“Yo me emociono tejiendo. Lo agarro como un deporte. Entre más figuras le estoy poniendo, más feliz me siento”.
Luis Vázquez Avelar le abre las puertas de su casa a cualquiera que se interese en su arte
Miguel Cerna (Jocotepec, Jal.).- Luis es una de las pocas personas en Jocotepec que trabaja el arte del telar en su forma tradicional. Se ha ganado el reconocimiento de la gente por sus diseños originales y por sus diseños a pedido en sarapes, tapetes, morrales, cobijas y cortinas.
Luis Vázquez Avelar le abre las puertas de su casa a cualquiera que se interese en su arte. Es amable y muy platicador, así como habla de su trabajo, cuenta chistes y anécdotas que han marcado su vida. Es de estatura media y de piel clara curtida por el sol. Tiene 64 años de edad pero luce lleno de vida. Su cara aún no muestra arrugas y su pelo sigue siendo negro. En sus ojos aún se puede ver un dejo de juventud palpitante, que se apodera de él cuando se va a pasear en su moto.
Ha tejido toda su vida. Dice que nació aprendiendo; uno de sus primeros recuerdos es el de su padre arriba del telar. Desde muy temprana edad, aprendió el oficio de la familia, aunque de niño no le gustaba tejer, porque lo hacía por obligación. En su casa “no había gente huevona”, decía su madre. Todos tenían que ayudar de alguna forma en los gastos del hogar. Su única hermana hacía los hilados, su madre las canillas y a él y su padre les tocaba tejer los sarapes.
A medida que fue creciendo, Luis fue encontrando el amor por el tejido. Poco a poco fue aprendiendo de su padre los diseños que realizaba en sus creaciones. Pero él no estaba conforme. Se salió de la línea, y empezó a poner letras. Ésa fue su aportación al arte de su familia; su padre nunca pudo hacerlo porque era analfabeta.
Cuando sus padres murieron, Luis tuvo que arreglárselas para salir adelante. Combinó el telar con otra de sus pasiones: la agricultura. A Luis le encanta sembrar, cosa que se puede ver reflejada en el patio de su casa. Él aprovecha el tiempo de “aguas” para sembrar maíz colorado, frijol y calabaza en el cerro. Este año echó tres hectáreas. Esas ganancias y las de una casa que renta, le permiten irse “remendando” en los gastos, porque los telares ya no se venden como antes. “Solo me la he rifado”, dice con orgullo.
En una semana, Luis puede tejer de dos a tres sarapes. Depende de cuánto madrugue. Su secreto está en subirse en el telar y no bajarse más que para comer y para ir al baño, porque si descansa se “enchocha” y ya no quiere seguir. Dice que tiene que hacer las noches días para salir adelante, pero lo disfruta: “Yo me emociono tejiendo. Lo agarro como un deporte. Entre más figuras le estoy poniendo, más feliz me siento”.
Su esfuerzo tiene diferentes precios, dependiendo del diseño y del tamaño de la pieza. Hace tapetes de 150 y 300 pesos, sarapes de van desde los 500 a los mil pesos, morrales de 150 y cobijas matrimoniales de 2 mil pesos. Caballos, toros, flores, iglesias, lagos, personas, escudos de quipos de fútbol, cacatúas, cotorros, árboles, gallos, lobos, son sólo algunas de las muchas figuras que adornan sus creaciones.
Lamentablemente, el telar ya no es tan valorado como antes. Recuerda que cuando tenía 15 años vendía hasta cuatro telares al día. Ahora a la gente se le hace “un dineral” lo que cobra Luis por su trabajo. “Este jalecito ya no sirve”, dice con un deje melancólico. Tiene dos meses sin fabricar nada. Con tristeza tuvo que despedir a la gente que le ayudaba, porque no puede seguir tejiendo mientras no venda lo que tiene almacenado.
Luis Vázquez no tiene idea de cuantas cosas ha tejido en su vida, pero sabe que ha hecho “un chingadal”. Tan sólo en su bodega tiene cientos de sarapes, cobijas, morrales y tapetes apilados, en todos los diseños habidos y por haber. Ahí tiene su seguro de vida. Aunque está muy mala la situación, Luis sabe que los va a vender. “Quizá no sea hoy, ni mañana. Pero algún día”, dice optimista.
Luis vive feliz en su casa antigua, siempre acompañado del telar, de su grabadora y de su moto. Él disfruta cada día de su vida, pues sabe que la muerte es muy impredecible. Por eso se da “vida de artista”. Le gusta desayunar en restaurantes, ir al mar, salir a pasear en su moto y darse sus “gustitos”.
¿Qué más le puedo pedir a la vida?, dice Luis Vázquez Avelar con los ojos llenos de vida.
Foto: Miguel Cerna.
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