Capítulo IV
Malecón de Ajijic. Foto: Domingo Márquez.
Habríamos caminado por espacio de una hora sin mayores eventualidades, salvo detenernos algunas veces para dar a los niños un poco de descanso y libertad, agua o quizás aligerar su carga o su ropa, ante el evidente aumento de la temperatura en aquel soleado domingo.
A medida que caminábamos era posible escuchar un pequeño rumor al principio, el cual se convirtió en música estridente a medida que nos acercábamos a un grupo de turistas de la región que habían logrado introducir sus automóviles hasta la misma ribera de la Laguna Sagrada. Cuando nos encontrábamos a unos cientos de metros del grupo nos fue posible también escuchar sonoros gritos acompañados de toda clase de palabras altisonantes, proferidas por algunos miembros del grupo que se encontraban evidentemente en alto grado de ebriedad.
No parecían ser habitantes propios del lugar, y estaban dedicados a romper con piedras las botellas de licor que ya habían ingerido en su totalidad, las cuales colocaban en la orilla de la ribera, justo en la arena mojada por la marea. Ante el sombrío espectáculo, todo nuestro grupo dependía en esos instantes de la decisión que Félix pudiera tomar ante lo que acontecía. Para colmo, la zona de la ribera ocupada por los embriagados turistas era muy estrecha y no era posible bordear o rodear con facilidad el área donde estos se encontraban.
Además habíamos decidido realizar nuestro recorrido de ser posible, exclusivamente sobre la ribera o sobre la superficie del cuerpo de agua, o en puntos específicos de energía telúrica en sus inmediaciones, por considerar que ello nos permitiría más fácilmente establecer contacto con el espíritu sagrado que le habitaba.
Después de unos instantes de indecisión sentidos por todo el grupo y sin detener ni un instante la marcha, Félix cambió sensiblemente el paso de todo nuestro contingente por un andar firme y marcial que incluso aceleró un poco la marcha de todos nosotros dirigiéndola al pequeño espacio que existía entre los carros, los turistas y la ribera de la Laguna Sagrada, pero justo dentro de la zona de tiro al blanco elegida por el ruidoso grupo de turistas.
A medida que nos acercábamos con paso marcial, los gritos eufóricos de los muchachos cesaron un instante para cambiar a susurros de curiosidad ante lo que veían sus ojos: un extraño y disciplinado grupo de ocho personas en formación de línea con blancas vestimentas y cintas rojas en la cabeza, caminando directamente hacia donde se encontraban.
Después de unos breves momentos de indecisión ante lo que veían, los primeros gritos de los turistas se dejaron sentir de nuevo en todo el grupo, no exentos de agresividad, ante lo que consideraban como una franca invasión de su territorio. No existía ya en esos instantes posibilidad de dar marcha atrás y a medida que nos acercábamos al claro por donde era posible el paso, los gritos aumentaron de volumen e intensidad hasta convertirse en una verdadera y cercana amenaza; era posible además percibir con el rabillo del ojo que dos o tres de los muchachos habían tomado la iniciativa de cruzarse en nuestra trayectoria para impedirnos el paso.
Me sentí repentinamente abrumado por la responsabilidad que sentía por todo el grupo y en mi naturaleza entera estaba ganando la idea de responder a la posible agresión de la mejor manera posible para proteger la integridad de nuestro grupo, cuando me llamó poderosamente la atención que los crecientes gritos que los agresivos y eufóricos turistas proferían contra nosotros, desaparecían lentamente de mi percepción normal para dar lugar a una clara imagen de una joven mujer poseedora de una alta espiritualidad y una auténtica autoridad con su brazo levantado haciendo la señal de la victoria en una multitudinaria y silenciosa caminata.
