Capítulo VIII
Fernando Dávalos
Una semana después, Nuevo Camino regresó muy de mañana a su primera cita con Don Antonio que ya nos esperaba en el improvisado muelle ribereño en La Santa María con uno de sus pequeños hijos, el cual le ayudaría en esta ocasión con todos los menesteres necesarios para el adecuado control de su lancha.
El día anterior, Félix y yo habíamos viajado por carretera unos 60 kilómetros al oriente de nuestro punto de partida con la intención de dejar previamente estacionado uno de nuestros automóviles, asegurando así nuestro regreso por carretera al final de la jornada, la cual esperábamos nos llevaría hasta una pequeña ciudad de tipo Industrial, la más grande de la Laguna Sagrada y ubicada en el extremo oriente de su ribera.
En parte debido a nuestro magro presupuesto, y por considerar que esta jornada por agua sería bastante prolongada, habíamos decidido pasar de largo la Isla de Mezcala y no tocar tierra en la población ribereña ubicada frente a la misma, para con ello llegar con luz del día a nuestro proyectado destino. Al menos, eso era lo que habíamos acordado en nuestra última reunión grupal.
La sequía que se dejaba sentir en toda una enorme región del Occidente de la república Mexicana aún continuaba a pesar de que el verano estaba a punto de terminar y no se veía para cuando dicha anormal condición meteorológica podría cambiar. Esta situación tenía ya bastante preocupados a los campesinos y comerciantes, los cuales ya anunciaban millonarias pérdidas en sus cosechas y futuras negociaciones para solicitar la ayuda gubernamental si el clima no mejoraba en el corto plazo.
Con una buena ración de agua, sombreros y bloqueador solar para contrarrestar el intenso calor y los ardientes rayos del sol que seguramente se reflejarían con intensidad en el espejo del vaso sagrado, iniciamos muy de mañana una jornada más de nuestro recorrido. Después de poco más de una hora de travesía por lancha y cuando ya veíamos a la distancia la silueta de la Isla Misteriosa, empezamos a sentir una refrescante brisa y pronto fuimos cubiertos por la sombra de varias nubes que se arremolinaban a la distancia, más o menos en dirección de la Isla Misteriosa.
Al principio pensamos se trataría de una nube pasajera, la cual fue bien recibida por todos nosotros, pues gracias a su sombra la temperatura ambiente refrescó un poco, pero había algo extraño en toda aquella peculiar formación pues las nubes parecían estacionarias un poco a la derecha de la Isla; Además también nos daba la impresión de que crecían a cada instante.
– Oiga Don Antonio ¿ ya vio aquello ? – pregunté
Don Antonio permaneció en silencio unos instantes que a mí me parecieron interminables y al fin contestó:
– Esto no me gusta nada, tenemos que regresarnos y mientras más pronto mejor –
Ante el descontento general, especialmente de los pequeños, Alicia agrego:
– Pero Don Antonio, si esto es tan solo una lluvia, esperada con ansia por todos los habitantes de la ribera, yo más bien creo que se trata de una bendición que viene a beneficiarnos a todos –
Don Antonio sin dejar de ver la extraña y rápida evolución de la formación nubosa y evidenciando en su rostro una enorme preocupación se sinceró:
– Ninguna lluvia providencial, esta es una tribunada y naiden sale vivo de estas, nos regresamos ahorita –
– Bueno, al menos explíquenos lo que es una tribunada – pregunto curioso Félix
– A mí nunca me han tocado en el agua, pero las he divisado desde la ribera, y he tenido compañeros que no la han librado y se han ahogado en ellas, la marea se vuelve loca y no deja salir a las lanchas pues los vientos empiezan a soplar de todos lados con fuerza levantando grandes olas, y no hay quien pueda mantenerse a flote –
Al oír sus palabras, recordé haber leído no hacía mucho tiempo que de cuando en cuando se han registrado trombas o “culebras” que en ocasiones se han abatido sobre el espejo de agua de La Laguna Sagrada, levantando toda clase de objetos por el aire, incluso aquellos que se encuentran en sus profundidades y que han hecho considerar seriamente a los arqueólogos e historiadores la presencia de antiquísimos asentamientos en su lecho, al haberse encontrado cerámica con extrañas características llevada por los aires por estos fenómenos meteorológicos a poblaciones ubicadas a muchos kilómetros de la misma e incluso al otro lado de las altas montañas que bordean al vaso sagrado.
