EL ANCIANO VERDE
Por: Fernando Davalos
Amanecía cuando Rosana y yo llegamos a Chapala, el lago más grande de la República Mexicana y el espectáculo que nos presentaba este bello lugar era magnífico. Una sinfonía de colores por doquier anunciaba un plácido amanecer lo cual era a todas luces un buen augurio para la reunión grupal que nos esperaba con un joven maestro del sur del continente Americano.
Un poco más tarde deberíamos reunirnos con el resto de nuestro grupo para iniciar actividades a unos treinta kilómetros de donde nos encontrábamos. Aún cavilaba sobre la razón por la cual Rosana había insistido en que saliéramos rumbo al lago con tanta anticipación, cuando sin mediar explicación alguna comentó:
– ¿Porqué no vamos a visitar a un viejo amigo aquí cerca? No nos quitará mucho tiempo, pues de cualquier manera vamos temprano a la reunión –
– Pero Rosana – protesté – todos nos esperan en la reunión –
– ¡ Pues que esperen ¡ – contesto – tú y yo vamos a visitar a mi amigo ahora, es importante que lo conozcas –
Consciente de mi expresión de desconcierto ante su enérgica afirmación, Rosana suavizó:
– Bueno, debes saber que me lo presentaron amigos que forman parte de las tradiciones más antiguas de nuestra nación, ¿Te interesa? –
Su explicación surtió en mí el efecto deseado y sin protestar más y ya dentro de la carretera ribereña, simplemente seguí sus instrucciones hasta que finalmente estacioné mi carro cerca de una pequeña pero moderna construcción utilizada como centro religioso.
Una vez que cerré mi carro, de inmediato pregunté:
– ¿Qué vamos a rezar ahora? la iglesia está cerrada. – ¿Adónde vamos? – contraataqué – ¿Quién es tu famoso amigo? –
Rosana se limitó a mirarme con incredulidad y con fingida impaciencia afirmó:
– No, no vamos a la iglesia, pero aquí empieza el camino, debemos caminar en silencio, obsérvalo todo y después me dirás todo lo que quieras. –
Sintiéndome entre ridiculizado e impaciente acerté a decir como queriendo inútilmente retomar el control de la situación:
– Está bien, adelante –
El realizar cualquier actividad con Rosana era para mí una verdadera satisfacción, pues en ella convivían armoniosamente una sutil pero poderosa energía y una reconfortante serenidad que le conferían a su personalidad un extraño magnetismo.
Después de cerca de quince minutos de caminar en silencio por el lecho de un río seco y bastante pedregoso, Rosana hizo un alto al pie de tres imponentes árboles que crecían bastante juntos y a lo largo del rústico camino; sin decir nada, procedió a abrazarlos saludándoles con cariño y veneración. Acto seguido me siguió con la mirada cuando sin siquiera pretenderlo procedí a hacer lo mismo, abrazando a los tres árboles con toda naturalidad.
Rosana rió de buena gana al ver mi propia sorpresa ante lo que acababa yo de hacer de manera espontánea y comento:
– Vaya, vaya, parece que ustedes ya se conocen –
Iba a contestar que no era así, pero ella con un rápido ademán me indicó guardara silencio y reemprendió la marcha de inmediato.
Tardé un poco en lograr establecer de nuevo el necesario silencio interno pues no dejaba de sorprenderme lo que acababa de ocurrir, así como el hecho de que creí percibir pequeñas emanaciones de energía al abrazar a cada uno de los tres árboles.
El Guardián
A medida que caminábamos, la vegetación era más cerrada y el camino más abrupto hasta que saliendo del río empezamos a subir por pequeñas y apenas perceptibles veredas.
Cuando finalmente logré establecer en mi interior un poco de silencio, un nuevo descubrimiento me sorprendió abruptamente: Apenas dejamos la zona donde se encontraban los tres grandes árboles empezamos a escuchar todo tipo de ruidos naturales: cigarras, grillos y pájaros que trinaban con cierta algarabía y por intervalos. Era como si la nueva ruta que habíamos tomado por la espesura estuviera viva y vibrante. Rosana pareció estar también al tanto de mi nueva percepción porque sin previo aviso hizo un pequeño alto en el camino para voltear a verme por instantes y afirmó:
– Ya le están avisando al guardián que venimos, ahora sí, silencio absoluto –
Un ligero estremecimiento me recorrió de arriba abajo, ¿Cuál guardián me preguntaba? ¿Y dónde está el famoso amigo? Cuando voltee de nuevo a ver a Rosana, esta ya había desaparecido detrás de la pequeña vereda. Decidí entonces suspender cualquier razonamiento para lograr alcanzarla antes de perder por completo su rastro.
Después de unos cinco minutos más por una empinada vereda, ésta torció hacia la derecha para encontrarse de nuevo con el lecho seco del río por el cual iniciamos la caminata tiempo atrás. Ya para entonces empecé a ceder a una mezcla de enojo y nerviosismo por lo que consideraba una falta absoluta de tacto por parte de Rosana, al abandonarme a mis propias fuerzas en ese abrupto lugar, pero de inmediato me percate de que estaba cayendo de nuevo en la trampa del dialogo interno e intenté calmarme en pleno río a través de profundas inspiraciones para oxigenarme mejor.
El procedimiento me produjo buenos resultados y ya de un mejor ánimo empecé a girar mi cabeza en todas direcciones especialmente hacia el lugar donde yo estimaba podía encontrarse la famosa vereda inexistente. Lo primero que pude ver fue una rústica barda de alambre de púas semi-cubierta por la tupida vegetación imperante ligeramente arriba del río. Con un rayo de esperanza de inmediato subí hasta donde esta se encontraba y al poco tiempo logré descubrir una puerta guarda-ganado que estaba abierta. Ello me confirmó sin duda que Rosana había pasado por ahí dejándola abierta para mostrarme el camino.
