El poder del ciudadano
Si se tuviera que señalar un elemento de la democracia para designarlo como su esencia, yo comenzaría por resaltar ante todo el poder que este tipo de gobierno otorga a la ciudadanía. Elegiría, entonces, al pueblo empoderado como el elemento principal del cual se desprenden el resto de los estatutos de la democracia, y éste mismo sería el que marcaría la mayor diferencia entre ésta y otras formas de gobierno, como la dictadura por ejemplo.
La fuerza de mandato en la sociedad no nace a partir de la democracia, aunque la designe anteriormente como su esencia, no significa que se presente a partir de la instauración de este tipo de gobierno (pues incluso antes de su aparición en el gobierno mexicano, el pueblo utilizó su poder para manifestarse contra la monarquía), sino que éste la resalta y coloca como prioridad. Una comunidad establecida sólidamente, independiente de su organización política, forma un sistema de poder a partir de la educación y trabajo activo de cada uno de los individuos que la conforman.
Desde muy temprana edad, el ser humano desarrolla entendimiento acerca de aquello que le pertenece o que debiera otorgársele. Comienza a reconocer todo lo que está a su alcance, exigir y conoce la forma de pedirlo cuando le hace falta. Lo anterior, con base a la medida en que respondan las primeras autoridades con las que tiene contacto, sus padres. Cuando se educa en igual medida para que el infante tenga conocimiento de lo que le corresponde y es su deber cumplir, se colocan las bases para formar un ser humano capaz de vivir en sociedad, consiente plenamente de sus derechos y obligaciones.
La mayor parte de los habitantes de nuestra comunidad se han percatado del poder que tienen y el hecho de que la balanza se mantiene estable y los iguala en poderío con los gobernantes y autoridades administrativas, sin embargo, este mando suele ser utilizado desequilibradamente por quienes suponen que la balanza se inclina a su favor.
El pueblo olvida que el funcionamiento de la sociedad se logra conjuntando el mando político y social cuando se enfoca únicamente en exigir todo lo que le beneficie sin comprometerse al cumplimiento de sus responsabilidades. Es capaz de demandar la ejecución de una ley o la satisfacción de un servicio, pero olvida que también tiene deberes. Se torna válido el requerir la intervención de alguna de las autoridades gubernamentales para cubrir hasta las más sencillas tareas con tal de evadir la responsabilidad; se le recrimina un mal trabajo a la administración al encontrar las calles sucias pero no se piensa en quiénes la dejaron así.
La democracia busca la participación de la ciudadanía. Somos afortunados de poder involucrarnos como políticos teniendo voz y voto en los temas que nos conciernen y no tener que ser sumisos ante el régimen de un gobierno egoísta independiente de la corrupción existente. Como sociedad, tenemos el poder y deber de participar en la resolución de los problemas que aquejan a la comunidad. El mando no nos doblega ante el gobierno ni viceversa. Nos coloca en el mismo nivel, con la misma cantidad de fuerza y, por lo tanto, con la misma cantidad de responsabilidad para actuar y participar.
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