Mi sorpresa fue mayúscula cuando inmediatamente después y al regresar a mi percepción normal me percate de que todos nosotros estábamos haciendo exactamente lo mismo, mostrando en un ademán silencioso la señal de la victoria con el brazo izquierdo levantado hacia donde se encontraba el grupo de muchachos, pero sin detener la recta marcha hacia el frente. La colisión era inminente cuando casi al llegar Félix al punto crucial donde se encontraban los tres agresivos muchachos, una bella muchacha de su mismo grupo se interpuso en su camino empujándolos suavemente para que nos cedieran el reducido espacio que necesitábamos para pasar.
– Déjenlos pasar, no sean payasos – alcance a escuchar
– Sí, déjenlos pasar – apuntaron otras voces femeninas provenientes de su grupo.
Justo unos cuantos metros antes de que llegáramos a donde se encontraban los muchachos, estos nos cedieron el paso a regañadientes, lo cual creo yo nos dio el respiro necesario para voltear aún con nuestros brazos levantados a ver sus rostros: Y estos seguramente habían cambiado pues era posible ver en todos, incluso en los más agresivos, una mezcla de curiosidad y tristeza, aprobación y desconcierto.
Lo más impactante de todo el suceso fue percibir el extraño silencio que nos acompañó durante un buen tiempo y a medida que nos alejábamos. La estridente música había cesado por completo. Nuestro grupo de caminantes había pasado su primera prueba, ayudado por supuesto por fuerzas muy superiores a las que humildemente poseía, pero que habían sido irrevocablemente convocadas por la honestidad y pureza de sus aspiraciones.
Rumbo al pueblo de la Virgen
Después de tres atareadas semanas en otras actividades, Nuestro grupo que decidió en una previa y emotiva ceremonia tomar el nombre de “Nuevo Camino” regresó al punto convenido donde habíamos suspendido nuestra primera caminata en la ribera de la Laguna Sagrada. Ahora nos acompañaba también Natalia, bastante entusiasmada por el relato de las peripecias de nuestra primera caminata.
Debido al ardiente sol de verano, iniciamos actividades alrededor de las nueve de la mañana para tener al menos de tres a cuatro horas con una temperatura un poco más fresca. La búsqueda del silencio interior sería como siempre la meta a seguir para todos nosotros. En esta ocasión me toco ir por delante, mientras que Félix cerraría el grupo al final de la columna. Sin más preámbulos y con mucho optimismo reanudamos la caminata a través de la húmeda arena ribereña.
Antes de partir, y queriendo emular al Abuelo del Norte, un hombre medicina de la Nación Lummi que conocimos con anterioridad, procedí a abrazar brevemente y con respeto a todos y cada uno de los nueve miembros de nuestra singular agrupación. De manera por demás sorprendente dicho ritual actuó como catalizador para la rápida consecución del silencio interior que todos necesitábamos, pues a los pocos minutos, todo el grupo caminaba transformado en un solo ser.
Mi única explicación ante el sorprendente cambio fue una fortuita mezcla de energías: por un lado la proveniente del espíritu de la Laguna Sagrada y por el otro aquella proveniente del Abuelo del Norte que seguramente había “sentido” nuestro amoroso ritual de inicio enviando sus bendiciones para una tarea que conocía intentaríamos y que apoyaba vehementemente.
Los Alephs
Después de una media hora de camino, me percaté que había estado percibiendo con gran claridad el peculiar sonido que el flujo y reflujo de las aguas ribereñas producían constantemente, con una especie de patrón auditivo constante y característico, como si el sonido quisiera adentrarme en una nueva percepción que debía yo conocer. Empecé a preguntarme si mis compañeros estarían experimentando lo mismo, cuando en ese momento desperté ante mi evidente falta de silencio interno; humildemente, suspendí de inmediato y lo mejor que pude todo razonamiento.