En esas reflexiones me encontraba cuando escuche un unísono – ¡ miren ¡ – exclamado por todo el grupo y que me obligo a voltear a las alturas. El espectáculo era impresionante, las informes formaciones nubosas se habían convertido en una enorme y negra nube que bajaba gradualmente y en varios círculos concéntricos hasta casi tocar la superficie del agua a unos escasos tres kilómetros de donde nos encontrábamos.
Cambio de planes
Simultáneamente, una pesada cortina de agua proveniente del repentino temporal nos había alcanzado ya, así como grandes vendavales que bamboleaban peligrosamente la lancha en todas direcciones, obligando a Krista y a Alicia a abrazar fuertemente a los pequeños para evitar cayeran por la borda ante el influjo de un oleaje que empezaba a preocuparnos a todos seriamente.
El mensaje era claro, no era posible pasar al otro lado ni más allá de la Isla Misteriosa, al menos no por el momento.
Don Antonio había tratado con la ayuda de su hijo, regresarnos hacia el pueblo donde los grillos flotan en el agua, pero debido al vendaval, lo alto del oleaje y a la lluvia que ya nos azotaba por doquier, desistió de su intento por considerar esta maniobra aún más peligrosa que el simplemente continuar de frente.
Con voz que denotaba su preocupación y nerviosismo pero a la vez con una gran seguridad exclamó:
– No hay de otra, vamos a desembarcar en La Isla Misteriosa lo más pronto que se pueda, agárrensen bien porque tengo que cambiar de rumbo y acelerar la lancha y no nos queda mucho tiempo –
Apenas hubo Don Antonio anunciado su decisión de cambiar de dirección para dirigirnos a la Isla Misteriosa, el temporal que nos abatía por todos lados amainó ligeramente, permitiéndonos atracar y asegurar la lancha lo mejor que pudimos en la porción oeste de la Isla Misteriosa, en medio de una intensa lluvia que nos obligó a tomar refugio de inmediato en varios grupos y bajo varias enormes rocas que encontramos en la orilla.
Una vez acurrucados debajo de las rocas y con la ayuda de varios plásticos que previsoramente cargaba siempre Don Antonio en su lancha, esperamos con paciencia el final de la tormenta. Lo que siguió a continuación fue un verdadero concierto de truenos y uno que otro relámpago que parecían retumbar por todos lados.
A medida que escuchaba, me iba quedando con la extraña impresión de que el cielo nos estaba transmitiendo un mensaje que había que descifrar si queríamos terminar con bien una jornada que apenas había iniciado y que debería llevarnos aún más lejos.
Una vez que escuchamos el retumbar del último trueno y de manera por demás extraña, dejo súbitamente de llover y poco a poco el segregado grupo se reunió al centro de la pequeña y pedregosa playa en la que habíamos desembarcado.
Todos nos reunimos alrededor de Don Antonio para patentizarle nuestra admiración y agradecimiento por su experiencia ante el timón y por la manera por demás rápida y efectiva en la que nos sacó de un peligro inminente. El Espíritu de la Laguna no se había equivocado al enviárnoslo.
Alicia opinó que ya que nos encontrábamos en la Isla, podíamos visitarla brevemente, pues ninguno de nosotros la conocíamos, y sin más preámbulos partió con los pequeños Juanito, Ignacio y Vicente por una vereda que conducía a la parte superior de la misma. El resto del grupo le seguimos a cierta distancia. Don Antonio y su hijo decidieron esperarnos preparando la lancha para partir en cuanto regresáramos.
Cuando ascendía por la pequeña vereda detrás de Félix, no pude evitar percatarme de la rapidez con que las condiciones climáticas estaban cambiando de nuevo; era como si todas las nubes estuvieran siendo aspiradas por un aspersor gigante, ya que en unos cuantos minutos volvimos a sentir un calor intenso y los rayos de un sol ardiente volvieron a caer a plomo sobre nosotros en un cielo azul y ahora sin nubes.