Nuestros verdes teléfonos planetarios
Recorrí el último tramo que me separaba de Rosana completamente agazapado, casi de cuclillas debido al enorme número de matorrales con ramas secas y espinosas que me impedían el caminar en posición vertical. Al cabo de unos treinta interminables metros y ya casi cuando me daba por vencido, accedí a un reconfortante claro en la colina y de pronto le pude ver:
Era un espectáculo grandioso, casi en la cresta de la colina, quizás unos tres o cuatro metros por debajo se alzaba un imponente árbol de enorme y frondosa copa con enorme señorío y grandiosidad.
No pude reconocer ante qué tipo de árbol me encontraba, aunque era ciertamente propio del lugar, pero de momento no recordaba haber visto su especie en ningún otro lugar de la montaña. Tendría al menos unos cuatro metros de diámetro por unos quince o veinte de altura y rezumaba autoridad y paz; percibirle suspendió por completo mi diálogo interno y sin dejar de verle ni un instante, me acerqué de inmediato librando no sé cuándo ni cómo una inoportuna cerca de alambre que nos separaba.
El femenino resonar de una alegre carcajada me sacó de mi trance; era Rosana que me saludaba afectuosamente, agregando a modo de explicación:
– Nuestro querido anciano no permite que nadie le conozca sino es a través de su propio esfuerzo y un poquito de sudor, pero la recompensa de su amistad y consejos es siempre incalculable. –
Acto seguido guardó silencio y se limitó a mirarme como aguardando mi iniciativa, pero como de costumbre yo no sabía qué hacer y me limité a observar al árbol de nuevo, embelesado e intensamente atraído por la paz que rezumaba por todos sus poros.
En un tono de auténtica impaciencia Rosana agregó casi gritándome:
– ¡ No hemos venido aquí a perder el tiempo en contemplaciones inútiles Agustín ¡ –
Permanecí un instante sin saber qué hacer y sólo acerté a preguntar con impaciencia:
– ¿Y ahora que quieres que haga? –
La fiera mirada que recibí como respuesta aumentó aun más mi desconcierto; entonces, ya casi al borde de la desesperación recordé súbitamente las palabras del Abuelo del Norte: “nuestros hermanos árboles son los teléfonos con los que podemos comunicarnos con el Gran Espíritu y con todas sus criaturas”.
Aliviado por la oportuna inspiración y sin perder un instante solicité a Rosana con urgencia:
– Por favor prepara un altar con los elementos sagrados de nuestras tradiciones porque vamos a platicar un poco con el espíritu de este lugar –
Rosana sonrió complacida y en un tono jovial e irreverente contesto:
– Lo que usted diga maestro Agustín –
Acto seguido, inició la preparación de un rústico altar con base en elementos propios del lugar, lo que logró con gran rapidez y precisión, en tanto yo iniciaba con toda la humildad que me era posible la búsqueda en lo más profundo de mi ser algún tipo de sintonía silenciosa con la vibración característica del formidable anciano verde que se cernía imponente sobre nosotros.
Una vez encendido el fuego sagrado y apenas Rosana terminó de saludar con gran respeto a todos los Guardianes Sagrados del lugar, algo como una voz interna habló de inmediato a través de mi corazón y lo que recibí me sorprendió sobremanera: se trataba de una urgente petición de ayuda y no la tradicional iluminación o sabiduría instantánea con que mi ego gustaba fantasear en ocasiones.
El venerado anciano verde solicitaba a nombre de todos los habitantes del lugar, ayuda para la restauración del sagrado lago más grande del país, ya que el agua, su más importante recurso estaba siendo dilapidado por la voracidad humana y todas sus formas de vida peligraban, incluso la nuestra.
El verdadero y más importante peligro para este sagrado lugar lo constituiría la desaparición definitiva del poderoso espíritu que le animaba desde hacia miles de años, el cual era venerado por todas las tradiciones del lugar, y cuya vibración característica propiciaba la curación de todo tipo de dolencias anímicas y espirituales.
Había que hacer algo y pronto, y los trabajos de restauración debían ser de tipo ritual y realizados por grupos como el nuestro, exentos de todo protagonismo o nexos con soluciones de tipo político o tecnológico, las cuales solo encubrían ambiciones personales.
El trabajo a realizar debía ser honesto y con intención pura, para con ello intentar llamar ritualmente la atención de los guardianes del lugar, quienquiera que ellos fueran. Nuestra voz, expresada a través del simbolismo de una intención grupal pura y generosa debía hacerse oír para todos aquellos que podían verdaderamente ayudar.
Dicha petición podría ser formulada por nuestro grupo, pues todos sus miembros pertenecíamos a la nueva raza mestiza que había surgido gracias a la descomunal fusión étnica y espiritual realizada entre las culturas Náhuatl y Española a partir de la conquista y en consecuencia, los rituales a intentar cualquiera que ellos fueran, deberían conjugar en un creativo sincretismo lo más sagrado de ambas tradiciones con respeto y pulcritud. No había tiempo que perder, era necesario iniciar de inmediato.
Una agradable pero súbita sensación de frescura me sacó de mi trance comunicativo con el venerado anciano verde. Era Rosana, que afectuosamente enjugaba las lágrimas que habían corrido profusamente por mis mejillas; era tiempo de regresar.
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