Rosas, blancas, lilas; las seiscientas rosas enmarcan a la imagen.
FOTO9. Las niñas y niños se congregan cada quien con su catequista FOTO Maria del Refugio Reynozo Medina
María del Refugio Reynozo Medina
El incesante estallido de cohetes del otro lado de la laguna y detrás de los cerros, han acompañado la noche cercana al invierno.
Dice Marco Antonio Solís en el Himno a la humildad, que hoy es día de fiesta hasta en el más pequeño rincón; San Cristóbal es un lugar del municipio de Jocotepec y en este pequeño rincón, la gente se da cita en torno a la imagen de la Virgen de Guadalupe.
“La casita”, como algunos pobladores se refieren a este sitio, es una caseta hecha de ladrillo de unos 5×3 metros, ubicada en el crucero a la entrada de la población; que originalmente se construyó para que las personas se pudieran resguardar mientras esperaban el transporte. Entonces no había alumbrado público. Ahora, la gasolinera estrenada el año pasado, ilumina junto con los puestos de vendimias de artesanías, frutas y de bebidas embriagantes.
Son pasadas las cinco de la mañana, está por llegar el mariachi, mientras; los himnos y cantos a la Virgen de Guadalupe salen de unas bocinas. Unas 150 personas están congregadas frente a la “casita de la Virgen”. Acomodadas en filas de sillas, con abrigos, rebozos y mantas gruesas sobre las piernas; las personas observan la imagen, se escucha de nuevo la voz del Buki.
-“…hoy se muere el rencor y florece el perdón…eres la tierra donde la fe sembramos…”-
A la gente aquí, la hermana el frío, la canela caliente que beben de los vasos y el pan dulce. Están unidos por la fe y el fervor a la Guadalupana; por eso mandaron traer al mariachi, para entonar por tres horas los cantos de amor.
El sitio está cubierto de multicolores luces navideñas que bordan la oscuridad como de brillantes caramelos. En el techo, los adornos de guirnaldas de flores de plástico tricolores, cuelgan del centro hacia los extremos. El lugar ahora es una capilla ardiente de súplicas y veladoras.
“Las flores sobre los altares son vuestros pensamientos perfumados y coloreados”, escribió un día el señor Cura José Rubén López Barajas. Un solo hombre el día de hoy mandó traer 600 rosas de Concepción de Buenos Aires. Blancas, rosas, rojas lilas, tiñen el marco de la Virgen morena.
Afuera una vaporera grande hierve sobre la leña; en unas mesas reposan cuatro termos de los que sirven la canela con rompope. Son 400 litros de bebida y 400 panes para acompañar la jornada.
Un hombre está tumbado en una de las sillas, tal vez es de los que se trasnocharon, un grupo de los organizadores pasaron la noche en vela para recibir los primeros minutos del día y para cuidar la fogata de la canela y la olla de menudo, que hirvió lento durante toda la noche.
La llegada del mariachi revive los ánimos y los fieles entonan “La Guadalupana”.
-El aplauso es del artista- dice una mujer y bebe de su vaso.
Los que van en los vehículos que pasan por la carretera se inclinan, se persignan, disminuyen su velocidad y graban o toman fotos desde los celulares. El autobús de la línea Sur de Jalisco se detiene, bajan pasajeros y el chofer se santigua.
José Luis Villa Jiménez es el organizador; él junto con Gonzalo Garita, conversaban hace más de veinte años de cómo era posible que “la Virgen tuviera tantas luces en otro lado y en San Cristóbal, solo hubiera oscuridad”.
Ricardo Amezcua fue su primer colaborador, remozaron el sitio y lo pintaron.
Ahora, más ayudantes se han unido; como el maestro Javier Osorio Rito, que tiene a su cargo un día del novenario; Eduardo Ortega Escoto que regala las flores y la gente que aporta con dinero de acuerdo a las posibilidades. Los gastos de este día son en promedio de 30 mil pesos.
Apoyado también por su familia, José Luis Villa está al pendiente de que no se termine la canela de los termos, de que los asistentes tengan un lugar en las sillas y que haya pan para todos.
-Somos pobres, pero bendecidos por ella-
Me dice refiriéndose a la Virgen de Guadalupe.
Se siente agradecido por la vida, por tener su bendición.
-Creo que ella me sigue- Dice, esbozando una sonrisa.
Cuando José Luis trabajaba en el Aseo Público del Ayuntamiento de Jocotepec, de entre las bolsas negras con basura apareció una figura de yeso de la Virgen de Guadalupe.
-“Estaba ahí paradita, en medio de las bolsas, parecía nueva”-
La recogió y ahora está también ahí en el altar, con un rostro perfectamente coloreado y el ropaje de tonos profusos; mide unos 50 centímetros, sigue pareciendo nueva.
A las ocho de la mañana llega el señor Cura Carlos Enrique Medina Garibaldo, acompañado del sacerdote Cristóbal Díaz Villalobos para la celebración. Luego de finalizada la misa, comienzan a llegar cazuelas con comida y la gente se reúne en torno a la olla del menudo, la carne en chile y los frijoles con queso.
