La singular librería en donde pueden suceder encuentros inesperados con Hemingway, Garcia Marquez y más.
Por María del Refugio Reynozo Medina.- Mientras usted está consumiendo en estos momentos un buen vino o unos champiñones enlatados y bota los envases, hay un puñado de brazos que cada sábado regalan cinco horas de su tiempo para separar los residuos inorgánicos, el cartón, vidrio, plástico y metal.
Thomas Thompson es el iniciador de la revolución silenciosa de separar los desechos de la basura en Ajijic. Es originario de Iowa, tiene 74 años y 35 de ellos los ha vivido en este país.
El proyecto comenzó en 2018, cuando en una asamblea el Gobierno Municipal de Chapala, convocó a conformar un comité para trabajar el tema de la separación de basura. Thomas levantó la mano y tomó el liderazgo del proyecto. El Ayuntamiento ofreció El bajío, un predio por la carretera Ajijic- Jocotepec para el almacenamiento y clasificación de los residuos.
En un inicio hubo participación del Ayuntamiento en la recolección, aunque Tom recuerda que en una ocasión depositaron toda la basura junta “era una tristeza”. En marzo de 2019, se vieron en la difícil necesidad de desocupar el espacio porque el ejército iba a tomar posesión por un tiempo, esto los obligó a realizar una tarea emergente de la separación para rescatar el mayor material reciclado posible, aunque finalmente consiguieron otro lugar para el ejército y El bajío pudo seguir funcionando.
Con donativos de los ciudadanos, se instalaron en la zona centro de Ajijic, contenedores azules de herrería con carteles informativos respecto a la correcta separación de los desechos.
Thomas lanzó una convocatoria para comprar una compactadora, aunque hasta hoy el equipo no ha podido instalarse; el predio no tiene acceso a la energía eléctrica, no hay agua potable y no ha podido realizarse un contrato con la Comisión Federal de Electricidad (CFE) debido a que no hay un domicilio oficial. Ahora ya no hay apoyo del Gobierno Municipal en la recolección de los residuos. El proyecto continúa, hay un grupo de extranjeros que pagan trescientos pesos al mes por recoger los desechos, Thomas utiliza su propia camioneta para algunos traslados, ha logrado convocar a bastantes voluntarios. Una persona le ofreció un donativo de cinco mil pesos, otra donó unas puertas para ser vendidas en el Bazar Barbara’s y obtener más apoyo. Para Thomas el tema del reciclaje es un tema urgente para el medio ambiente y no se puede esperar.
El COVID19, dice -es nuestra madre tierra reclamando tantos abusos.
Thomas ha logrado unir voluntades para no rendirse en estos tres años. El proyecto ha conseguido ser sustentable, con la venta de cartón, vidrio y plásticos se logra pagar a un empleado en el centro de acopio y cuando la situación lo hace posible, apoyar en proyectos de educación para los niños.
-Quiero dejar un mundo mejor para mis nietos.
Hoy Arturo Ortega y yo nos trasladamos a El Bajío, son cerca de las 11 de la mañana, en este lugar hay un solo empleado que recibe un sueldo, el resto son colaboradores. Aquí está Collen Kissinger, voluntaria. Es una enfermera retirada de Estados Unidos; aparece en medio de las montañas de cartón y camina por los pasillos formados por los estantes que ella misma ha organizado, para ordenar los libros útiles, que llegan entre los donativos de papel que se desecha. Esta “librería” no tiene un catálogo de existencias, es una ruleta de encuentros inesperados, aquí me encontré a Hemingway (Por quién doblan las campanas), un par de ejemplares de Gabriel García Márquez; hay textos en inglés y español principalmente. Revistas, cuentos infantiles, textos de consulta como diccionarios y enciclopedias completas. En este rincón se puede encontrar lo insospechado a cambio de un donativo para la causa.
Collen tiene una amplia sonrisa en el rostro y unos ojos claros que se le iluminan, cuando habla de la gran labor de rescatar y reciclar los residuos, tan sólo para que la basura no esté en las calles y sea utilizada en protección del ambiente.
-Me quiero quedar en México hasta la eternidad, México es el país de mi corazón- dice.
-Yo quiero que los corazones de las personas muevan sus acciones.
