LO DE TALPA
Mtro. Gabriel Chávez Rameño.
¿Ya están listos para irnos?- Se escuchó la voz del chofer de la camioneta que nos llevaría al crucero de Ameca en donde partiríamos a pie a Talpa. Mientras que Juan, Camilo y yo terminábamos de acomodar nuestras cosas en las mochilas. Nos trepamos en la camioneta y esta empezó a andar.
Serían como las cinco de la mañana cuando el chofer nos gritó -¡O’ra ya llegamos, bájense!-; Camilo me despertó y nos bajamos, el chofer con ojos de tecolote madrugador nos dijo – síganle por ese camino hasta donde se ve aquella loma y después siguen el camino que pasa por la Cruz de Romero, hasta el Espinazo del Diablo, de ahí agarran derecho y de seguro llegan, en caso de que se pierdan, pregúntele a la gente que vean por el camino, y verán que preguntando se llega a Roma, ¿Entendieron?; los tres más dormidos que despiertos le contestamos que sí y se marchó. Antes de que el sol pintara sus primeros rayos en el firmamento, Camilo le dijo a Juan: – ¡He Juan! Trajiste la lámpara que te dio tu hermano porque nos va a ser falta- mientras Juan le respondía que sí, yo iba viendo el paisaje; con un suspiro profundo moví la cabeza de un lado a otro y seguí caminado sin decir una sola palabra.
Llevábamos como unas cuatro horas de camino y ya habíamos recorrido un buen tramo, cuando les pregunté a Camilo y Juan, ¿A qué hora almorzábamos? a lo que me respondieron que llegando al primer árbol con sombra buena para descansar.
Terminamos de desayunar y Juan nos dijo a Camilo y a mí, -se acuerdan lo que nos dijo don Gabriel, el de los tacos, que aprovecháramos a caminar de noche, porque de día hace un chingo de calor, y es verdad, ¡Ya me chingo de calor y apenas son las once!-, Camilo me vio y me dijo – ya te cansaste ¡Güey!- con un movimiento de cabeza le dije que no, – bueno- respondió y le dijo a Juan que siguiéramos hasta la hora de la comida; Juan asintió con la cabeza.
Eran como las tres cuando me sentí cansado y veía a Camilo y Juan que ni se fatigaban, pensé que por la costumbre que tenían de caminar mucho, pero no era así sino por la devoción que llevaban por ver a la Virgencita y yo creo que ella o su fe los hacía caminar de esa forma; en realidad yo nomás me les pegue para ver que se sentía esta caminata que mucha gente de mi pueblo la hace cada año, y yo estaba con la tentación y aquí voy, ¡Ya bien guango, pero seguro!.
Eran casi las cinco cuando Juan me preguntó que si tenía hambre, Camilo volteó al instante y les contesté que como ellos quisieran, pero seguían caminando; no muy lejos se divisaron un par de encinos y Camilo juntó unos leños para hacer una fogata y calentar la comida, cuando terminamos de comer Juan nos dijo que nos durmiéramos un rato porque le íbamos a pegar parte de la noche y si era posible toda la noche; a lo que me quede pensativo, pero acepte, total ya aquí ando, me dije a mí mismo.
Se me hizo un ratito la dormida pero en realidad eran ya las once cuando me despertaron y me quede sorprendido al ver la cantidad de gente que pasaba a nuestro alrededor, viejos, niños, mujeres, hombres, señoras con bebes en brazos y nadie se rajaba, algunos pasaban rezando, otros en silencio y meditabundos, algunos caminaban aprisa y otros lenta pero constante.
Cuando menos acorde Camilo y Juan ya habían recogido las cosas y me dijeron – ¡Apúrate que te quedas!-, al instante me puse en pie y los seguí.