Como una reacción casi instintiva, levante la cabeza justo encima del horizonte, y al cabo de unos cuantos minutos de caminata regresó una nueva y clara percepción auditiva, ahora del ritmo que imprimían nuestros pasos, la cual poco a poco e inexplicablemente empezó a sincronizarse con el ruido que la marea producía en la ribera. A medida que esto sucedía empecé a experimentar una especie de euforia que duró pocos instantes para dar paso después a una extraña percepción. Aunque no podía “ver” la suciedad existente justo al frente de nosotros, si podía sentir que Nuevo Camino actuaba como una especie de detergente que iba limpiando la suciedad que era bastante evidente en algunas zonas de la ribera de este enorme cuerpo de agua.
Ello me llenó de alegría pues constaté que nuestro humilde esfuerzo estaba empezando a dar algún tipo de resultado, aunque sabía también que la empresa recién empezaba y era mayúscula en sus proporciones, siendo necesario ciertamente mucho más que esto para lograr llamar ritualmente la atención de los verdaderos guardianes de la Laguna Sagrada.
Sabedores de la magnitud del esfuerzo que deberíamos realizar, Nuevo Camino había decidido para esta segunda etapa el efectuar la caminata durante todo el día para lograr con ello avanzar lo más que nos fuera posible, aunque haciendo un alto obligado para comer y esperar a que el ardiente sol de verano bajara un poco su intensidad en el transcurso de la tarde.
Una vez elegido el sombreado sitio que nos serviría de obligado descanso, decidí caminar un poco a orillas de la ribera para intentar refrescarme con el contacto del fresco líquido. Camine unos minutos al borde de una zona llena de matorrales que sobresalían de las aguas hasta que encontré una pequeña zona sombreada por la altura de los arbustos que se elevaban sobre las mismas.
Ante la imposibilidad de sentarme, permanecí parado tratando de descansar mis ojos fijándolos en cualquier punto del horizonte, inmerso como estaba unos 20 o 30 centímetros en el espejo de agua. Después de unos instantes de agradable frescura gracias al sombreado espacio, empecé a percibir una extraña sensación de paz interior y exterior así como también una extraña certidumbre de estar en un pequeño espacio que era materialmente el centro de todo lo que pudiera imaginarme, un punto central desde el cual todo provenía y hacia el cual todo convergía; quizás una puerta hacia otra dimensión, una dimensión más bella y plena, la dimensión en la que seguramente el espíritu de la Laguna Sagrada moraba constantemente.
Todo fluía maravillosamente en una deliciosa armonía alrededor de mí y por unos preciosos instantes me sumí en un agradabilísimo silencio interno, en el cual todo era paz y plenitud.
Ignoro cuanto tiempo estuve allí parado, pero al decir de Alicia fueron más de veinte minutos, al cabo de los cuales y al verme inmóvil a la distancia durante tanto tiempo decidió ir a donde me encontraba e investigar sobre mi extraña inmovilidad.
– Agustín, ¿ te encuentras bien ? – le oí decir, después de lo que para mí
fueron tan solo unos cuantos minutos.
– Por supuesto – ¿ Por qué preguntas ? – contesté un poco atolondrado al
escuchar el súbito y extraño resonar de una voz femenina.
– Pues, es que has estado inmóvil un buen tiempo, pensé que te habías
quedado dormido allí parado, como los caballos – dijo entre risas.
Aún sin volver del todo a mi estado normal de conciencia, tan solo acerté a
decir:
– Alicia, ven y párate aquí en donde yo estoy – y al decir esto me aparté para
permitir que Alicia ocupara exactamente el mismo espacio en donde yo había estado.
– Agustín, los demás nos esperan ya a comer y yo francamente tengo mucha
hambre –
Mi extraña mirada debió surtir el efecto que yo esperaba, pues Alicia sonriendo, fue y se paró exactamente en el punto convenido sobre el espejo de agua. De inmediato su risueño rostro se transformó en la pura imagen de la serenidad absoluta. Ello no me sorprendió en absoluto y respetuosamente me aparté de su vista para permitir que el sagrado espíritu de la Laguna iniciara una nueva y amorosa conversación.
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