Además de Collen hay tres colaboradores más esta mañana, una de ellas está en medio de una montaña de plásticos, corta con un cutter las etiquetas y ordena los recipientes.
También viene un grupo de cuatro adolescentes del Centro Mamá Cleo. Al fondo, en un espacio al aire libre, los jovencitos organizan las botellas de vidrio en los contenedores de concreto que se pintan de verde y sepia de los cristales.
Benjamín, es el empleado que asiste todos los días al lugar y recibe los desechos que llegan.
-La mayoría de la gente que trae desechos son extranjeros. Dice.
Ha vivido muchas experiencias. En una ocasión tuvieron que rescatar latas y materiales útiles de la putrefacción y los gusanos, porque mucha gente hace mal uso de los contenedores.
A decir de los voluntarios, la ganancia de este proyecto no es monetaria, hay ocasiones que apenas alcanza para sustentarse, el traslado al centro de acopio, el envió de los materiales a las recicladoras en Guadalajara, implica gastos de gasolina, choferes, salario. La mayor ganancia es la basura que ahorran a los vertederos y el aprovechamiento de los recursos al reutilizarlos y hacer un mundo más sustentable.
-Este si es movimiento ciudadano- Dice Thomas Thompson, quien ha logrado mover muchas voluntades para este proyecto que ha resistido al amparo del amor de los voluntarios y cuya retribución es la certeza de que con ello se salva un trozo del mundo.
Ajijic, Jalisco. 23 de Septiembre de 2021.
Es un esfuerzo de equipo la preparación del vuelo. Foto. María del Refugio Reynozo Medina.
Maria del Refugio Reynozo Medina. Esta vez no hay toros bravíos en el ruedo ni jinetes ensombrerados en medio de aplausos y gritos de furor. El Lienzo Charro de Ajijic luce un poco solitario, son pasadas las cuatro de la tarde de sábado y hay un grupo de unas quince personas que se disponen a ocupar sus lugares en sillas desplegables, mientras preparan botanas y bebidas. Es una de las familias que conforman el equipo de Beach Boy‘s que participa en la tradicional Regata de Globos en su edición 2021, marcada ahora por el virus del COVID-19. Hoy sólo participan tres familias.
Anastasio González es uno de los organizadores; desde que era niño recuerda que se reunía con su familia alrededor de la minuciosa tarea de pegar retazos y retazos de papel para construir globos multicolores.
Es un sábado antes de la fecha del 16 de Septiembre para que no se interponga con los festejos patrios. Y también porque la dirección del viento en estos días es favorable para elevar las esferas de papel.
-Me enseñé en la calle entre los vecinos, los familiares desde niño.
La labor de crear un globo se hace en familia, con adultos y hasta menores.
Los globos más chicos miden aproximadamente un metro y medio de altura, bastan cuatro horas y unos 36 pliegos de papel de china para conseguirlo. Hay globos más grandes, miden 16 metros de alto y unos nueve metros de diámetro, para ello hay que armarse con unos 250 pliegos de papel y un tiempo de un mes y medio de elaboración.
Para la construcción de los globos se necesita pegamento líquido y papel de china, además de un poco de alambre e hilaza para la base.
El día de hoy debido a la pandemia solo participan tres equipos: Sí Lupita, La Naranja Mecánica, y Beach Boy´s de doce que son, en una tarde de contemplación que termina alrededor de las once de la noche. Hay unos 50 asistentes en lugar de los tres mil que a decir de Anastasio se reúnen normalmente en un festival sin pandemia.
La tarde de hoy se soltarán unos 25 globos al cielo y no los casi 200 que cada año se liberan.
Mientras siguen llegando el resto de las familias, los adultos contemplan el cielo y la dirección del viento.
-Hay que esperar un poco a que se calme el aire.
El primer globo de la tarde en tonos verdes, comienza a elevarse, una ráfaga de aire lo desequilibra y se prende antes de elevarse lo suficiente. Los trozos negros como espuma vuelan por los aires y los equipos preparan el próximo.
Se abre paso al siguiente ejemplar, es como un dado de colores rosa, azul turquesa, negro y plateado. Se eleva suave, directo a encontrarse con las nubes; los asistentes aplauden y gritan.
