El Ajijic de mi mamá Lola
Por José Antonio Flores Plascencia.
El 1 de febrero cumpliría años María Dolores Plascencia Real, conocida en el pueblo como Lola Plascencia, mi madre, quien me enseñó la importancia de la conciencia histórica y a querer la escuela.
Ella nos platicaba que la escuela era el único camino en la espiral social y “van a ir a la escuela a donde tengan que ir”, nos decía. Cuando murió mi abuelo Ramón, mi tía Jesús se las llevó a México a ella y a mis otras dos tías Amelia y Esther, porque eran los años cuarentas y aquí en Ajijic solamente había hasta tercero de primaria.
Vivió hasta los años cincuenta en la Ciudad de México en la colonia Clavería. Por ello, crecimos con dichos defeños (relativos al extinto Distrito Federal), sin olvidarnos de Ajijic, que me enseñó la solidaridad, ese valor que caracteriza a quienes hemos nacido en este pueblo.
El amor por el lago nació con ella, porque nos llevaba a bañar a la laguna. Antes por la calle Flores Magón, hasta abajo había una bardita de donde nos echábamos clavados y se formaba una especie de pila, era una alberca para nosotros y al inicio había una palma adornada con un cajete de ladrillo, que había perdido su color rojo por un forro de lama verde.
En la temporada de lluvia, el terreno de mi casa fue una ladrillera, así que hicieron excavaciones y nacía agua, ahí acudían a bañarse todos nuestros amigos del barrio, éramos fácil unos treinta chiquillos. Nació ese amor por el lago, que nos inculcó con sus pláticas de que la gente de Ajijic iba por agua a la laguna, esos cuentos que se acompañaban con el arrullo de las olas de una Laguna de Chapala en los años setentas, porque al cerrar los ojos se escuchaba como si estuvieras en el mismísimo mar.
Cuando estudié en Guadalajara, mi madre se levantaba a las 04:30 de la mañana para darme el desayuno y no podía irme sin nada en el estómago. Hoy que visito a mis hermanos Beto y Nico en Estados Unidos, a las 05:00 de la mañana están desayunando por el mismo motivo que yo, mi mamá hacía que antes de irse a la escuela, también tenían que desayunar.
Me enseñó el gusto por el cine. Mi mamá Lola era una enciclopedia viviente del cine mexicano, era una delicia escucharla. En mi visita a Venezuela, varias personas me dijeron que les gustaba el cine de mi país, gracias a mi mamá pudimos entablar innumerables pláticas, con el rico sabor que sólo mi madre le imprimía. A mis hijos les heredé el gusto por el cine.
Mi mamá Lola con nosotros era recia y con sus nietos era toda dulzura, tanto que cuando me fui a vivir a Guadalajara por un largo periodo de mi vida, los fines de semana regresábamos a Ajijic, porque realmente nunca nos fuimos. Estábamos un día en la plaza de Ajijic y me dijo: “Toño, mi hijo, vamos a Ajijic”, yo le respondí “aquí es Ajijic”. Hoy yo quiero ir al Ajijic de mi mamá Lola… Bien dijo José Martí «la muerte no es cierta cuando existe la obra de la vida”.
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