San Pedro Apóstol, el custodio de las llaves del cielo
La imagen es cargada en los hombros por hombres durante toda la procesión.
Texto y fotos: María del Refugio Reynozo Medina.
La plaza de San Pedro Tesistán en el Municipio de Jocotepec, está bordeada el día de hoy de puestos de comida, dulces, pan y juegos mecánicos para todas las edades. Es 29 de junio, día de San Pedro Apóstol en el santoral católico.
La imagen de poco más de metro y medio de altura, con barba y pelo cano, representa al discípulo que mira de frente con expresión melancólica, mientras sostiene un par de llaves doradas y una hoja blanca de papel enrollada. Una plataforma está preparada para colocar a la imagen rodeada de ramos de flores frescas.
-Él es quien tiene las llaves del cielo- dice una mujer con júbilo.
El repicar de las campanas del templo anuncia el inicio de la procesión a las seis de la tarde. Encabezando la caravana están formados los hombres y mujeres jóvenes, de la banda de guerra San Francisco de Asís de Chapala, Jalisco. También están presentes, la danza de Juan de Dios de San Luis Soyatlán, la banda de guerra y otra danza más de Jocotepec. La banda de música de San Cristóbal Zapotitlán, así como un pequeño grupo de peregrinos del mismo lugar.
Entre el contingente emerge un estandarte con la fotografía de Roberto Ramírez Rameño, de sombrero, con una camisa vaquera; aparece mirando al frente y sonriendo. “Físicamente hoy no estás ya con nosotros, pero en nuestros corazones vivirás para siempre”, reza una frase en el cartel.
Un grupo de familiares, la mayoría mujeres y niños, caminan en su memoria ataviados con playeras blancas. La playera lleva la fotografía impresa del hombre joven, que en la fiesta del pasado año, aún estaba con vida y era un fiel colaborador en la celebración. Unos quince hombres montados a caballo, también llevan puesta la playera blanca con el rostro impreso de Robe, también los hombres que cargan al santo durante el recorrido.
Al paso de la procesión, compuesta por unas 300 personas, una mujer espera de pie, descalza y con los ojos cubiertos por un paliacate, y sostiene una veladora apoyada del brazo de un familiar.
En una de las calles luce un tapete de aserrín que tapiza unas cuatro cuadras, adornadas con columnas, rematadas con floreros. El empedrado está recubierto de ese polvo de colores que nadie pisa hasta que pase primero la imagen. En las puertas de las casas, familias enteras observan la peregrinación. En una de las viviendas aparece una persona de edad avanzada y observa al rostro de San Pedro, se incorpora y la procesión se detiene para que el hombre toque a la imagen. Unas cuadras más adelante la marcha vuelve a detenerse. Una mujer joven está postrada en su jardinera y llora mientras levanta un racimo de flores blancas buscando con la mirada la escultura del santo apóstol.
Entre los feligreses de la procesión va también un mariachi, que entona desde valses hasta Juan Colorado. Algunas mujeres y hombres cargan bebés en brazos. Unos muchachos beben cerveza mientras caminan, una mujer joven le toma un trago a su cerveza de Barrilito. Otra va comiendo un helado.
Unas personas llevan banderas en las manos: la bandera estadounidense y la tricolor mexicana convergen en medio de los plumajes y trajes brillantes de los danzantes. En una ventana adornada por tres globos amarillos, dentro de una casa de adobe blanqueada, un niño de unos cuatro años observa la procesión.
Luego del recorrido de casi dos horas, la imagen de San Pedro llega en medio de golpes de tambor y repiques de campanas. Los fieles se arremolinan en torno a la figura para tocar su manto, su túnica y las llaves que lleva en la mano y que conducen al cielo.
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