En esas reflexiones me encontraba un poco sorprendido por mi percepción, cuando los gritos de Alicia y los niños, me sacaron de mis pensamientos, al verlos pasar casi resbalándose por la ladera, justo a mi lado y a enorme velocidad.
– ¡ Hormigas, no suban hay hormigas ¡ – alcance a escuchar
Krista, Rosana, Félix y yo no pudimos evitar reírnos ante lo cómico de la situación, y lo mismo hacían Don Antonio y su hijo, quienes tuvieron materialmente que hacerse a un lado con rapidez para permitir que el pequeño grupo entrara a La Laguna para mojarse los pies.
El Pueblo de los Guardianes
Ante el nuevo y por demás cómico curso que estaban tomando los acontecimientos, todo Nuevo Camino se reunió de nuevo a la orilla de Isla Misteriosa para reagrupar fuerzas y decidir el inmediato curso de acción, ya que el clima había regresado totalmente a la normalidad. Consideré que el momento era apropiado para preguntar:
– ¿ Que les parecieron los truenos ? –
Ante el silencio que recibí como respuesta, me apresure a aclarar:
– Me refiero a que al menos a mí me dio la impresión de que la Laguna Sagrada nos estaba diciendo algo, hace unos momentos cuando estábamos debajo de las piedras – ¿ no creen ? –
– Eran los guardianes, agrego Krista –
Tanto Félix como Rosana asintieron con la cabeza, y como era costumbre cuando Krista hacía uso de la palabra, todos escuchamos con atención:
– Nos estaban regañando – prosiguió Krista, – porque habíamos decidido pasar de largo sin visitar uno de los centros energéticos más importantes de la Laguna Sagrada, quizás el más importante, en nuestro afán por recorrer grandes distancias en poco tiempo por lancha. –
– Nos vimos muy turistas – añadió – y muy poco agradecidos y respetuosos de sus lugares sagrados y de los necesarios rituales que hay que realizar en nuestra peregrinación –
– Recuerden que andamos en búsqueda de quienes tienen el poder espiritual para sanar a la Laguna Sagrada y no en un viaje turístico. –
– Entonces… ¿ Ésta es una puerta ? – pregunté
– ¿ Que no quedó claro con la nubecita que nos impidió el paso ? – intervino
atinadamente Félix, y todos reímos de buena gana.
– Aquí hay guardianes de mucho poder que no nos van a dejar pasar si no tenemos un gesto para con ellos, presentándoles humildemente nuestros respetos; lo que vivimos esta última hora fue simplemente una demostración de su poderío, ¿ no se les hace muy extraño que el clima se puso horrible y mejoro un poco cuando pusimos rumbo a la Isla y luego regreso a su estado anterior con una enorme rapidez ? –
– Pero, ¿ entonces por qué no nos dejan subir a la Isla ? preguntó extrañada
Alicia; tu vistes Krista como nos fue a los pequeños y a mí con las hormigas, está claro que no nos quieren allá arriba –
– Claro, porque los guardianes no están aquí, están allá, contestó Krista apuntando con su índice a la cercana población ribereña de Mezcala de la Asunción que se encontraba al frente de la Isla Misteriosa –
– No se diga más, y si todos están de acuerdo, ¡ Encaminémonos rumbo al pueblo de los guardianes ¡ – comenté con entusiasmo
Al unísono todos volteamos a ver a Don Antonio, que con su hijo se había mantenido en silencio durante toda nuestra conversación y ahora se rascaba la cabeza visiblemente desorientado ante lo que oía; sin embargo, y recobrando su habitual buen ánimo comento:
– Pos yo la verdad que no les entiendo nada, pero el ir pa’l pueblo me sirve bien, conozco ahí unos compas pescadores que me pueden prestar un poco de gasolina. Con la tormenta, la lancha gastó más de lo que yo esperaba y más nos vale traer suficiente para todo el día y alcanzar a llegar a donde vamos. –
– No se dilaten mucho en lo que tengan que hacer, – nos advirtió – porque el tramo al otro pueblo es todavía muy largo y el tiempo que tenemos hoy es bien justo para llegar. Aquí en el agua una vez se mete el sol es harto peligroso andar adentro. –
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