Nosotros los hombres
Por Santiago Baeza.
El pasado ocho de marzo se conmemoró el Día Internacional de la Mujer. No se trata de una fecha para celebrar, como si fuera el día de la madre, sino para crear conciencia sobre lo lejos que está nuestra sociedad en términos de equidad de género, no solo en México, sino en básicamente en el mundo entero.
La mexicana, es y ha sido siempre una sociedad machista y patriarcal. En general, los mexicanos hemos sido educados en una lógica de superioridad. En mayor o menor medida, el hombre de la casa se asume como una autoridad sobre el resto de la familia; el que tiene la última palabra; el que puede imponerse incluso con violencia, cuando considera que existe la necesidad de usarla para dejar en claro quién manda.
Esta dinámica abusiva funcionó relativamente todavía durante el siglo pasado, debido a la ausencia de leyes, instituciones y movimientos sociales organizados que hoy sí existen. Pero sobre todo, al importante cambio que se dio en las dinámicas laborales, ya que hoy el hombre por sí solo no tiene, en la mayoría de los casos, la capacidad de mantener un hogar. La mujer hoy es parte fundamental del ingreso familiar y por lo tanto, una aliada en la toma de decisiones.
El problema es que nosotros los hombres nos negamos a reconocer que los tiempos ya cambiaron, que las épocas de superioridad sexual son cosa del pasado, que nuestra única superioridad, la física, nos deshumaniza, nos convierte en bestias, en criminales. La mujer no es un objeto, sino un ser humano con derechos igual que nosotros. Las mujeres no nos pertenecen. Ellas deciden si quieren o no ser nuestras compañeras y pueden dejarnos en el momento que así lo quieran.
No tenemos ningún derecho a decidir por ellas, a callarlas porque creemos que no saben, a burlarnos de su físico o de sus ideas. Tampoco tenemos derecho a humillarlas, o a faltarles el respeto cuando caminan por la calle solo porque se ven “bonitas”. Hostigarlas, acosarlas e incluso amenazarlas para obligarlas a algo que no quieren, resulta ruin y asqueroso. Poseerlas por la fuerza es un crimen atroz y quitarles la vida, un acto de crueldad indescriptible que debería castigarse con la mayor de las penas.
Pareciera que lo anterior resulta obvio y que todos lo sabemos, pero las estadísticas sobre violencia contra la mujer en México nos desmienten: el feminicidio ha incrementado en un 78 por ciento en los últimos siete años; hasta este momento hay más de veintiséis mil mujeres desaparecidas y la cifra aumenta día con día; nueve de cada diez asesinatos de mujeres queda impune, solo por ofrecer algunas cifras. Esto demuestra que aunque se han dado cambios importantes en materia de equidad, nuestra sociedad se resiste a adaptarse a esta nueva realidad.
Por eso salen año con año enfurecidas, por eso la destrucción queda como rastro tras sus marchas. Es la furia contenida por cada abuso, violación y muerte acumulados. Porque ahora, lo que le pasa a una, les pasa a todas. El dolor es compartido, la angustia generalizada por cada desaparecida se traduce en una búsqueda masiva. Se tienen a ellas, se acompañan y defienden entre ellas, porque en general, los hombres no somos capaces ni siquiera de entender que es con nosotros con quienes ellas corren peligro.
Sirva esta fecha para que meditemos sobre lo que cada uno de nosotros hace o ha dejado de hacer para permitir que el machismo se mantenga como un vicio cultural en nuestra sociedad. Ese chistecito denigrante, esa actitud lasciva e insistente, ese manotazo en la mesa, por más que queramos justificarlo, corresponde a una actitud machista. Y vaya que no escribo estas líneas desde la superioridad moral. Yo también fui educado en una familia tradicional mexicana, yo también he cometido errores amparado en mi “hombría” y yo también tengo mucho que aprender sobre respeto y equidad.
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