El equipo de los Beach Boy´s se prepara, el grupo de ocho personas, hombres y mujeres, sostienen de los extremos el globo rosa con amarillo; lo alinean, un hombre trae el tanque de gas de seis kilos y coloca la manguera en el extremo inferior del globo para proyectarle de manera suave y lenta el fuego para que se eleve. El equipo se coordina y equilibran el globo sosteniéndolo con los brazos extendidos como en un abrazo colectivo. Conversan y bromean entre ellos, hacen acuerdos, le sujetan una botella de plástico en la punta inferior, rellena de agua a la mitad y lo sueltan a un tiempo; mientras observan su trayectoria. Rompen los aplausos cuando comienza a elevarse
Anastasio Ezequiel González es un pequeño de ocho años, está ahí al lado de su padre, observa y ayuda a sostener uno de los extremos del lienzo de papel.
-Sigo la tradición- dice sonriente.
-Siento que mi corazón empieza a latir y se hace como para arriba.
Así para arriba como las decenas de globos multicolores se elevan, el corazón de este niño late, mientras grandes y chicos mantienen los ojos puestos en los globos de papel, que se van haciendo pequeños; hasta convertirse en diminutos puntos negros en medio de la bóveda celeste.
Hoy no es un charoláis reparando en el ruedo, hoy son ejemplares coloridos con las entrañas de fuego armados por muchas manos y empujados por otras más hacia el cielo por el puro gusto de endulzarse los ojos.
Fachada de la finca habitada por el padre Guillen en donde construyó su proyecto a lo largo de 30 años.
Por: Maria del Refugio Reynozo Medina.- Dos esculturas de ángeles con túnicas de un azul descolorido custodian la fachada, desde el tercer piso miran hacia el horizonte con las manos entrelazadas. Bajo sus pies hay un conjunto de diez arcos de ladrillos desnudos, cada uno de los tres pisos está cubierto en su totalidad de filas de macetas con follajes que comienzan a dejar de ser verdes. La última planta está coronada con una lámina metálica ondulada. Desde los arcos emergen como lenguas los brazos de un cactus expulsados al exterior.
“Una casa de oración pobre para los pobres más necesitados” reza una lona colocada en la parte superior derecha, enmarcada por unos aros de metal para portar macetas vacías y oxidadas. También, en el segundo piso cuelgan una decena de cuadros con pasajes bíblicos blanquecinos ya. Todos llevan un título, “Casa de oración Monte Maria”. En el primer piso, hay otra decena más de cuadros, son los retratos de líderes de la iglesia católica, con sus nombres colgados de un rótulo de madera: “Santo Padre Juan Pablo I”, “Santo Padre Juan Pablo II”, “Sr. Cardenal José Salazar”, “Sr. Obispo Fr. Felipe de Jesús Cueto”. Entre los Obispos, Cardenales y Papas, cuelga la fotografía de Maximino Guillen y de la Señora Rita Lepe Mendoza.
En el centro de la fachada cuelga otra lona roída de las orillas, se alcanza a leer “Casa de Oración Ecuménica Monte Maria”, encuentros familiares los domingos.
Clínica Rural, Casa de oración, Labor Social, Oficina de lunes a sábado a partir de las 10:00 horas. Los rótulos con estas frases salpican la fachada que es un mosaico de unos veinte metros de frente saturado de imágenes, letreros y macetas que anticipan lo que estos muros guardan en su interior.
Es la finca marcada con el número 78 y también con el 78 A de la calle Hidalgo de San Pedro Tesistán. Este lugar encierra el proyecto inconcluso del Padre Rafael Guillen Lepe. Desconozco cuales son las medidas de este sitio lo cierto es que el fondo y uno de sus costados abarca toda la manzana.
Vamos tres; Angélica, Celina y yo. Entramos por un costado, el ladrido de un par de perros nos recibe en el primer pasaje tras abrir el cancel de metal.
En la pared cuelgan unos cuadros con pinturas al óleo separados entre ellos por un medio metro de distancia, están firmados por “Camarena”, se alcanzan a contar al menos una decena. En ellos hay personajes de la religión católica, desde el piso de tierra del primer pasillo se respira humedad. Avanzamos hasta una senda que se ve iluminada, es un pequeño patio en donde se cuelan los rayos del sol a través de la copa de un enorme árbol de mezquite. Desde ahí se observan las puertas y ventanas de las habitaciones del primer piso, se cuentan al menos unas quince.
