De sus 105 años de vida, más de 65 los dedicó a cuidar el panteón.
Miguel Cerna.- Es imposible concebir el Cementerio de Jocotepec sin evocar la presencia de “Chencha” o “La Cuata”, quien dedicó más de 65 años a cuidar a los moradores eternos del recinto.
Crescenciana Cortés Cantor, viuda de Garavito, fue una mujer que vivió 105 años, de los cuales dedicó la mayoría a proteger, acompañar y orar por las ánimas, a quienes de cariño apodó “calvitas”.
Aunque es difícil ubicar con exactitud la fecha de su nacimiento, su nieta Martha Cuevas Garavito, de 69 años, lo sitúa en un cinco de mayo de 1875, debido a que falleció un 28 de septiembre de 1980; siendo el amor a su familia y a sus “calvitas” lo que definió su longeva y laboriosa existencia.
Junto con su esposo Zenón Garavito, Crescenciana procreó siete hijas: Macaria, Petra, Alejandra, Sofía, Benita, Manuela y Victoria, además de un varón que falleció de chiquito, por lo que se desconoce el nombre con el que fue bautizado.
Con el tiempo, sus apodos -el de “La Cuata”, por haber nacido junto con su hermana Pioquinta, y el de “Chencha”, correspondiente al diminutivo cariñoso de su nombre-, fueron acuñados por la gente como una advertencia de muerte: “te vas a ir con Chencha”, o como consuelo ante lo mismo: “ya se fue con La Cuata”.
Crescenciana, fue una mujer de piel morena, delgadita y de aproximadamente 1.52 metros de estatura. Alegre, cantora de rancheras y bailadora; aunque también mandona, regañona y mal hablada… “pero bien buena”; no en balde, sus recordatorios a la madre eran ampliamente solicitados por las personas que la trataban, según confesó su nieta Martha.
Prácticamente, “La Cuata” dedicó su vida a cuidar a los muertos. Desde temprano se iba al panteón, lo recorría rezando, platicaba con las ánimas y por la tarde se recogía a su casa, que no era mucha la diferencia, pues la barda de su patio era la misma que la del camposanto.
“Mi Chencha entraba al panteón, se persignaba y les decía: ‘ya llegué mis calvitas, y aquí les va su rosario’ y empezaba a rezar y caminaba todo el panteón, luego se hincaba en el mezquite, ahí terminaba el rosario ella y decía que cuando el mezquite rechinaba, a alguien iban van a llevar y sí, se moría alguien”, relató su nieta, quien siempre estuvo a su lado.
Como testimonio de su presencia entre las tumbas, existen dos fotografías tomadas justamente en el mezquite en donde descansaba que, según le contó su abuela a Martha antes de morir, se secó luego de que le cayera un rayo.
En el retrato -del que se desconoce tanto su autor como su fecha-, se ve a “La Cuata” reflexiva, con su rebozo en la cabeza enmarcando sus arrugas, su mirada perdida y sus manos cruzadas sostenidas en el regazo de sus enaguas, atuendo que siempre vestía.
Para su nieta, el secreto de la larga vida de su abuela fue el trabajo, además de su fervor por las ánimas.
“Para nosotros fue como nuestra mamá, no como una abuela porque todo lo que sabemos, ella nos lo enseñó. Nos enseñó a trabajar en el campo, porque nos llevaba a cortar cacahuate a un lado del panteón, a juntar semillita de chicalote y semillas de higuerillas; todo eso nos llevaba a juntar y lo vendía con Doro (una tienda de abarrotes)”, recordó con nostalgia.
Mientras Crescenciana Cortés vivió, no hubo difunto tendido al que no le rezara y si se le escapaba, sus oraciones lo alcanzaban en el panteón. Fue la fe otro de los sustentos de su familia.
“A veces no teníamos para comer y decía ‘o verán horita’ y nos llevaba al panteón y nos ponía a rezar caminando; caminando y rezando, y no faltaba quien llegara y le diera dinero. Con eso nos compraba algo para comer”.
En torno a su figura, existen decenas de anécdotas, mitos y bromas, que por su carácter amistoso y dicharachero, permearon en el imaginario colectivo de los jocotepenses. Una de las cosas más recordadas, es que disfrutaba de asustar a la gente que ofendía o se burlaba de sus “calvitas” como escarmiento.
Por ser de “madera fina”, el paso del tiempo poco pudo hacer en el semblante de “La Cuata”, quien murió caminando, e incluso, al cumplir sus 100 años, todavía se echó un zapateado. Cinco años después, se reunió del otro lado del umbral con sus “calvitas”.
“Ella cuando murió no hizo cama, se fue acabando, se fue acabando. (Un día antes) se fue del panteón de la casa en la tarde, al otro día se acostó en su camita, pidió su rosario, nos puso a rezar y rezando, nomás se oyó que dijo: ‘ahora sí mis calvitas, ya vengan por mí’ y se quedó dormida; se fue. Esa fue su muerte”, rememoró su nieta.
Aunque Crescenciana Cortés Cantor, viuda de Garavito, falleció hace ya 39 años, sigue siendo un personaje obligado en el imaginario colectivo durante la conmemoración del Día de Muertos, quizá como consuelo de que en algún momento todo los jocotepenses nos iremos a descansar eternamente con “La Cuata”.
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