EXPROPIAN LA HACIENDA DE LA LABOR
Una colaboración del Archivo Histórico de Chapala.
Rafael García Villaseñor, agricultor y vecino de Guadalajara, ante usted señor Gobernador del Estado, expongo:
Cuando sufre ultrajes inauditos la justicia, por necesidad y por derecho, es preciso clamar en voz alta contra tales ultrajes. Y si éstos no son sino episodios de una conjuración sistemática o de equivocado programa contra los más vitales intereses de la patria, tal necesidad es mucho más justificada y apremiante. En mí ha sido gravemente violado el derecho, como resultado de la injusticia política agraria de la revolución, que exacerbada durante los últimos meses, particularmente en Jalisco, está orillando al país a crisis gravísima cuyos resultados nadie puede sinceramente ignorar.
Cumplo con un deber y ejercito un derecho dirigiéndome a usted, depositario de una autoridad cuya función no es otra que defender a toda costa la justicia y cuidar y promover los intereses sociales. Por tanto, a la ilustrada consideración de usted someto lo siguientes hechos, rápidamente enunciados:
Prescindo de referirme a los enormes perjuicios que consisten en pérdidas de cosechas y ganado, préstamos, etc., sufrí yo, como la generalidad de los propietarios rurales, durante la revolución, y me limitare a las especiales mutilaciones y despojo que han afectado a mi finca “La Labor”, situada en la municipalidad de Chapala.
A raíz del triunfo de la revolución, mi referida propiedad fue invadida casi en su totalidad por vecinos del pueblo de Santa Cruz de la Soledad, ya por atentatoria iniciativa propia, ya por rendiciones o de la Comisión Local Agraria. Este estado de anarquía se prolongó durante cuatro años aproximadamente, y al fin recuperé mis tierras, excepción hecha de trescientas noventa y seis hectáreas con que la Comisión Nacional Agraria dotó al mencionado pueblo de Santa Cruz de la Soledad, comprendidas en dos fracciones distintas y separadas.
En una de ellas, perdía la mitad del vaso o caja del agua del potrero de “El Llano”, estando ya concluidas las obras costosas de mampostería en el arroyo de “Los Sabinos”, y en construcción los bordos; la capacidad del vaso, según cálculos científicos, que obran en mi poder, del ingeniero comisionado al efecto, sería de dos millones ciento cincuenta y un mil novecientos treinta y un metros cúbicos. Bastante para regar dos veces mil setenta y cinco hectáreas de terreno.
En otra fracción adjudicada al pueblo de Santa Cruz de la Soledad, quedaron comprendidas aproximadamente cuatro quintas partes del vaso de la presa de “El Tecolote”, la cual, completamente terminada, tenía una capacidad de un millón setenta mil cuatrocientos diez metros cúbicos, con los cuales regaba una extensión de ciento setenta y siete hectáreas de terreno. La pérdida de los referidos vasos arruinaría completamente a mi finca, pues no había manera de almacenar el agua indispensable para los riegos y en tal sentido formule oposición razonada y convincente ante la Comisión Agraria. Excusado, es decir, que todo fue completamente inútil y que el ruidoso despojo subsede aún.
Mutilada mi finca privada como queda expuesto, y en la necesidad de cultivar lo que de terreno plano quedaba en mi poder, con grandes sacrificios emprendí la instalación de una centrífuga, cuyo elevado precio debo todavía, para regar, según cálculos técnicos, seiscientos veintitrés hectáreas. En el presente año, comencé a utilizar la centrífuga, elevando el agua a cuatro metros de altura, siendo mi propósito construir las obras necesarias para elevar hasta doce metros.
Pero como si los anteriores despojos no bastaran, una nueva extensa dotación de ejidos al pueblo de San Nicolás de Ibarra me priva de la mayor parte del terreno que domina el riego de la centrifuga, y la prensa publica la resolución oficial de quitarme más tierra para Chapala e Ixtlahuacán de los Membrillos.
En suma: una finca que yo adquirir con gravamen de $50.000.00, satisfecho y a fuerza de trabajo, y en el cual deposité mis esfuerzos desde la edad de catorce años; una finca hecha productiva en virtud de costosas obras de irrigación construidas con sacrificios de que sería inútil hablar, queda súbitamente reducida a un cerro, el de “San Francisco”, pues se da a los pueblos, o mejor dicho, a los grupillos de agitadores ambiciosos que usurpan tal denominación, lo mejor de los terrenos planos, tomándolos en puntos distantes de una misma finca y dejando intactas haciendas más grandes y próximas cuyos terrenos repartibles son de inferior calidad, a unas lomas situadas detrás del casco de la hacienda, y a una pequeñísima fracción de plano, de la cual, según propicios conocidos, seré despojado en cuanto haya quien la pida, para lo que se hace ya la propaganda agraria necesaria.
Estas tierras de que ha sido despojado y que yo legítimamente adquirí, están unidas a mí, además, por mi esfuerzo directo y perseverante de muchos años, son y siguen siendo más, y es imposible dejar de protestar cuando se las ve pasar, en virtud de procedimientos incalificables, a manos extrañas que ningún título tiene para apoderarse de lo que es derecho mío, trabajo mío y bien exclusivo mío.
Esa propiedad que se me arrebata y con cuya formación imaginaba yo realizar la más legitima de las aspiraciones y el más sagrado de los deberes de un hombre honrado, cual es asegurar, mediante afanes y sacrificios de toda la vida, la decorosa subsistencia de sus hijos, me arruinan completamente al llegar a la vejez y teniendo siete hijos, todos en la época de la educación y tres de ellos sordomudos, imposibilitados, por tanto, para trabajar. Hay que reconocer que no debo permanecer en silencio ante semejante despojo.
Esa hacienda organizada productiva que constituía una unidad eficiente de la economía nacional y que ahora, despedazada y arruinada, pasa a un régimen de pretendida propiedad y a unas de pretendidos propietarios que, aparte de su falta de derecho, carece también de disposición, de aptitud y de elementos para cultivar debidamente, es una pequeña fuente de producción que se agota en perjuicio del país. Varios pueblos de los dotados con tierras de mi finca, tenían ya tierras propias, completamente abandonadas. Las mías seguían infaliblemente el mismo camino.
Sin embargo, de todo lo referido, la Construcción y las leyes Mexicanas declaran proteger el régimen de propiedad privada, una de las piedras angulares de la estructura social, y proveniente que dos requisitos son indispensables para justificar —excepcionalmente— la expropiación: causa de utilidad pública e indemnización.
Respecto de los hechos referidos, mis probabilidades de indemnización no hacen sino agravar el despojo con la irrisión, y por lo que se ve a la causa de utilidad pública que se invoca para los repartos de tierras, no viene a ser otra cosa, prácticamente, que la ruina de la agricultura, única fuente propia de riqueza nacional, es decir, equivale a calamidad pública.
En consecuencia, la obra sistemática de que yo he sido una de las víctimas que puede sintetizarse en esta fórmula: una gran injusticia al servicio de un funesto error.
Por lo expuesto, a usted atenta y respetuosamente pido que se sirva dictar las disposiciones conducentes para evitar la consumación de los hechos inicuos de que me quejo.
Protesto lo necesario.
Guadalajara, Jal. Abril 25 de 1920.
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