticos como el Teatro Degollado en Jalisco, la Sala Roberto Cantoral en la Ciudad de México o el Carnegie Hall de Nueva York en Estados Unidos.
Saúl viste de manera pulcra. A pesar de que no porta un traje de gala como es común verlo, los lentes y el reloj dorado le dan un toque de formalidad. La pubertad hace interferencia en su voz, ya no es la de un niño pero tampoco la de un adulto consolidado. Es delgado y alto, rondará el metro 70; de piel blanca y pelo lacio.
A primera vista parece tímido, pero basta con escuchar su opinión sobre el arte, la música actual, la cultura, la política y la educación para darse cuenta de que no. Es más bien sincero y directo. Fabiola Ramos, su madre, quien lo acompaña, suaviza sus respuestas.
Saúl Ibarra empezó a tocar a los siete años con la maestra Cecilia Garduño Ochoa de Ajijic, su primera mentora, pues más allá de enseñarle a “apretar” las teclas, le hizo desarrollar un amor por la música. La inspiración llegó a través de su hermana, cuatro años mayor que él. A pesar de que Fabiola (como su madre), abandonó la música, la inspiración permaneció, pues es ella quien lo acompaña en sus viajes.
“Saúl no era un niño al que había que poner a estudiar, para Saúl el piano era mañana, tarde y noche; una vez que se sentó en una silla al piano, no lo volvió a dejar”. Son las palabras de una madre orgullosa.
La música es lo más impórtate para Saúl desde que decidió dedicarse de lleno hace tres años, motivo que lo llevó a integrarse al Instituto Universitario de Bellas Artes de la Universidad de Colima; donde estudia con los maestros Anatoly Zatin y Vlada Vassilieva.
“Sueño que me empiezan a reconocer internacionalmente para recibir invitaciones para tocar con otras orquestas, en otros recintos”, dice con la mirada perdida, como creando la escena en su cabeza.
Su propósito es claro, quiere llegar a ser un gran artista y un digno embajador de la música clásica. Pero el camino no es fácil, su profesión requiere de muchos sacrificios, como la disciplina de practicar de seis a ocho horas diarias. Por suerte, hasta el momento no ha recibido ni felicitaciones ni quejas de los vecinos, dice Saúl entre risas. “Cada interpretación debe ser única, una versión tuya. Requiere mucho tiempo, te absorbe mucho, pero da satisfacción y no me arrepiento de haber elegido este camino”.
Su pasión lo ha obligado a ser cuidadoso con sus dedos. Desde no mojarse las manos después de tocar, hasta dejar de jugar básquet, volibol, y futbol en menor medida. Ahora se concentra en deportes de menor riesgo como el ping pong, billar, ajedrez y tenis. Entre sus pasatiempos favoritos está la lectura, el cine, las matemáticas (fue olímpico estatal), la física y el violín. Fuera de la música clásica, escucha a Queen y Pink Floyd.
El joven músico no está exento de miedos y defectos. No llegar a ser lo que espera de él como músico, o quedarse simplemente como maestro, son los principales. Sentirse “un poco superior” a la gente común por el hecho de entender la “música de verdad” considera él que es uno de los defectos más comunes de los pianistas.
La identidad de Ibarra Ramos es confusa: nació en Guadalajara, vivió en Ajijic, su familia está en Jocotepec y desde hace tres años lo adoptaron en Colima. “Me siento de México, soy mexicano”, dice como para no dejar lugar a intrigas.
Hasta ahora, ha cosechado 14 reconocimientos a nivel nacional e internacional, destacando el Special Helena Prize por la mejor interpretación de la obra moderna en la Competencia para Músicos Jóvenes en Países bajos; el Primer Premio en Concurso y Festival de Música Rusa en Vancouver Canadá 2017 y el Segundo Premio en el Concurso Internacional de Piano María Herrero en Granada, España, por mencionar algunos.
Ahora va por el Premio Nacional de la Juventud. Compite en la categoría de Expresiones Artísticas y Artes Populares de 12 a 17 años. El premio consiste en el reconocimiento nacional, un estímulo económico de 150 mil pesos y una medalla que otorga personalmente el Presidente de la República.
Su postulación se logró gracias a las 10 cartas de instituciones gubernamentales y asociaciones civiles que lo apoyaron, como el gobierno de Chapala, Jocotepec y Colima; El Poder Judicial de la Federación, una diputada, el Consulado de Polonia, entre otros.
Su meta final, después de todo el perfeccionamiento que tiene que hacer, es volver a México para compartir todo su conocimiento a través de una escuela. Ulises concluyó con su frase favorita de frase de Sergei Rachmaninoff: “La música es suficiente para el tiempo de vida, pero el tiempo de vida no es suficiente para la música”.
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