Del otro lado de la carretera, un hombre no pierde la oportunidad y se instala con una carga de chivas en una camioneta de redilas para vender pajaretes. Amarra a la primera cerca de la llanta del vehículo y comienza a ordeñar. A unos metros, llega una pareja y se instala con un puesto de pan tachihual.
El viento sopla frío, los adornos se mueven y sombrean los rostros de los que siguen ahí, ahora a la espera del siguiente grupo musical.
Ya vienen Los Cadetes de Linares– dice un hombre. Y llega el conjunto norteño que toca todas las de Los Cadetes de Linares.
La Guadalupana, se mezcla con Dos coronas a mi madre, y No hay novedad.
-¡El pávido navido! grita la delegada.-
-¿Que no se supieron el columpio?- dice otra mujer.
Y las canciones siguen desgranando del acordeón al filo del mediodía.
Las apariciones en el Tepeyac
Del otro extremo del pueblo, muy cerca de la orilla del lago, en el atrio, una mujer declama una poesía; es Guillermina Garita Pila una de las catequistas de la parroquia.
“Juan Dieguito, hijito mío, yo soy la siempre Virgen María, Madre del Dios verdadero y tú el hijo más querido, dichoso el indio Juan Diego como Juan el del Evangelio. Jesús lo había dicho, los limpios verán a Dios, ven a Dios Transfigurado y a María en medio del sol, rodeada de resplandores entre perfumes y colores y en este momento de gracia. !0h sí, momento de gracia!, se oye en México y en el mundo entero latir millares de corazones”.
Su voz es como una melodía y los ojos y oídos de los asistentes están puestos en ella.
Cerca de las dos de la tarde las catequistas están reunidas en el atrio de la parroquia para la representación de Las apariciones de la Virgen de Guadalupe, cada una organiza a sus pupilos; los más pequeñitos tienen cuatro y cinco años; están caracterizados de los personajes principales. Hay unas cinco niñas con mantos verdes y más de cuatro niños evocan al indígena Juan Diego. Todos están vestidos con atuendos nativos y llevan una rosa en la mano.
Los actores infantiles se llevan los aplausos y también Guille, la catequista cuando finaliza en la poesía:
“… ¿Quieres escuchar de tu México, el latir de sus corazones?
Escúchalos, aquí está nuestro sufrir, aquí está nuestro dolor, tuyos son…
Es tuyo nuestro amor, nuestra fe, nuestra esperanza, recíbelos”.
Y el atrio se inunda de fervor.
La imagen de la Virgen del Tepeyac formada por azulejos.
Por: María del Refugio Reynozo Medina.
Cuando la presión arterial se le elevó a más de 200, Amparo se desplomó ante la presencia de sus tres hijos menores; el más pequeño tenía cinco años y el mayor diez. Lo último que recuerda antes de que la vista se le comenzara a nublar, es la angustiosa mirada infantil de los tres pequeños que la rodeaban. Había una décima de la Virgen de Guadalupe colgada de la pared. (cartel de las fiestas religiosas) ahí detuvo la mirada.
-Mira mis niños Madre mía- suplicó.
Amparo con el último aliento que sentía, imploró quedarse aún más al lado de sus hijos que la necesitaban.
Cuando recobró el conocimiento estaba frente al médico que no se explicaba que ella estuviera viva. De eso han pasado ya 50 años.
La devoción y fervor a la imagen Morena han acompañado a Amparo, quien con sus hijos levantó un altar dedicado a la virgen del Tepeyac en un terreno de su propiedad.
La imagen que cuelga de la pared de ladrillos es una copia exacta de la que se encuentra en la Basílica en la Ciudad de México, fue traída de allá por su nieta mayor, ahí les dijo un sacerdote que ante la imposibilidad de acudir a la basílica para pagar alguna manda; se podría acudir al lugar donde quedará esta imagen.
Una ermita para la Guadalupana
Felicitas tenía 51 años cuando regresó a la tierra que la vio nacer, San Pedro Tesistán en el municipio de Jocotepec. La casa paterna tenía profundos recuerdos de la infancia; ahí se llegaron a celebrar misas en la época de la Guerra Cristera.
La veneración a la imagen de la Virgen de Guadalupe fue una herencia familiar. Felicitas, a quien en el pueblo llaman afectuosamente Chita, continuó con la práctica fervorosa hacia la imagen; ella, junto con su inseparable hermana Emilia, promovió la celebración de las mañanitas a la Guadalupana en su día.
En diciembre de 1989 justo en la víspera del día, su madre cayó enferma y fue hospitalizada de emergencia por una complicación pulmonar. Chita fue corriendo al templo y ahí en el altar, elevó un grito desesperado por el temor de perder a su madre biológica y el dolor de no celebrar a su otra madre la Virgen de Guadalupe, como tanto lo había planeado.
