Leonardo Saucedo ‘El Chiri’, ochenta años de danza
Leonardo Saucedo mejor conocido como “El Chiri”, es danzante por herencia. Desde los siete años su abuelo lo encomendó al Señor del Huaje en Jocotepec a quien ofrenda sus danzas en las festividades. Foto: María Reynozo.
Por: María del Refugio Reynozo Medina
Desde pequeño, Leonardo Saucedo aprendió los coloquios de su padre Leobardo Saucedo Valentín, que era danzante y realizaba la representación de la conquista en la localidad de Nextipac, municipio de Jocotepec.
Miraba con atención los ensayos, recuerda con claridad los personajes; la Malinche, Hernán Cortés y Cuauhtémoc.
–Levántate gran monarca, que ya viene Hernán Cortés…
Comenzaba en uno de sus diálogos La marina; en el coloquio que recreaba el episodio de La Conquista; que llegaba a durar más de tres horas y en el que participaban hasta 60 actores entre danzantes y músicos con guitarra, vihuela y tambores.
A la edad de siete años Leonardo sufrió una enfermedad muy extraña; le aparecieron pequeñas heridas en gran parte de su cuerpo que supuraban. Su abuelo se lo encomendó al Señor del Huaje, el Cristo tallado sobre un enorme árbol de guaje cuyo hallazgo se realizó en las inmediaciones de San Pedro Tesistán y que se encuentra en la capilla antes llamada de la Purísima Concepción en la cabecera municipal de Jocotepec.
Le prometió que, si lo sanaba, le entregaría a su pequeño nieto para que lo alabara mediante la danza. Así emprendieron la peregrinación desde Nextipac al templo del Señor del Huaje, caminando, orando, danzando y el niño de siete años cargando además de su enfermedad, un pesado tambor de madera.
Don Leonardo “El Chiri” ahora tiene 86 años, recuerda aquel momento y se le escapan las lágrimas.
-Llegué hasta con calentura- dice.
Luego de quince días, el niño se sanó por completo.
Su papá acostumbró llevarle al Señor del Huaje, en sus festividades “el alba” (cohetes, canela, pan y repique de campanas).
Además del gusto por la danza, recuerda que cotidianamente ayudaba a su papá en las labores del campo. Mientras cosechaban los frutos o sepultaban las semillas, en medio de los surcos repasaba los diálogos. Aunque los ensayos oficiales eran por la tarde cuando ya terminaban las jornadas del campo.
Como danzante “El Chiri” anduvo por Zacoalco de Torres, San Luis Soyatlán, Tizapán el Alto, Santa Rosa y Atequiza en Ixtlahuacán de los Membrillos.
Ahora dice le da tristeza verse viejo, sin embargo, mientras exista vivirá también su fervor por el crucificado hecho de un árbol de guaje. Cada que va a Jocotepec, la primera cosa que hace es ir a visitar la imagen y llevarle una veladora. También cada año se hace presente en su fiesta.
-Aunque gateando, pero he de ir.
“El Chiri” le llaman en el pueblo porque un día en un partido de fútbol a diez minutos de terminar, anotó un gol olímpico que llevó a su equipo al triunfo.
– Fue de chiripada- le decían.
“El Chiri” aprendió muy bien su faceta de actor, no solo de danzante. Recreó personajes con distintas voces. Los indígenas hacían unas voces dice, y los conquistadores otras.
Un día que caminaban por el cerro con rumbo a Cajititlán para una presentación, la mujer que iba a representar a la Malinche se cayó justo en un arroyo. Cuando llegaron a su destino ya no tenía voz. “El Chiri” no tuvo problema para representar la voz femenina y completar el cuadro. Tenía muy buena memoria, aunque “no tuvimos escuela”, dice.
En aquellos tiempos tenían por escuela un frondoso árbol de mango, un pedazo de tabla ahumada y su profesora.
Sin embargo, llegó a aprender no sólo sus diálogos sino los de todos los demás.
Ahora son vagos los recuerdos; y entre ellos se escapan algunas incompletas estrofas de lo que fue el esplendor de los coloquios de La Conquista.
Silencio y poca morulla, si esta danza quieren ver.
Óiganme tanta mujer cuál es la más murmurona,
es trenzuda o es pelona.
Adornada con trapitos callen esos labiecitos
No turben a Juan Guarín epa maistro del violín
Tóqueme los enanitos para bailarlos aquí……
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