Por el Dr. Roberto Arroyo Olivarez
E-mail: drrobertoarroyo@hotmail.com
“Porque a mí me podrían arrancar el recuerdo como un brazo, pero no la esperanza que es de hueso; y cuando me la arranquen dejaré de ser esto que te estrecha la mano”.
– Jorge Debravo
Eran las 9 de la mañana del miércoles 22 de abril de 1992. Después de dejar a mi hijo en la primaria cercana a mi casa, me dirigía a mi consultorio, cercano al Centro Médico en Guadalajara, cuando recibí una llamada de uno de mis amigos para pedirme que lo llevara a ver un vehículo que compraría en una agencia de autos que se encontraba cercana a la Basílica de Zapopan. Lo recogí en su casa y nos dirigimos a ver su nueva compra. Cuando estaba cerrando el trato, en la oficina de la agencia empezamos a ver en la televisión una noticia que nos dejó atolondrados: se hablaba de una serie de explosiones que estaban ocurriendo en la zona céntrica de Guadalajara y no se explicaban ni por qué, ni el número, ni el origen de las explosiones. Como impulsados por un resorte, nos miramos uno al otro y casi al mismo tiempo pensamos, si decirlo: ¡nuestros hijos, las esposas, la familia!…buscamos la manera de llamar por teléfono, pero las dos líneas que tenía la empresa estaban ocupadas, por lo que decidimos correr a nuestras casas. Le pedí de favor a mi amigo que fuéramos primero a mi casa y de allí llamaríamos a su casa y a su familia, que estaban más distantes, a lo cual accedió nervioso y preocupado. Afortunadamente, mis hijos ya se encontraban en mi casa, y mi esposa se encontraba bien en su trabajo, por lo que le comenté a mi esposa que no se preocupara, que yo iría a ver a nuestras familias y le avisaba. Por suerte, mi amigo pudo comunicarse a su casa y también se encontraban bien, aunque la angustia no cedía, pues los dos teníamos familiares por donde se decía que habían ocurrido las explosiones.
Decidí llevarlo y después de verificar que todo estuviera bien, me dirigí hacia la casa de uno de mis hermanos, ya que una de las más fuertes explosiones habían ocurrido muy cerca de donde él vivía. Eran cerca de las 12 del día y ya se había establecido un cerco militar y no permitían el paso de los vehículos, por lo que tuve que dejarlo muy distante, dirigiéndome a pie aproximadamente a 8 calles del cerco, hacia la casa de mi hermano. Dos de sus hijos se encontraban en la casa y me dijeron que mi hermano, su esposa y una de sus hijas, se habían ido a vender su mercancía a San Juan de Dios, por lo que fue mayor mi angustia. Caminé desde la zona del Poli en Boulevard y la Olímpica, hacia San Juan de Dios, pero cuál fue mi sorpresa al llegar a la zona cercana a la Plaza de la Bandera y posteriormente caminar por Medrano, cerca de la Central Camionera Vieja; lo que vi, jamás se olvidará de mi mente: imágenes dantescas, como de una ciudad bombardeada; autos y camiones en las zanjas que se abrieron con las explosiones; gente gritando desesperada, buscando a sus seres queridos, el ulular de las ambulancias, gritos de auxilio por allá y de órdenes por acá; la gente ayudando con palas, con barras, con las manos, con lo que podía, para escarbar, tratando de encontrar no se qué…me encontraba muy aturdido y asustado y en mi carácter de médico pedí apoyar, pero los soldados no me dejaron pasar. Caminé hacia San Juan de Dios para ver si de casualidad encontraba a mi hermano y su familia, y cada calle aledaña que caminaba, cada paso que daba, las imágenes eran increíbles: autos y hasta una camioneta lanzados hacia las azoteas de unas casas. No me explicaba por qué tanta intensidad de la conflagración. Los socorristas pedían a la gente que les dieran paso, ya que muchas personas se apilaban a cada camilla que sacaban esperando identificar a algún vecino o conocido. Habían pasado ya casi cuatro horas desde que empecé a caminar y cansado, temeroso, asustado, olvidándome del vehículo que había dejado ya muy lejos, camine hacia lo que fue hasta hace poco el Mercado Corona. Se sentía una sensación de miedo, de angustia, de soledad, de desesperanza; ningún negocio abierto, solo el sonido de las sirenas, de las patrullas y de los bomberos. Llegué a la Plaza Guadalajara y me senté en una jardinera y lloré, lloré porque en mi vida no había vivido una experiencia tan dramática. Nadie en la calle, solo uno que otro transeúnte que, como yo, se encontraba confundido y temeroso de lo que pudiera ocurrir, ya que el sonido de los vehículos oficiales pedía a la gente no salir de sus casas.
¿Cuántos muertos hubo? ¿Cuántos heridos? ¿Cuántos desaparecidos? ¿Cuánta gente perdió algún familiar, su patrimonio, su casa, su negocio? Nadie lo sabe, porque no hubo quién hiciera un censo confiable. Luego nos enteramos por los medios que llegaron por la tarde-noche el presidente en turno, Carlos Salinas de Gortari, el gobernador, Cosío Vidaurri y el alcalde de Guadalajara, Enrique Dau. Hay quien dice que fue tanta la molestia del presidente, que en ese momento le pidió la renuncia al gobernador. Hay gente que dice que, para ocultar parte de la magnitud de la tragedia, mandaron por la tarde la maquinaria del gobierno a tapar gran parte de las zanjas, con gran parte de los vehículos y personas que se encontraban enterrados, e inclusive, hay gente que dice que hubo gente que la enterraron viva en esa acción. Tal vez algún día se sepa la verdad. Lo cierto es que el señor cura del templo de San José de Analco, muy cercano a la zona del conflicto, pidió a la gente que le ayudara a hacer un recuento de la gente, entre sus vecinos, que ya no vieran en su vecindario. A este padre lo mandó callar y lo amenazó el gobierno. Mucha gente dice que fue Pemex, otra que vertieron gasolina a los ductos porque en la planta habría una auditoría y no podrían justificar el exceso de producto. A la fecha, todo es especulación, porque quienes tienen la verdad no se han atrevido a hablar.
Hubo una investigación de la cual se desprendió la renuncia del gobernador Guillermo Cosío Vidaurri y el encarcelamiento de algunos funcionarios, entre ellos el actual director de Siapa, Aristeo Mejía Durán y del alcalde Enrique Dau Flores. Tal vez algún día se sepa la verdad, tal vez. Lo cierto, es que para muchas familias su vida nunca será la misma. Cada pérdida de vidas, de patrimonio y de negocios se constituyó en su propia tragedia, en una tragedia de dimensiones inimaginables; en una tragedia histórica para la vida tranquila y sana de la gran ciudad.
Nota publicada en la edición impresa Laguna 171.
Arnoldo: Los columnistas de un periodico regularmente hablan de trmas de interes publico, cómo éste que estas cuestionando.
En este caso es sobre un hecho histórico de nuestra ciudad capital del Estado
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Sigo sin entender el proposito de esta columna.
Lo que escribe este colaborador es acerca de que? Medico, historico…
Creo que su periodico en general las aportaciones son buenas, pero no han podido bien definir y estructurar que hace quien sin invadir otros temas.
Por ejemplo estan sobresaturados de politica cuando habemos muchos a quienes eso ni nos interesa.
Una disculpa, pero es mi humilde opinion.