Parece que este lugar estaba proyectado para algún teatro al aire libre porque tiene un conjunto de escaleras de concreto al fondo, frente al patio despejado que pudiera ser el escenario. Detrás de las escaleras hay un espacio como una cabina.
Salimos del patio y seguimos por el pasillo de vez en cuando iluminado por los pequeños rincones descubiertos. De todas las paredes cuelgan imágenes religiosas y fotografías de Papas y Obispos. Al final del pasillo se observa el rostro sonriente de una mujer cubierta de la cabeza por un manto negro. Es Santa María Guadalupe García Zavala.
Después de doblar a la derecha hay otro patio arbolado circulado por pequeñas salas de estar descubiertas y saloncitos, ahí hay guardados una serie de diez cuadros pintados al óleo, son fragmentos bíblicos, el lavatorio de pies, el sacrificio de Isaac, el maná que cae del cielo y algunas escenas apocalípticas. Están firmados por “Refugio”. En un rincón, acomodados en una torre, hay otros proyectos de cuadros, son reproducciones en papel de más escenas bíblicas. Son al menos unos treinta y otro puñado más de unos veinte cuadros de Camarena y Refugio, recargados en una pared. Los vivos colores recrean los palacios de la antigua Jerusalén, los rostros de María y de los ángeles. También hay cuadros de retratos a lápiz de jerarcas católicos con una firma desvanecida.
Estamos ahora en otro de los patios, hay un nicho con una escultura del Sagrado Corazón en su interior que alcanza el tamaño de una persona. Las enredaderas secas que brotan del segundo y tercer piso parecen venirse encima. La maleza en el piso, forma una montaña que cubre el patio central y vuelve aún más desolado el lugar.
-Al padre no le gustaba que nos metiéramos- dice una voz.
Le pido permiso en mis pensamientos.
Estamos justo afuera de la capilla que constituye el espacio central de este lugar, una pequeña escultura de un ángel blancuzco que cuelga de la pared, da la bienvenida, sostiene una tinaja con agua que ahora es de lluvia pero algún día fue de agua bendita.
Un conjunto de sillas tubulares tapizadas de vinil rojo están acomodadas en filas y forman un pasillo que lleva al altar principal. En el recinto en el que caben unas cincuenta personas, hay una docena de esculturas, entre ellas la Virgen de la Asunción y La Santísima Trinidad. En el altar central está San José con el niño en brazos, la Virgen María y un Cristo crucificado. Además la Virgen de Guadalupe y San Juan Diego. Un retrato del padre Guillen en blanco y negro sobre una repisa de madera ocupa el espacio central. Hay un par de reclinatorios forrados de una tela tinta con marcas de polvo. Estoy justo frente a la fotografía del padre, le pido permiso de caminar por esta casa y agradezco poder entrar a la intimidad de un espacio, que durante 30 años estuvo construyendo, al amparo de la soledad y de la firme intención de ofrecer servicios espirituales.
A un costado, hay una especie de sacristía de reducido tamaño, ahí en un armario cuelgan las casullas sacerdotales, son unas cinco, las demás se las llevaron unas religiosas que visitaron la casa. En la parte superior, hay un espacio para un coro, ahora está húmedo y con agua almacenada por las gotas que se filtran desde el techo.
Salimos de la capilla y vamos a la última alcoba que habitó el sacerdote; la cama está cubierta con una colchoneta blanquísima bajo un polvo tamizado, unos rosarios de madera cuelgan de la pared y un crucifijo en la cabecera cubierto de polvo gris mira hacia el lecho con los brazos extendidos. Sobre la modesta cama individual reposan un pequeño sombrero de palma y un bastón de madera que fueron sus últimos compañeros.
He perdido ya la cuenta de los rincones, habitaciones y pasillos que conforman esta finca, llevamos casi dos horas de recorrido a paso lento, pisando con cuidado las escaleras a veces agrietadas y los pisos que parece se estremecen a nuestro paso.
Hay también una biblioteca que resguarda libros en distintas lenguas, misales y textos de temas religiosos.
El padre Guillen, a quien siempre en la comunidad le llamaron Tito, era originario de La Media Luna en la Sierra de Mazamitla. Llegó a radicar a San Pedro Tesistán hace más de 40 años como sacerdote del pueblo, también en Jocotepec ofreció sus servicios sacerdotales. Hablaba siete idiomas, entre ellos inglés, italiano y francés, estuvo en Roma. Y en la Ciudad de México, fue maestro de instrucción básica.