-¡Quería estar con mis dos madres!-
Rogó a la Virgen; finalmente pudo estar al lado de su madre en el hospital, ser testigo de su recuperación y también cantar las mañanitas a su madre morena.
Emprendió una misión: Edificar una ermita al filo de la carretera para que custodiara a su pueblo.
Recuerda que la búsqueda del terreno fue un gran reto, era un espacio federal y había que realizar los trámites correspondientes para comenzar con la edificación. Fue la familia Tovar Orozco quien cedió un espacio de terreno particular para comenzar la tan esperada obra. Fue necesario retirar un árbol espinoso que se encontraba y la ermita comenzó a levantarse justo a la mitad del pueblo, sobre la carretera federal.
La familia Fuentes encabezó el proyecto y las voluntades se unieron.
Con rifas, bailes, kermeses, aportaciones de la Cruz Roja de Chapala y el Club Social de San Pedro radicado en los Estados Unidos, se pagó la obra.
El 12 de mayo de 1991 se celebró con una misa solemne la inauguración de la ermita.
Formada por un mosaico de azulejos, la imagen de la Guadalupana ocupa el lugar central del altar, enmarcada por dos columnas de cantera y a sus pies una escultura de San Juan Diego.
Chita mandó imprimir un cartel con un listado de todos los que contribuyeron a la edificación de la obra. Ahí aparecen desde los donadores del terreno, hasta quien rifó un asador para contribuir a la causa y quien anunció sin cobrar, los eventos en beneficio de la obra.
Su madre murió en 1992, en 1993 Chita fue sometida a una operación del páncreas; hace un año se fracturó la cadera de una caída y en cada uno de esos trances ha invocado a la Virgen de Guadalupe.
En una ocasión, durante la procesión de la Virgen, sintió que no tenía fuerzas para continuar y se detuvo ahí justo en la ermita. Cuando comenzó a aproximarse, se dio cuenta que estaba un muchacho de unos 15 años, de espaldas. Miraba la imagen y lloraba inconsolablemente.
-Escúchalo Madre, te necesita.
Pidió ella.
El muchacho se volvió y salió caminando serenamente.
El pasado mes de mayo, la ermita cumplió 30 años y el sueño de Felicitas es que no se pierda la celebración, que ese lugar siga siendo un remanso de paz y tranquilidad para los pobladores.
Para ella es tan bonito ver que los rudos traileros que conducen por el lugar, inclinan la cabeza con veneración y se persignan a su paso.
“Que sepan que en San Pedro tenemos madre”, dice la mujer que no le pide nada a la Virgen, porque Ella le da todo sin pedirle.
El horno comienza a calentarse. Foto: María del Refugio Reynozo Medina.
María del Refugio Reynozo Medina.- La casa de David aparece en medio de la calle empedrada con una fachada blanca discreta. Una sencilla puerta café y un escalón de cemento conducen al angosto pasillo de ingreso. Al fondo, al final de la vivienda está el horno, construido de ladrillo y rebozado de cemento. Tiene una altura de poco más de dos metros y en su interior pueden caber hasta 50 panes a la vez.
Un rayo de sol se cuela por el techo de láminas y tejado, por ahí también se escapa el humo. Las paredes de adobe y unas vigas de madera que atraviesan el techo lucen con un tamiz negro del hollín producido durante muchas decenas de años.
Los retratos de doña Rafaela Velázquez y Rosario Martínez cuelgan de la pared con sus marcos de madera salpicados de ceniza. Son los padres de David Martínez Velázquez, quienes le enseñaron el oficio desde que este tenía diez años.
También están colgadas unas enormes cazuelas de barro, son las que usaba doña Rafaela cuando preparaba la comida en las fiestas.
La imagen de San Martín Caballero, un par de reconocimientos del Gobierno de Chapala y Toni, un loro verde que está en la jaula, atestiguan la diaria faena de la elaboración del pan.
A las 9:00 de la mañana comienza la tarea; se coloca la leña en el horno. Para ello es necesaria una carretilla desbordada, la mejor es la de guamúchil, tepehuaje y mezquite. Por cada carretilla se pagan 150 y hasta 180 pesos. Desde la noche previa se prepara la levadura madre con la receta de casa, los componentes principales son harina, huevo y azúcar.
David coloca los ingredientes en una gran tina de plástico, mientras las llamas comienzan a abrazar a los troncos.
El amasijo va de una mano a otra por un espacio de una hora;
-Aquí levanto unos 40 kilos-
Dice David, mientras mueve enérgicamente la masa.
-Voy a invitar a los muchachos que levantan pesas, dice y sigue amasando.
El clima interfiere con el tiempo de reposo de la harina, si hace frío hay que esperar unas seis horas de reposo; cuando hace calor, con una hora o dos es suficiente.
A las 12:00, la masa está lista para poder formar las figuras del pan. Actividad en la que participan más miembros de la familia.