Ni uno ni otro decían nada, intenté cantar una canción para hacerme el camino más cómodo, me empecé a quedar rezagado al paso de ellos no era mucha la distancia pero ya me llevaban un tramito, de pronto al mirar a mi izquierda divisé las luces al fondo de la montaña, como un pequeño hilo luminoso que cambiaba de forma conforme el relieve de la montaña, ¡Extraordinario! me dije a mi mismo; era una cosa fascinante ver aquel espectáculo. Por supuesto no faltaban los puestos de vendimias a lo largo del camino, desde comida hasta bebidas, cigarros y otras chucherías.
Embobado por el descubrimiento que había hecho se me olvidaron mis compañeros de viaje; al recordar voltee a verlos y no los vi, me puse un poco nervioso y apreté el paso para tratar de alcanzarlos. No muy lejos los divise y me sentí aliviado; al ver la cantidad de personas perdí la noción del tiempo y no supe qué hora era, y ni me importó en fijarme; ya próximo a alcanzar a Camilo y Juan, sentí la mano de alguien sobre mi espalda, al voltear me di cuenta que era un anciano con cara de felicidad y alegría, me saludó y yo le contesté, – me llamo Anselmo- me dijo, – voy rumbo a Talpa, pa´ ver a la Virgencita, sabe que estoy enfermo y no me puedo curar, ya vi muchos médicos y ninguno le atina, tengo fe de que la Virgen de Talpa me curará, pero ya me ve, voy sólo ni quien me acompañe, ya tiene rato que mis familiares me dejaron y todavía no los veo-; yo solamente lo escuchaba y seguíamos caminando.
Don Anselmo me contó, que venía de un pueblo que se llama San Luis, cerca del pueblo donde vivo y me preguntó que cuando me devolvería de Talpa, le contesté que nomás llegábamos a ver a la Virgencita y nos devolvíamos; conforme caminábamos me platicó un poco de su vida de la misma forma yo le conté de la mía; me pidió de favor que cuando regresara a mí pueblo pasará a su casa a decirle a su familia que los iba esperar en Talpa para que se fueran y le pidieran al padre que oficiará una misa el día de su cumpleaños, el 20 de marzo, y que ahí iba estar con ellos para después regresar en paz y estar sin pendiente.
En ese momento no me di cuenta de lo que me dijo hasta ahora.- Pregunta por la casa de don Anselmo González-, me dijo; – soy muy conocido en el pueblo y rápido darás con mi casa-¿De dónde me dijiste que eras muchacho?-; – de San Juan-, le respondí; me preguntó -¿Conoces a don Feliciano Vergara?, -es mi abuelo- le respondí.
Añadió –Le dices que pronto nos veremos-; -que pequeño es el mundo- le dije; – no tienes idea muchacho- me respondió, – aquí me quedo-; cuando volteé a despedirme ya no lo vi.
Por fin alcance a los muchachos y entramos juntos a Talpa, cuando llegamos a la iglesia me impresioné al ver la cantidad de gente unos de rodillas caminaban, otros con penitencias, pero todos con mucha fe, incluyendo a Camilo y Juan.
De regreso durante el camino, les platiqué a mis compañeros del viejo Don Anselmo y les pedí que me acompañaran a San Luis a llevar la razón que el señor me había encomendado.
Definitivamente cuando pregunté por él, rápido me dijeron donde era su casa. Al tocar la puerta, una señora ya desgastada por los años abrió y me preguntó que a quien buscaba, le dije –traigo una razón de Don Anselmo González-, la señora me vio de una forma que nunca olvidaré, parecía como si hubiera visto a la misma muerte, quede sorprendido y continué,- que se fueran a Talpa, que haya los iba a esperar para pasar con ustedes su cumpleaños, para que le ofrezcan una misa y-, no pude continuar porque la señora empezó a llorar; Camilo y Juan voltearon a verme y al igual que ellos yo también quede sorprendido cuando la señora me dijo – mi viejito te dijo eso, él ya tiene más de doce años de muerto y precisamente murió un día antes de su cumpleaños, había prometido celebrarse una misa en Talpa, pa` su cumpleaños, pero, pero- y soltó su llanto.
Mi abuelo murió meses después de lo sucedido; Camilo y Juan no quieren volver y yo creo… lo de Talpa.
Foto: cortesía de semanario.com.mx
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