-Siempre fue muy reservado, no platicaba casi de sus proyectos.
No le gustaba tampoco recibir visitas, tenía once perros que anunciaban el llamado de alguna persona en la puerta, convivía sobre todo con sus hermanos y su madre. Solo el día de la muerte de su madre la señora Rita, acudieron las nietas a darle el último adiós en su lecho y a prepararle sus ropas para la despedida en un funeral con pocos asistentes.
Desde la muerte del padre Tito que ocurrió en agosto del año pasado, han venido muchos sacerdotes a este lugar; se han llevado algunos cuadros y objetos que son valiosos para los templos. Murió a los 74 años, en medio de su gran proyecto de vida, ofrecer una casa de oración para tener encuentros familiares cristianos, un asilo de ancianos, dispensario médico, clases para los niños y jóvenes, y asistencia espiritual para los más necesitados.
En sus funerales el señor Cura Rubén López colocó sobre el ataúd los ornamentos sacerdotales, le dijo -Eres Sacerdote y como Sacerdote te vas.
Y así partió, desde el mutismo de la casa que habitó hacia el silencio sepulcral, seguramente pidiendo a Dios como en el libro de Tobías 4, “… que lleguen a buen fin las sendas y proyectos”.
En el curso de Primeros Auxilios. Silvia está a la derecha sentada en el piso y Cruz a la izquierda (la última del grupo de tres con el vestido claro). Fotografía de John Frost.
Maria del Refugio Reynozo Medina.- La primera vez que Cruz Robledo Saucedo supo de instrumentos quirúrgicos, fue en una clase de primeros auxilios en manos de Silvia Flores Hernández, una doctora que llegó a vivir a San Pedro Tesistán hace más de 40 años y que promovió la salud especialmente de las mujeres.
A partir de ahí, Silvia Flores la invitaba a que le apoyara en algunos partos de la comunidad.
La primera ocasión que ayudó a llegar a un bebé al mundo sintió mucha emoción, es algo que aún a distancia de más de 30 años no puede describir. Sonríe y se frota las manos con abundante gel antibacterial. Estamos en tiempos de Covid y en la trastienda del local donde vende abarrotes. Reposa en su equipal desde donde hace venir sus recuerdos de experimentada enfermera y partera, hoy a poco más de un año de jubilarse.
– No sé cómo decirlo pero es una emoción muy grande.
Recuerda que había anexo a la delegación un cuarto que le llamaban Posada de Nacimiento, ese lugar era el sitio para atender a la población mientras no había un Centro de Salud.
En una consulta que acudió con el doctor Luis que estaba de base en la comunidad en esos momentos, él le preguntó si quería ayudarle en la atención de los casos y ante la sorpresa de Cruz, le dijo –Yo te enseño.
Ella aceptó y ahí comenzó su carrera en el mundo de la salud. En ese tiempo inició unas prácticas en el Hospital Materno Infantil Esperanza López Mateos en Guadalajara; recuerda que había practicantes de medicina muy jóvenes y asustadizos, le consultaban y le llamaban doctora. Lo cierto es que ella apenas estaba realizando sus primeras prácticas, pero poseía la experiencia de los muchos partos atendidos hasta ese momento.
Luego en La Barca Jalisco, realizó algunas actividades de formación, ahí ganó el segundo lugar entre 30 participantes de toda la región en un concurso de parteras. En Cocula, realizó estudios de enfermería y en Guadalajara culminó la Licenciatura en Enfermería. Le llegaron los títulos cuando estaba armada de experiencia.
-Te voy a hacer un Centro de Salud.
Le dijo Dolores Navarro que era delegado en ese momento.
Se formó un comité ciudadano con personas de San Pedro Tesistán, quienes vivían en ese momento en la comunidad y también los ausentes, radicados en Estados Unidos. Además, tuvo participación el Ayuntamiento del Municipio de Jocotepec.
Cuando se inauguró el Centro de Salud, Cruz ya estaba calificada como enfermera y como partera tradicional. Ahí el doctor Luis la recomendó con las autoridades sanitarias que estuvieron presentes. Un primero de enero de hace 28 años recibió su nombramiento como enfermera por parte de la Secretaría de Salud.