Previamente, David espolvorea ceniza en el conjunto de tablones colocados al lado del horno; ahí reposan unos minutos las piezas antes de ser metidas al horno.
Los gruesos troncos de guamúchil ya están convertidos en ceniza, y así al lado del polvo centelleante, se van colocando las piezas de pan.
Además del pan tachihual, hacen gorditas de maíz, semas de trigo endulzadas con piloncillo y ojitos de nata (la misma masa aderezada con nata de leche).
A las 3:00 de la tarde el pan está listo, y el hombre que lo lleva a vender al malecón y a las calles del pueblo también.
Una pieza de pan cuesta 12 pesos; hay un pan especial con pasas y nueces de tamaño más grande que se vende en 90 y 100 pesos. Una vez preparado, el pan puede durar en perfecto estado hasta 8 días.
Durante los meses de mayo, especialmente el Día de la Cruz hay más demanda de pan, hacen unos en forma de cruz o de corona con glaseado y colorante rojo.
En esta casa, al menos cinco días a la semana se enciende el horno, lo que implica trabajo y gasto. Un saco de harina con 44 kilos cuesta 520 pesos.
La inversión para sacar una hornada de pan es de unos 900 pesos en un día.
Para David es un gusto continuar la tradición de su madre. Lo han visitado algunos noticieros y medios impresos, se han grabado reportajes y entrevistas que lo hacen sentir orgulloso de un oficio que se ha transmitido de generación a generación.
Hay paisanos que viven en el extranjero y mandan pedir el pan tachihual, mismo que congelan y lo consumen poco a poco, tal vez porque esa hogaza les sabe a nostalgia.
Germán Balmori con Germán Balmori hijo. Uno de los principales promotores del equipo San Cristóbal. Foto: Cortesía Diego Reynoso Aldrete.
María del Refugio Reynozo Medina.- “San Cristóbal es un pueblo amoroso”, dice Giovanni López, el futbolista colombiano que participó en el último partido de la temporada 2021 en la Ribera.
El 31 de octubre fue solo el episodio final de una serie de encuentros entre jugadores, patrocinadores y aficionados. La temporada 2020-2021 que inició hace más de seis meses, implicó encuentros entre las principales poblaciones de la Ribera (El Chante, El Tepehuaje, San Juan Cosalá, Jocotepec).
Con fecha del 31 de octubre se proyectó la gran final. Los únicos en llegar fueron el equipo Escombro de El Chante y el San Cristóbal de la localidad de San Cristóbal Zapotitlán. En el partido, las gargantas no dejaron de gritar hasta enronquecerse, ¡San Cris, San Cris! El balón fue el punto central hasta donde se dirigían las miradas, mientras apuraban tragos de la lata de cerveza. Los silbatazos de los árbitros resonaron en el campo verde y los cuerpos de los jugadores se desplazaron ligeros bajo el sol del mediodía.
En el último escalón de toda una temporada de meses de esfuerzo, los rojos del “San Cris” venían de derrotar a los Chapulines y a los Pumas de Jocotepec; también a El Nacional, de Nextipac y a El Nuevo Nacional del mismo lugar. El Júpiter, de la delegación de Nextipac, también vio su derrota frente al “San Cris”.
Con el grito de ¡goooool! y el bullicio de los aficionados, el equipo San Cristóbal se coronó campeón y recibió la brillante copa en medio de la cancha. También un premio económico de 12 mil pesos en un sobre.
Luego de abandonar la cancha de El Chante, emprendieron su retorno a San Cristóbal para participar en la celebración.
La llegada de los vehículos con los aficionados fue en medio de sonidos de claxon y gritos de júbilo por las calles principales. Las familias se agrupaban en las esquinas o afuera de su casa para ver pasar al contingente que se dirigió primero al panteón.
-El triunfo se lo dedicamos a Luis Gómez “El padrecito”-
Dijo uno de los organizadores emocionado; Luis falleció en noviembre del pasado año y fue un gran promotor, director y aficionado del fútbol.
El homenaje fue también para José Luis de la Luz, y su hijo del mismo nombre, ambos perdieron la vida en un accidente y fueron integrantes importantes y muy queridos por la comunidad futbolera.
Ya en penumbras, arribó la caravana al panteón encabezada por la banda de música tocando “Un puño de tierra”.
En vísperas del Día de Muertos, muchas de las tumbas lucen remozadas, con flores nuevas y lazos de papel picado. Sobre la tumba de Luis Gómez dejaron reposar unos minutos el trofeo, los asistentes cantaron con fervor en la tumba convertida en altar. Se despiden con “El muchacho alegre” y avanzaron a la tumba de los Luises, a quienes recuerda la afición como el catrín y el ruso, a los que les dedicaron otra canción.
La celebración se extendió hasta avanzada la noche en el salón a la orilla del Lago, donde se preparó una cena y más música.
El anfitrión fue Germán Balmori, quien además ha sido colaborador del equipo por muchos años. El sonido amenizado por Elías García convocó a los jugadores al escenario para lanzarles porras.
