La legendaria fiesta de la Virgen de la Asunción
El carro alegórico está a punto de salir. Una adolescente representa a un ángel que custodia la imagen. Foto: Maria del Refugio Reynozo Medina.
Por: Maria del Refugio Reynozo Medina
El agudo sonido del clarinete se acompaña con la algarabía de las trompetas y resuenan las mañanitas, en medio del altar principal del Templo en San Pedro Tesistán. Las notas de Celebremos y Mi Virgen Ranchera invaden el recinto que además, está desbordado de flores.
Hoy es quince de agosto, día de la Virgen de la Asunción. A las seis de la mañana el templo de San Pedro Tesistán, luce repleto de asistentes, un centenar de personas se congregan para cantar y rezar a la pequeña imagen de la Virgen Maria que fue asunta al cielo.
Todas las miradas están puestas en la delicada figura de la virgen, que porta un esplendoroso ropaje blanco con un manto azul celeste. La fina silueta cubierta de encajes y piedras emite destellos fulgurantes. Tiene los brazos extendidos y mira al frente con una sutil sonrisa, los ojos y las cejas están finamente delineadas y el cabello negro que cae sobre sus hombros, ligeramente rizado luce decorado con un par de broches brillantes. La imagen de la virgen que no alcanza el metro de altura, está coronada con oro y a sus espaldas lleva un resplandor centelleante. Observa a los feligreses desde su trono a la derecha de la imagen de San Pedro Apóstol con expresión de ternura, como respondiendo a las plegarias y cantos derramados por los fieles.
Las angélicas legiones
cantan con gran armonía
entonando dulces canciones
de las flores de Maria.
Refugio de pecadores
eres virgen soberana
te saludo entre las flores
antes de romper el alba.
Las voces femeninas entonan los cantos y la banda las acompaña al final de cada estrofa ahora desde el atrio.
Mientras tanto, afuera se preparan dos mesas con pan dulce, canela y rompope para ofrecer a los asistentes.
-Alabemos y demos gracias en cada instante al santísimo y divino sacramento-Finaliza el Rosario y la gente se encamina a la salida del templo al encuentro de las ollas de canela humeante.
La banda comienza a entonar valses y los fieles comparten la canela entre breves conversaciones.
-Esta fiesta es de mujeres- dice una de las colaboradoras.
Cada día del novenario está asignado a una encargada que tiene ayudantes, pues hay que pagar la pólvora de los fuegos artificiales, las flores del templo, la música, las misas y los alimentos que se ofrecen en el rosario y la comida para los músicos.
La mujer encargada, pagó cuatro mil doscientos pesos por los cohetes de la misa de función.
Muchos cargos se heredan o “se pasan” cuando económicamente no es posible cubrir los gastos.
A Celina Robledo Valencia le dijo su mama:
-Ya eres mayor de edad ya te voy a apuntar para ayudar-
Zaira Ramírez Reynoso es ayudante desde que aún estaba en el vientre de su madre, cuando la encargada le dijo -Si es niña, se la pido desde ahora-.
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A las doce del día ocurre un acto solemne, la Misa de Función armonizada por el mariachi y los asistentes ataviados con el estreno o las prendas más elegantes.
En este lugar, la explosión de un cohete en medio del celeste cielo equivale a un estallido de alegría muy dentro del corazón.
***
Fidela Garate, lleva sesenta años arreglando el carro donde se lleva a la imagen de la virgen en la procesión.
-Dicen que esta fiesta es de mujeres pero también los hombres ayudan-
Me dice mientras observa cómo sus ayudantes, (entre ellas, un hombre) terminan los detalles del carro donde irá la imagen.
Ella con un pequeño grupo de mujeres ha comprado cortinas y telas para decorar el vehículo que lleva por las calles la venerada imagen. Tenía veintidós años cuando le encargaron esa misión.
Ese cargo es una responsabilidad que le da orgullo, más también hay que asumir los gastos, pagar la pólvora que se utilizará en el recorrido que cuesta unos ocho mil pesos. El cobro por las flores del templo llega a nueve mil pesos. Para la procesión el pago de la danza es de seis mil pesos y seis mil más por la banda de guerra.
Desde que era niña, Fide recuerda la fiesta de la Asunción, no había plaza, sólo un tubo de metal en el centro de un espacio despoblado en donde hoy se coloca la plaza; ahí la gente ya se reunía al anochecer y la banda tocaba, recuerda que era la banda de San Cristóbal. No había energía eléctrica y la serenata se llevaba a cabo iluminada por lámparas, aparatos de petróleo y hasta lumbradas.
-Mientras Dios nos deje tendremos ayuda. Dice confiada cuando hablamos de números.
El carro está listo, un enorme ramo de nardos decora la plataforma de la camioneta forrada con un fondo azul satinado y cortinas plateadas. En el respaldo lleva una estrella al fondo y dos franjas de tela plateada plisadas en los lados. Dos adolescentes están vestidas de ángeles y suben al vehículo con sus impecables túnicas celestes y una corona de flores blancas en la cabeza. Ellas custodiarán la imagen en el recorrido.
En la plaza los danzantes ya se preparan, se colocan los detalles de los trajes. Un mariachero se acomoda el moño y se mira el peinado por el retrovisor de una camioneta.
Ya son las seis de la tarde y aunque el Señor Cura Carlos Enrique dijo en la homilía que no habría procesión como cada año, debido a la contingencia sanitaria por el COVID, la gente se acerca para acompañar a la imagen.
-Animo muchachos que se vea la religión- dice un mariachero a otro
Y comienza la procesión.
En el recorrido de una hora y media se van sumando más personas, adultos y niños.
En algunas casas se detiene la procesión y los adultos mayores o enfermos, pueden contemplar a la pequeña imagen. Un muchacho arranca un nardo del ramo y lo entrega a una mujer que mira absorta la imagen, un hombre mayor desde un balcón observa con un fervor casi al punto del llanto.
A la mitad del peregrinar, subimos a la carretera, los monaguillos desfilan con sus ropajes color crema que se mueven con el aire que dejan los coches avanzando por el carril derecho.
El asfalto que hace unos minutos lucía repleto de autos es ahora el escenario de un danzante que desliza su estilizada figura al sonido del tambor y el caracol. Los cuerpos con los coloridos trajes y penachos de plumas brillantes aparecen barnizados por el sudor de más de una hora de movimientos dancísticos.
Pasan las siete de la tarde y el sol muere en los montes como en el vals de Macedonio Alcalá (Dios nunca muere) que entona el mariachi, en medio del asfalto, ahora vacío de carros y lleno de cánticos y fe.
San Pedro Tesistán, 15 de Agosto de 2021
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