El Señor del Monte, aquel antiguo Cristo del bautisterio
El Señor del Monte lleva más de 180 años recorriendo las calles de Jocotepec el tercer domingo de enero.
Por: María del Refugio Reynozo Medina
Aquella vez, no pudimos llegar ni siquiera al umbral de la parroquia; Juan Pablo y yo, nos perdimos en la marea humana que se arremolinaba en torno a la imagen del Señor del Monte. Íbamos contra corriente; luego del roce con los cuerpos sudorosos en el que pudimos sentir hasta las costillas de los otros, volvimos al camioncito que nos había conducido hasta ahí y estuvo a punto de dejarnos. Al Señor del Monte no lo pudimos ver.
De aquel día distan ya más de 20 años. Hoy a media hora de que dé inicio la procesión, el atrio comienza a recibir a los peregrinos que siguen llegando, mas no inundan el recinto. Hay a decir de algunos feligreses, la mitad de asistencia a diferencia de los años sin pandemia por Covid-19. Unas cinco mil personas, según datos de la Dirección de Protección Civil del municipio de Jocotepec.
En el templo, ya están a puerta cerrada los miembros de la Guardia de Honor que preparan al Señor del Monte para su recorrido, como ha ocurrido cada tercer domingo de enero desde hace más de 180 años.
El cronista jocotepense Manuel Flores Jiménez, señala el año 1834 como la primera ocasión que los antepasados le celebraron su “función”, y el 8 de noviembre de 1833 como la fecha en que se congregaron también, para jurar por escrito tomarlo como patrón de sus vidas. En 1918 fue renovado dicho juramento.
La Guardia de Honor está compuesta únicamente por varones, todos, descendientes directos de aquellos personajes que hicieran el juramento. Son unos 150; la mayoría adultos, el más pequeño tiene 11 años de edad. Están agrupados por familias; cada una con una tarea específica como organización, preparación de la imagen para su recorrido y cuidado y custodia del patrono durante la procesión.
Pertenecer a la Guardia de Honor es un privilegio que se hereda de generación a generación y se convierte en un regalo que llega por destino.
Los hombres de la Guardia de Honor están vestidos con camisas blanquísimas, rodean a la imagen que ya ha sido bajada del altar y terminan de prepararla para su caminata. En el lugar hay pocas mujeres; no llegan a diez, son familiares directos de los integrantes de la Guardia de Honor. Fue hasta hace unos diez años que comenzó a permitirse el ingreso a las mujeres.
Ya está abajo, el Señor del bautisterio, así lo llamaban los antepasados antes de convertirlo en su patrono, según los registros del cronista Flores Jiménez.
El Cristo, dirige la mirada al cielo con los labios entreabiertos, es de una nariz afilada, con barba y cabellera negra. Tiene los brazos extendidos sobre la cruz de madera que aparece reluciente; esa cruz “morena de sol” como la llama el padre Benjamín Sánchez en el Romancero de la vía dolorosa, está bordeada de rayos dorados.
El Señor del Monte lleva puesto un cendal cobrizo con ricos bordados y en la cabeza, una corona esplendorosa hecha de rezos y plegarias siempre escuchadas, porque “este Señor es muy prodigioso”.
-Yo soy uno de sus milagros- Me dice Manuel Ibarra, quien salió victorioso de un diagnóstico de cáncer. Previo a internarse en un hospital, imploró al Señor del Monte por su salud y tocó con un trozo de algodón el cuerpo del crucificado, para llevarlo consigo en la batalla contra la enfermedad. De ello hace ya 12 años.
Jesús Pérez es nieto de Cándido Pérez, el último estuvo presente en aquel juramento histórico y aparece en una pintura, “El juramento” que se encuentra en la sacristía de la parroquia. Ahora el señor Jesús participa al lado de su hijo Óscar Pérez y su nieto Alejandro Pérez.
A minutos de comenzar, las campanas doblan con sabor a fiesta, empieza a conformarse una valla humana y las decenas de ojos miran ansiosos la enorme puerta de madera.
-¡Viva el Señor del Monte!- Grita la voz de un hombre secundada por otra voz femenina.
-¡Viva!-
Responden las voces fervorosas y se abre la puerta.
Los fieles se aglomeran al encuentro del Cristo crucificado. Suenan los tambores de los danzantes y comienza el peregrinar.
Encabezando la procesión va una niña de unos cinco años con atuendo de danzante, emula los pasos de sus mayores y se desliza segura a lo ancho de la calle.
Un hombre y una mujer llevan unas playeras blancas, “Danza por manda” se lee en letras negras, con ellos van formadas más personas que danzan durante todo el recorrido, formadas en filas ordenadas. También va la banda de guerra, un joven con zancos que ayuda con el orden de los caminantes y un mariachi.
Una voz femenina reza el rosario desde un carro con una bocina y canta.
Algunas calles están adornadas con moños de listón satinado rojo y amarillo, también con arcos de flores frescas.
El Señor del Monte va cargado por una guardia de 20 hombres, uno de ellos camina de espaldas, cada cierto tiempo a lo largo de la caminata se intercambian por otro grupo de 20. Se hacen cinco guardias a lo largo del peregrinar, en total son cien hombres los que cargan al santo patrono.
Los “vivas” al Señor del Monte se escuchan a lo largo del recorrido, los ojos llorosos buscan el rostro del crucificado, hay muchas lágrimas derramadas, cuantiosas plegarias en silencio, que se anuncian con la mirada lacrimosa de los que salen a su paso.
Algunas personas van descalzas y con los ojos vendados; una fila de hombres y mujeres que avanzan hincados de rodillas en sentido contrario a la procesión, van al encuentro de la imagen, apoyados en cobijas dobladas que les tiran en el piso.
Los oficiales de Protección Civil vigilan a los que van hincados y les ayudan a levantarse.
Los uniformes caqui de los oficiales y sus cascos amarillos se mezclan con los trajes de brillantes botonaduras de los mariacheros y las blancas camisas de los guardianes de la fe.
Oficiales, fieles, músicos y sacerdotes convergen en una procesión ancestral, dedicada a aquel antiguo Señor del bautisterio que convoca a miles porque su presencia irradia un no sé qué.
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