En la misión de vida que eligió, ha acompañado a muchas mujeres de distintas maneras; en una ocasión atendió un parto en un taxi, hasta ahí alcanzó a llegar a cuadras de su domicilio, en el vehículo inyectó a la paciente y el bebé nació a bordo.
Una vez revisaba a una mujer en su cama y justo ahí llegó el alumbramiento. Otro bebé más nació, en otro cuarto cerca del patio.
-Tengo hijos en Tizapán, Jocotepec, San Juan, San Luis.
Dice con un hondo suspiro, refiriéndose a todos los recién nacidos que ha recibido desde el vientre de sus madres.
-Casi todo San Cristóbal son mis hijos.
En una ocasión vino una persona de Yahualica y trajo a una muchacha para que conociera el lugar donde había nacido y mostrarle a la mujer que la había acompañado en su nacimiento.
En el Centro de Salud de San Pedro Tesistán se encuentran unos 400 certificados de nacimiento, que dan fe de la intervención de Cruz para la llegada de los niños al mundo y que junto con los muchos que atendió en sus primeros años, suman al menos 500.
-Me gusta mucho ver nacer, siento muy bonito.
-Si tienen que me paguen si no, ni modo
Dice resignada cuando recuerda la cantidad de personas que aún le adeudan.
En una ocasión en sus inicios con la doctora Silvia, fueron a cobrar a una persona un pendiente de un parto, la mujer cerró la puerta sin darse cuenta que había dejado afuera a su hijo mayor, que lloraba para que le abrieran.
-Cuánta confianza me daba esa mujer
Dice una señora que fue atendida por ella en un parto muy difícil. Yacía en la cama del Centro de Salud y lo que miraban sus ojos era el rostro sonriente de Cruz y un cuadro con la imagen de la Virgen de Guadalupe que estaba colocado justo frente al lecho de vida.
Con lluvia, frío, calor, a horas, a deshoras, la vida no tiene horario para llegar y las manos de Cruz están dispuestas a recibir toda la savia que cabe en su regazo.
El anuncio que da la bienvenida “Al carajo”
María del Refugio Reynozo Medina.- “Al Carajo” se llega caminando por la calle Juárez desde Zaragoza, pasando primero por el templo hasta topar con la calle Hidalgo y doblar ligeramente a la derecha, justo a una cuadra de la laguna, (así llaman los habitantes de San Cristóbal Zapotitlán a la laguna; no le dicen lago, aquí la laguna es mujer). Una puerta amplia de metal conduce a las escaleras que llevan a lo que muchos también llamaban “Las Jarras”.
“Al Carajo de San Cris”, así llamó Luis Gómez Ortega a la terraza que construyó hace poco más de veinte años en el segundo piso de su casa y que en las noches de fin de semana lucía repleta de asistentes. El lugar donde se podía tomar abundante cerveza de barril y escuchar a José José, Vicente Fernández, Camilo Sesto desde una rockola mientras las luces de los pueblos de la ribera se reflejaban en el lago convertido en espejo de agua. Recuerdo que vendían cena y en ocasiones había la presentación de algún trovador, así como las peñas de la antigua Guadalajara.
Llegar a ese lugar no sólo garantizaba una perdurable velada sino también estar en un sitio vigilado por su propietario mientras despachaba en la barra y recorría con la mirada la terraza central y ambas alas en las que cabían hasta ochenta personas.
Quiso siempre ofrecer un lugar familiar, en alguna riña que se dio una noche, recibió un mal golpe por impedir que un muchacho agrediera a otro.
Los clientes eran de los alrededores; al lugar asistía gente de Jocotepec, San Luis Soyatlán y San Pedro Tesistán, a veces también de Guadalajara. Sobre todo, los fines de semana. Iban a tomar tragos de oscura cerveza y largas conversaciones con Luis en un espacio bohemio que perduró por unos diez años.
Luis fue el sexto de diez hermanos; tenía seis años cuando emprendió su primer proyecto, la renta de revistas de corte popular como El Libro pasional, Sensacional de traileros, Sensacional de luchas y Valiente que acomodaba en un tendedero afuera de su casa. Antes, ya vendía los vegetales cultivados por las manos de su madre en un solar lejano.