¡Venga Poke!, gritó uno de los asistentes, llamaron a Diego Reynoso, que jugó como defensa lateral derecha, Osmar Steven arquero Colombiano, Alonso Chavarría Bautista, Ángel Valdez, los colombianos Cristian Domínguez, Neiser Valverde, Sergio Andrés Acosta y Giovanni López, Jorge Navarro El mosquita, Abraham Ibarra y Oscar Cabañas.
Los asistentes inmortalizaron el triunfo con playeras rojas y blancas, en algunas, se leían los nombres de los homenajeados; ruso, catrín con la imagen del patrono Señor San Cristóbal.
-Yo quería darle el triunfo a mi equipo-
Dijo emocionado el Director Técnico, Isaías García Godoy, quien con once jugadores en escena y hora y media de partido conquistó la copa que los hizo campeones, luego del marcador final de 4-2 y un resultado global de temporada de 6-3. Con lo que “El Sancris”, en palabras de un aficionado, se colocó no solo como campeón sino campeonísimo.
El artista plástico Antonio López Vega.
Toño lleva consigo nítidos recuerdos de su infancia de su pueblo natal Ajijic, desde que tenía dos años de edad.
María del Refugio Reynozo Medina.- Unos peces plateados, un sayaco con su larga barba, decenas de rostros indígenas en una procesión, coloridas casas con sus rojos tejados y la enorme piedra rayada; son solo algunos elementos que conforman Corazón de Ajijic, así se llama la obra en la que Antonio López Vega está trabajando por encargo de las autoridades y el comité de Pueblo Mágico de Ajijic. Es la figura de un corazón envuelta de múltiples matices de azul, elaborada de fibra de vidrio con una altura de 1.60 cm y 1.80 cm de ancho, proyectada para instalarse en un espacio público.
Toño es originario de Ajijic y lleva consigo nítidos recuerdos de su infancia desde que tenía dos años de edad. Fue testigo de la construcción de la carretera, de la llegada de la electricidad, recuerda que los mayores no se acostumbraban y apagaban la luz en las noches. Entonces, la luna aparecía reluciente rodeada de un cielo estrellado en medio de la oscuridad.
Tenía ocho años cuando lo mandaban a la leña al monte, se iba de madrugada o de noche. Recuerda que había una piedra labrada con dibujos, era como del tamaño de un coche. Ahí al claro de la luna se trepaba en ella; recostado miraba el cielo estrellado y mientras sus ojos se fundían en la redonda blancura de la luna, con sus dedos recorría cada uno de los relieves que conformaban el mosaico de piedra. Era como leer braille, podía imaginar con el trayecto de sus dedos los espirales y las líneas. No solo cuando iba por la leña; la piedra rayada, también de día era uno de sus sitios favoritos para ir a jugar.
Era también por las noches cuando se encaminaba a la orilla del lago para ayudar a los pescadores y ganarse algo. Los pescadores; recuerda, eran unos hombres morenos y recios, traían su botella de tequila blanco terciada en la panza, en la oscuridad sacaban las redes que llegaban a ser tan largas como una cuadra y poco más. Toño era un niño que podía permanecer hasta dos o tres horas en la contemplación.
Las mujeres acudían con sus ollas a comprar el pescado. Había carpas, bagres, mojarras, pintas, truchas, anguilas, guachinangos, cocochas, cangrejos y charales. Un platillo común era el caldo michi que llevaba carpa, bagre, trucha y cangrejo; aderezado con cilantro, chile verde y ramas de ciruelo tiernas. Recuerda que había algunos pescadores que tomaban los cangrejos y se los llevaban a la boca, se escuchaba el crujir entre sus dientes y seguían vendiendo.
-¿Cuánto está?
Preguntaban, y así al verlos por el tamaño, los pescadores les ponían precio.
Las diminutas escamas de los charales se les pegaban en las manos a los fornidos hombres, Toño las pensaba como guantes de plata sobre sus manos renegridas.
Al final de la faena los ayudantes recibían como pago su porción de pescado.
-Yo pensaba que ayudaba, pero a lo mejor solo les estorbaba-
Y contento regresaba a llevar lo conseguido a su madre.
Con algunos niños que también iban, aprendió a hacer unas ensartas de pescado. Una noche volvía con una de ellas en las manos, algunos bagres aún daban coletazos; en eso un auto se detuvo a su paso y bajó de él una mujer regordeta.
-¿Niño, cuánto quieres por el pescado?
-No los vendo señora.
Toño quería llevarle la carga a su madre y por 45 centavos la mujer lo convenció.
¿De dónde sacaste el dinero?
Fue la pregunta de su madre.
Otra de las cosas que le gustaba hacer, era trepar a los árboles sobre todo en la temporada de mangos y de guayabas. Brincaba de un árbol a otro comiendo los frutos, competía con los pájaros, mientras se balanceaba encaramado en la flexible rama que bajaba y subía al compás del aire. Alguna vez se llegó a caer. Nunca sintió miedo, no sabía lo que era eso; al contrario, le gustaba el peligro y las aguas del Lago de Chapala eran para él, el mejor lugar.
