Mi amigo “El Grillo”
Por: Santiago Baeza.
Lo conocí durante mi adolescencia. Yo llegué a ir algunas veces a la Ciudad de México con los amigos con los que me juntaba en aquel tiempo. Solíamos hacer esos viajes a la capital para ir a los antros de moda y nos hospedábamos en su casa, ya que él era tío de dos de mis amistades.
Debo de confesar que al principio le tenía algo de miedo, pues tenía la actitud de un hombre rudo e imponente. De entrada nos puso una única regla: En su casa se podía consumir cualquier tipo de droga, excepto tabaco. Nos dijo que al que descubriera fumando cigarrillos se los apagaría en la boca y dormiría en la calle.
El tiempo nos hizo amigos. En mis últimos viajes a México solía ir a visitarlo. Descubrí que aquel tipo rudo, ya envejecido, tenía un gran sentido del humor y del cinismo. Llegamos a pasar largas horas sentados en la terraza de su hermosa casa en Las Lomas, mirando hacia la barranca, bebiendo mezcal y compartiendo anécdotas. En verdad nos tomamos cariño.
Sus historias eran impactantes. Tanto así que en alguna ocasión le dije que algún día escribiría sobre él. Se me quedó viendo muy serio. Entonces añadí:
―Pero ya que te mueras, cabrón.
Él soltó una sonora carcajada.
En sus buenos tiempos había sido judicial federal, de los picudos. Tanto así que en alguna ocasión, en la década de los ochentas, el gobierno lo mandó a Guadalajara a negociar con Rafael Caro Quintero. Ahí estaban sentados, en la mesa redonda de una habitación, viéndose frente a frente, narcos y policías.
Él último en llegar a la cita fue el capo, en camiseta y ataviado en carrillera doble cruzada, al estilo zapatista. Sólo que en vez de balas, las carrilleras traían incrustados dos hileras de primos, es decir, cigarrillos hechos a mano, con marihuana y cocaína en su interior.
Caro Quintero saludó, tomó su lugar y antes de comenzar el diálogo desprendió uno de los primos de la carrillera y lo encendió, le dio una fumada y lo pasó a uno de sus lugartenientes. Uno a uno fueron fumando hasta que el primo llegó a manos del primer judicial. Este intentó pasarlo al siguiente compañero mientras decía “Yo paso”. En ese momento, “El Grillo” dio un manotazo en la mesa y con voz alta y áspera le dijo a su subalterno:
―Usted viene bajo mis órdenes. Si yo le digo respire, usted respira. Si yo le digo que no respire, usted deja de respirar. Así que fúmele, hijo de la chingada.
Todos fumaron.
“El Grillo” continuó con su relato:
―¿Tú crees, Santiago? Si la reunión se hubiera filtrado, al primero que me matan es al que no fumó, y yo siempre me preocupé por mi gente.
En otra ocasión, “El Grillo” logró confiscar un paquete de cocaína. Supongo que no fue un gran decomiso, pues el paquete cupo dentro de una de las bolsas de su chaqueta de cuero. El día habría sido intenso, pues mi amigo decidió irse a su casa a descansar y entregar el paquete a la delegación al día siguiente muy temprano. Así que colgó la chamarra en el perchero y se metió a su cama a dormir.
Uno de sus hijos tomó sin permiso la chaqueta de cuero y se fue al antro a bailar. En ese tiempo, el lugar de moda en el entonces Distrito Federal era el Bull Dog. Ya adentro descubrió la cocaína. Esa noche, junior fue el alma de la fiesta y por supuesto, de nariz en nariz el decomiso se esfumó.
A la mañana siguiente El Grillo despertó, tomó el abrigo del perchero y notó que estaba vacío. También descubrió que uno de sus hijos no había podido dormir en toda la noche. A falta de pruebas, no le quedó otro remedio que presentar a su propio hijo en la delegación.
―A ver, pendejo. Dile al comandante lo que pasó.
El hijo cantó y el superior, generoso, hizo una excepción y tiró a la basura la carpeta de investigación.
Yo dejé de ir a la capital unos dos o tres años. La semana pasada regresé y pregunté por él. Tenía la ilusión de ir a saludarlo. Me dijeron que hacía varios meses había fallecido. Luego me comentaron que se negó a ir al hospital. Aguardó su muerte bebiendo café y mezcal. A mí me inundó la tristeza. Así que busqué el bar más cercano y me empiné uno, dos, tres mezcales en su memoria.
Descanse en paz mi amigo “El Grillo”.
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