Conciencia Cívica
Por: Gabriel Chávez Rameño.
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Cuando algo no nos gusta del actuar de nuestras autoridades por lo general criticamos y nos negamos a participar en acciones que nos pueden favorecer como ciudadanía, en beneficio social. Nos quejamos de la corrupción y de los malos manejos administrativos, de la mala planeación al momento de realizar las obras y les dejamos la mayoría de las consultas públicas y propuestas de mejoramiento a los políticos, porque “no tenemos tiempo” o “no nos gusta perder el tiempo en eso”, cuando es también nuestra participación es importante para decidir y actuar en la mejora de nuestra sociedad.
Quizás no participando de manera directa pero sí realizando lo que como ciudadanos nos corresponde, cumpliendo con los deberes de pago de impuestos o cuidando nuestro medio ambiente, esto me hace recordar una fábula que a continuación se las plático:
“De cómo el vino se convirtió en agua».
Uvilandia (país de las uvas) estaba lleno de viñedos y todos los habitantes se dedicaban a cultivar uvas y a producir vino, las quince mil familias que habitaban Uvilandia ganaban suficiente para vivir de manera satisfactoria y darse algunos lujos.
El monarca era justo y comprensivo y como el país era muy próspero el monarca decidió reducir los impuestos. Como única contribución para solventar los gastos de la nación se le pediría a cada familia una vez al año, en la época de la producción de vino, llevará al palacio una jarra de un litro del mejor vino que produjera y que lo vaciarían en un gran tonel y de la venta de los quince mil litros de vino obtendrían el dinero necesario para el presupuesto del Estado, los gastos de salud y educación del pueblo. Cuando se supo la noticia, la alegría de todos fue indescriptible.
Y llego el día de la contribución. Los habitantes se recordaban y recomendaban unos a otros no faltar a la cita. La conciencia cívica era la justa retribución al gesto del soberano. Desde temprano, empezaron a llegar de todo el reino las familias con su jarra en la mano. Uno por uno subía la larga escalera hasta el tope del enorme tonel, vaciaba su jarra y bajaba por otra escalera, al pie de la cual el tesorero del reino colocaba en la solapa de cada contribuyente un escudo con el sello del rey. Nadie falto, el enorme barril de quince mil litros estaba lleno.
El rey estaba orgulloso y satisfecho. Cuando el pueblo se reunió en la plaza frente al palacio, salió a su balcón. En una hermosa copa de cristal el rey mando buscar una muestra del vino recogido. Cuando un sirviente trajo la copa al rey, éste se sorprendió al ver que contenía un liquido trasparente y sin olor. Bebió de la copa y confirmó que no sabía a vino.
Mando llamar a los alquimistas del reino para que explicaran la composición del vino. La conclusión fue unánime: el tonel estaba lleno de agua, purísima agua, cien por ciento agua. Se reunieron los sabios del reino para descifrar como se había convertido el vino en agua. El más anciano encontró la respuesta: Esta mañana, cuando Juan se preparaba con su familia para bajar al pueblo, una idea pasó por su cabeza… ¿Y si yo pusiera agua en lugar de vino? ¿Quién podría notar la diferencia? Una sola jarra de agua en quince mil litros de vino… nadie notaría la diferencia, ¡nadie!… y nadie la hubiera notado, salvo por un detalle, ¡todos pensaron lo mismo!…”
Bucay Jorge, “Recuentos para Damiana”, México, Editorial Océano, 2005, págs. 79-82 (Adaptación)
Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Habrá ocasiones en que actuemos como los habitantes de Uvilandia, una pequeña historia que nos puede poner a reflexionar de cómo procedemos ante nuestros compromisos morales y éticos en nuestra vida social y en ocasiones es más redituable actuar que sólo estarnos quejando.
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