En el muelle había un enorme mezquite, hasta ahí se subía para aventarse clavados al agua, en una ocasión ante la presencia de otros niños se subió a lo más alto del árbol para demostrarles su valor, justo ahí le dieron unos calambres y no podía moverse. Tampoco quería bajarse para no quedar como cobarde, tenía que brincar sin matarse.
Se concentró e imaginó que debía brincar más allá del horizonte, colocó su mirada lejana y se lanzó. Todos los chicos gritaron. Cuando estaba completamente sumergido en el agua abrió los ojos y vio verde. Cuando salió a la superficie para su sorpresa todos estaban platicando como si nada, no lo esperaban atentos ni sorprendidos.
Bueno, pero salvé mi vida. Pensó y siguió jugando.
Desde pequeño Antonio estuvo rodeado de creadores, su padre fue músico, tocaba la trompeta y su madre tenía dotes para el dibujo. Fueron once hermanos y muchos de ellos desarrollaron el talento para pintar.
Al lado de su casa había unos artistas pintores, uno de ellos le preguntó:
¿Quieres trabajar?
Él siempre gustó de llevar sustento a casa y sin preguntar en qué exactamente dijo que sí.
Solo le dijeron que se mantuviera inmóvil sosteniendo un carrizo con las manos, con un trapo en la cabeza y el dorso descubierto. Sin saberlo fue el modelo de aquella pintura.
También fue acólito en el Templo de San Andrés, vestido con su túnica blanca daba las campanadas para la misa; era una campana muy grande, sabía exactamente los golpes que debían darse. Fue la primera vez que cambió los huaraches por unos zapatos negros que el padre le compró. Los quince minutos entre cada llamada, le parecían eternos y buscaba que hacer mientras llegaba la siguiente campanada. Se reclinaba en el muro y observaba las cúpulas, las imaginaba como un seno de mujer. Miraba desde lo alto el piso y lo pensaba como un tapete enorme de ajedrez. Aventaba escupitajos desde lo alto tan solo para escuchar el eco.
Le ayudaba a vestir al padre, preparaba las hostias y el vino. Ahí aprendió latín porque las misas eran en ese idioma y el sacerdote de frente al altar y de espalda a los feligreses.
Encendía los incensarios con copal y carbón, los sacudía fuerte. Recuerda que una vez un niño golpeó con el incensario a una viejita en la cabeza, la anciana se levantó y siguió caminando.
En ese tiempo llamaban a la misa a las cinco de la mañana.
A Toño le tocaba sostener el cirial, era un bastón de metal con la vela en el extremo superior para iluminar a los fieles que iban a comulgar. A veces lo vencía el sueño; con la cera que había en el piso, el bastón de bronce se balanceaba y Toño lo regresaba a su sitio, una ocasión adormilado lo regresó a casi nada del piso, el padre solo lo miró.
En tiempos de cuaresma no se usaban las campanas, era una matraca de madera.
Recuerda las alabanzas cantadas en su mayoría por viejitos, le parecían muy tiernos se encariñaba con ellos porque lo hacían con el alma.
Santo Santo Gloria al Espíritu Santo, Dios de los ejércitos del universo.
-Me gustaba la parte cuando decían universo, me iba por el pasillo central porque abrían tanto la boca que me asomaba y se les podían contar los dientes y las muelas, uno no tenía ninguno, otro unos tres-
Su padre fue adorador nocturno, en ese grupo había un hombre que le decían el matraco porque sus botas sonaban como matracas al pisar, en la adoración nocturna, ponía un ladrillo debajo de su petate como almohada y dormía un poco mientras le tocaba el turno, entonces Toño y sus amigos le escondían sus botas en el árbol de mango. Cuando pasaban con la campanita a despertarlo, el matraco buscaba sus botas inútilmente.
Los adoradores comenzaban haciendo oración dos horas hincados en silencio, cuando se retiraban lo hacían caminando hacia atrás sin dar la espalda al altar. Había niños, a ellos les llamaban Tarsicios. En las ceremonias llevaban una bandera blanca y una de México. Un distintivo rojo con blanco y una medalla.
La vida cotidiana de aquel niño, lo llevaba a distintos escenarios, en la época de la navidad iba a buscar heno y musgo para el nacimiento, durante el carnaval caminaba las calles en donde hacían su aparición los sayacos, con sus máscaras de madera, unas figuras burlonas y rebeldes, que lo mismo podían poner confeti a una muchacha guapa, robar fruta, dar dulces a los niños o vestirse como mujeres sexis y provocativas.
En el mes de septiembre se hacían los globos de papel, ahora ya es un festival, pero antes los hacían en las casas y en familia los echaban a volar.