Desde pequeño asumió una responsabilidad con su familia superior a su edad. Tenía unos diez años cuando iba con sus hermanos a las fiestas en Jocotepec y mientras ellos daban la vuelta, él vendía helados para darles con qué gastar en la feria.
Luis ingresó al seminario a los catorce años; se adaptó a la disciplina y cultivó grandes amistades y lazos fraternos con muchos de sus compañeros.
-Éramos como hermanos-
Dice Lupillo un entrañable amigo que fue su compañero por los ocho años en los que compartió partidos de futbol, actividades comunitarias, disciplina, rezos y viajes en las misiones por algunos estados de la República.
A sus 22 años abandonó el seminario y volvió al pueblo, inevitablemente comenzaron a llamarle “padrecito”, en un medio donde muy pocos se escapan de los apodos.
El “padrecito” emprendió entonces una jornada permanente de lucha por la vida, y aprecio por el valor del trabajo.
Llegó a ser gerente de Papelería Cornejo; y en ese tiempo abrió la papelería “El Peque” en la esquina de su casa, por la que ahora muchos llaman “La peque” a Bertha una de sus hermanas. Participó bastante en los temas colectivos de la población, en jornadas pastorales, ejercicios espirituales de la semana santa y pascuas juveniles.
En 1990 como presidente de las fiestas patrias, pensaba que las reinas no solo podían calificarse con la belleza física o con la solvencia económica de la familia, sino con sus talentos, fundó los certámenes de belleza en San Cristóbal, en los que para ganar una corona había que emitir un discurso y portar atuendos regionales, saber y sentir orgullo por las raíces y cultura mexicana. Surgió así el concepto de Señorita San Cristóbal.
Como admirador del Atlas, una de sus pasiones fue el futbol; llevó al triunfo local al equipo San Cristóbal con el que vivió muchos éxitos y campeonatos regionales.
Uno de sus trabajos en los que más perduró y que lo acompañó hasta el final, fue como taxista a bordo primero de un Tsuru y en los últimos años una miniván.
Su trabajo como taxista lo colocó en el punto ideal para hacer lo que mucho le gustaba, conversar y ayudar.
No podrían entenderse algunos mítines políticos, las urgencias al médico y los viajes al aeropuerto sin la presencia de Luis, “el padrecito”; en su miniván amarilla rotulada con una invitación, a ir “Al Carajo de San Cris”.
Como taxista le tocó lidiar con enfermos, en una ocasión realizó una reanimación pulmonar y volvió al paciente. Una vez le tocó completar para pagar alguna cuenta y hasta higienizar a una anciana que hizo sus necesidades dentro del taxi. Otro día, le tocó atender un parto mientras llegaba el auxilio.
En agosto del pasado año celebró su cumpleaños número 59 al lado de la familia antes de sentirse enfermo. Aún en la noche previa a su partida trabajó en el taxi y fue a dormir. El 8 de noviembre de 2020, murió en el sueño y el amanecer lo recibió en su lecho, con las manos sobre el pecho y una ligera sonrisa en los labios.
-Creí que nunca se iba a morir- Dijo un hombre consternado con su ausencia.
-Qué bonita muerte, hijo- Le dijo el señor Cura Rubén cuando fue a auxiliarlo espiritualmente. Meses antes, Luis le había dicho -Ya me voy a morir padre-
-Ahora si ya pagué, que se haga lo que Dios quiera- dijo también semanas antes de su muerte.
En su funeral se fue acompañado de un trofeo de los muchos campeonatos que le dieron felicidad. La procesión rumbo al panteón iba precedida por una fila amarilla de unos veinte taxis que no dejaron de tocar el claxon, en homenaje al ser humano que saludaba con un “Hola, qué tal”, como si al hola le faltara más cercanía. Esa frase está inscrita en la placa que Cata García, una amiga entrañable le mandó a hacer como recuerdo.
Hoy, a meses de su muerte vine “Al carajo”. La última vez que estuve aquí, Luis me servía un tarro con cerveza. Hablábamos de letras, de los temas campiranos y de la política. Aquí están todavía las especies animales disecadas y los objetos antiguos para labrar la tierra colgados de la pared de ladrillos, las mesas, la barra y unas tres jarras colocadas boca abajo, cubiertas de polvo y de recuerdo.
-Hola, qué tal – me estaría diciendo indudablemente si viviera.
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