Educación en crisis
Port Santiago Baeza.
El sistema educativo mexicano está pasando por una crisis y por lo que se ve, este problema todavía no toca fondo. No hablo sólo por los actos de reprobable violencia que se han suscitado entre la policía federal y los profesores disidentes del CNTE, sino por una larga y preocupante lista de factores que de no atenderse de forma urgente, mantendrán a nuestras sociedades, en especial a nuestras más jóvenes generaciones, en desventaja cultural, técnica y tecnológica ante otras sociedades.
Aunque no queramos verlo, el problema educativo nacional trasciende las eventuales noticias que provienen desde Oaxaca y afecta también a los sistemas educativos ribereños, tanto públicos como privados, en básicamente todos sus niveles, desde preescolar hasta los niveles técnico y universitario.
A pesar de la inmensa cantidad de recursos que el Estado invierte en educación, los resultados del nivel de los estudiantes mexicanos es para dar vergüenza. Según el informe titulado How´s life que en 2015 presentó la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), nuestro país ocupó el vergonzoso lugar treinta y seis, de treinta y seis naciones estudiadas. Así de triste.
El sindicalismo mexicano histórico, que se formó legítimamente para defender los derechos laborales de la clase trabajadora mexicana en otros tiempos, rápidamente fue absorbida por el régimen postrevolucionario, con el único objetivo de engrosar los contingentes del partido oficial y utilizar al llamado “sector popular” en marchas, mítines, grupos de choque y demás instrumentos humanos de poder. El gremio educativo fue uno de los primeros en consolidarse, justo en la época dorada del cardenismo.
El pacto del gobierno con líderes sindicales corruptos y manipuladores se mantuvo durante el resto del siglo pasado, hasta que el PRI, tras desastrosos gobiernos de pseudoizquierda en la década de los setentas, tuvo que dar un golpe de timón en sus políticas, pues de la noche “lopezportillezca” a la mañana “delamadridezca”, los jerarcas de ese partido decidieron abrazar el neoliberalismo.
Paulatinos cambios en las políticas sociales del país fueron provocando el enfriamiento del pacto entre los sindicalistas mexicanos y el gobierno. Otra vez, los profesores mexicanos fueron los primeros en desmarcarse del PRI y hasta partido propio crearon.
La presunta reforma educativa no es tal sino, simplemente, una reforma laboral neoliberal para el sector educativo, una más de todas las reformas neoliberales de Peña Nieto. No resuelve ninguno de los problemas de fondo que vive hoy este importante sector, única fuente segura para el desarrollo de nuestra sociedad a futuro. Lejos de ello, sólo viene a reposicionar el debate ya demasiado prolongado sobre el necesario y urgente cambio que merece nuestro actual sistema educativo.
Creo que es positivo que los profesores sean evaluados constantemente, que las plazas no deben ser hereditarias ni vendidas, que los sindicatos no deben tener injerencia en nombramientos, pero, ¿y qué hay de la escandalosa reducción de contenidos y materias? ¿Cuál es el objetivo de eliminar los “conocimientos” y sólo enseñar “habilidades”? ¿Qué clase de sociedad se busca a futuro? ¿La del ciudadano dócil? ¿Una sociedad conformada por empleados robotizados en un país de maquiladoras extranjeras?
Ni siquiera los privilegiados que pueden pagarse una educación privada gracias a los ingresos familiares se salvan, pues en los resultados de las pruebas no muestran una significativa diferencia en sus niveles de conocimientos o habilidades. Por si esto fuera poco, el negocio educativo y los altos costos de mantenimiento en los planteles particulares hacen que su oferta se masifique, de tal forma que la atención a cada alumno sea finalmente precaria.
El sistema educativo nacional debe refundarse. El debate educativo debe trascender el aspecto laboral y situarse, además de la cobertura, en generar nuevas opciones de educación y no sólo en un único modelo impuesto.
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