Tenía seis años cuando acompañó algunas veces a sus hermanos a ensayar las pastorelas a la casa de doña Lencha, ahí repasaban los textos los pastores. Doña Lencha, era una mujer llena de arrugas en la cara, los diálogos de la pastorela estaban escritos a mano en un grueso libro iluminado por un aparato de petróleo. Todos tenían los ojos puestos en el rostro rugoso de la mujer, dibujado fielmente por la linterna en medio de la penumbra. Ella recitaba en voz alta para que los aprendieran.
El vestuario de su hermano era una blusa y pantalón de chermes rosa con lentejuelas de colores y un sombrero con flores.
Los bastones estaban decorados con listones, lunas, campanas y soles de oropel. Cantaban y golpeaban el bastón en el piso al compás de las alabanzas (De los muertos o de los angelitos).
Los que cantaban a la muerte, a los angelitos y a Dios les llamaban alabanceros, otros eran llamados concheros y paganos; ellos tocaban, cantaban y bailaban.
A veces los pobladores dormían arrullados por los cánticos que se escuchaban a lo lejos en alguna casa vecina en medio de la noche.
Toño comenzó sus primeras pinceladas en el taller de Neill James, la mujer extranjera que en los años 50 con sus propios medios promovió en Ajijic la instrucción de los niños en las artes. A los 16 años Antonio López se fue a San Miguel de Allende al Instituto Allende con una beca, ahí estudió la Licenciatura en Artes Plásticas, para volver después a su natal Ajijic y ofrecer talleres gratuitos de pintura a los niños desde el proyecto artístico en La Cochera Cultural. Ahí, junto con un grupo de artistas comparten sus talentos y organizan al menos tres eventos culturales al año. Una influencia muy importante para este pintor fue su madre Rosario y su abuela Lina, ella, su abuela le contó la historia de la reina Xóchitl Michicihuali, esa noche comió tlacuache (lo supo hasta que terminó de cenar) con un café con leche y tortillas hechas a mano.
Según la leyenda, Michicihualli era una reina de piel de terciopelo dorado descendiente del tlatoani Cazcalotzin del poderío de Coaxalan. Recolectaba flores y sumergida en un ojo de agua escuchó una gota de agua que caía de una peñita; sonaba xic xic. Encantada por el sonido dijo, aquí se llamará Axixik lugar donde brota el agua. Desde entonces se convirtió en mujer pez, sirena o espíritu del agua y desde ahí protege al lago de monstruos venideros.
Antonio López Vega, lleva consigo esas historias, es un pintor en el que habitan sayacos, noches de luna plateada, pinceladas aguamarinas, pescadores; cánticos y alabanzas con las que muchos pobladores arrullaban sus sueños hace más de sesenta años.
Doña María.
“Granny!” The boys on the garbage truck shout to her, waving their hands in greeting.
Doña Maria sweeps her street every day, and not only her street, but also that of her neighbors and the whole block, or as far as her strength allows her to go. Her street is Calle Javier Mina, in the neighborhood of San Sebastián de Ajijic. She and her husband arrived here many years ago. He worked in construction, after having taken care of a farm with hot springs which was on the road in Zapotitán de Hidalgo. She does not remember when they got here, nor the date of her husband’s death. She’s forgotten many things, but not the cold that seeped through the windows of the spacious bodega where they lived at first.
Now she lives in a house with a narrow hallway and uneven steps that she walks down every day without difficulty. She lives with her 64-year-old daughter who is bedridden with «sugar» complications. At 94 years old, Margarita Montes Moya takes care of her daughter, and although a granddaughter helps them, Doña Maria carries most of the responsibility on her shoulders. Even at night, she sometimes wakes up to assist her daughter.
This morning, in the company of Ajijic artist Antonio López Vega, I talked with Doña Maria. She is always looking up. Her body is tiny, short and lean, her strong legs marked by varicose veins. Her thin hands are covered with age spots, and visible veins run down her arms. Her face is furrowed with the lines of time. She doesn’t use a cane, she doesn’t wear glasses. She can eat anything without problems, although she likes frijoles best. She wears a flowered apron, a short-sleeved sweater and cloth tennis shoes.
“Let’s go for coffee,” we suggested. She agrees and we walk down the street, the one she sweeps every day, very close to La Cochera Cultural.
“When I sweep I earn my pennies,” she says, smiling. ““I went to school, but I didn’t learn.”
She likes to work, to clean the street, to clean her kitchen. She wakes up early because the bed makes her tired. She doesn’t like to sit down, either. She was the youngest of ten siblings and her mother, she says, taught her to wash and embroider.
She used to like to go to mass and to sit in the square to watch the day go by. She hasn’t done that for a long time.
Antonio López Vega is painting a portrait of Doña Mary.
“Do you know who this is?” we ask her, showing her the painting. She looks at it for a long time and smiles.
“It’s you.”
“Who is it?” we ask again.
“ Maria,“ she says, blushing.
She sips her coffee and eats three cookies from the plate.
Serenely, she observes the children painting in the workshop of La Cochera. She looks at the sky and searches her deepest memories to continue talking. Sometimes she repeats herself, but she keeps on talking.
“Blessed be God,” she says.
This woman knows no fatigue.
“Don’t you get tired?” we ask her. And she does: she gets tired of sitting, tired of the bed, tired of doing nothing. Doña Mary does not remember many things. But she has not forgotten to smile, to walk in the middle of the street that is hers because she has always swept it and because she has walked it so many times that the steps cannot be counted or forgotten.
Ajijic, Jalisco. October 30, 202.
Translated by Elisabeth Shields
La imagen antes de comenzar la procesión.
María del Refugio Reynozo Medina.- “La Virgen del Rosario quiere mucho a su pueblo”, dice con la voz cargada de confianza, una mujer que junto con su acompañante espera la salida de la imagen para la procesión.
Es 31 de octubre, el cierre de las celebraciones de la Virgen María en su advocación del Rosario en Ajijic.
El día de su fiesta es el 7 de octubre y cuando no existía la pandemia, la imagen salía de su capilla desde el día 29 de septiembre para visitar los barrios que conforman la población; el barrio de San Sebastián, barrio de Guadalupe, San Miguel, San Gaspar y Santo Santiago. Todos los días se rezaba el rosario a las 5:00 de la mañana con cohetes y música durante todo el mes, me cuenta Josefina que dice extrañar los festejos de entonces.
Un día como hoy, dice que había carros alegóricos y danzas. Ahora hay unas 30 personas apostadas en la entrada del templo, esperando que termine la misa para caminar la procesión con la imagen de la Virgen. Los muchachos de la banda afinan sus instrumentos. Mientras, un hombre vestido de negro prepara la imagen en la sacristía, con un ramo de nardos y lirios rosas a sus pies. La Virgen del Rosario esta ataviada con un vestido largo de color flor de durazno forrado con un encaje beige, lleva un chal de encaje luminoso; en una de sus manos sostiene un cetro y el rosario conformado por cuentas aperladas. Con el otro brazo carga al Niño Jesús que lleva una corona plateada en la cabeza y sostiene otra figura circular color azul como globo terráqueo, vestido con un ropón de encaje blanco.
Poco antes de las 6:00 de la tarde, las campanas anuncian la salida del recorrido. La figura de aproximadamente un metro de altura, es colocada en una plataforma de madera, cuatro hombres con playeras blancas y pantalones de mezclilla la sostienen de los extremos. La delicada figura femenina comienza a avanzar y las personas aplauden con su aparición.
La banda comienza a tocar y los asistentes se enfilan para caminar por la calle Hidalgo. El contingente rebasa las cien personas, aunque el padre pidió en misa que no acompañarán a la imagen, debido a la contingencia sanitaria por el COVID-19.
La corona y el resplandor sobre la cabeza de la imagen se iluminan con los últimos rayos dorados del sol y la piedra color verde esmeralda, incrustada en el lado frontal, resplandece. La gente va sumándose al contingente y en algunas casas, las personas salen a tomar fotografías, a dar aplausos. Una mujer mira emocionada y con las manos entrelazadas suspira sin perder de vista el rostro apacible de la Virgen del Rosario. Otra, avienta un puñado de confeti desde la caja de una camioneta que está estacionada.
Al paso de la procesión salen algunos ancianos y enfermos conducidos por sus familiares, se persignan y lanzan vivas. En las intermitencias de la caminata, se escucha a lo lejos el ladrido de los perros desde algún patio y las pisadas de los caminantes sobre las calles empedradas y a veces polvorosas.
Una patrulla del Ayuntamiento custodia la procesión con las luces azules y rojas encendidas. En las fachadas hay globos de color pastel y tiras de serpentinas de papel crepe.
A la llegada de la procesión, la banda de música entonó las mañanitas y los asistentes rompieron en aplausos. Los rostros de las mujeres están al punto del llanto.
¡Viva nuestra madre santísima! – Grita una voz femenina.
Una mujer le dice a otra emocionada;
-todo lo que le he pedido me ha concedido-
Y vuelve la mirada a la pequeña imagen.
Luego de un recorrido de poco menos de una hora termina la procesión con una ráfaga de cohetes que hacen explosión en el cielo y la banda toca “amigo” de Roberto Carlos.
La imagen avanza en medio de aplausos y es colocada en un nicho a la derecha del altar.
¡Viva San Andrés!
¡Viva Jesucristo!
¡Viva nuestra Virgen del Rosario!
Y los fieles embelesados intercambian miradas con el rostro de la Virgen iluminado por decenas de flashazos.
Ajijic, Jalisco 31 de octubre de 2021.
Doña Mary.
María del Refugio Reynozo Medina.– ¡Abuelita! Le gritan los muchachos que van montados en el camión que recolecta la basura y agitan las manos en señal de saludo.
Doña Mary, barre todos los días su calle y no solo su calle, también la de los vecinos y toda la cuadra, o hasta donde sus fuerzas le alcancen. Es la calle Javier Mina en el barrio de San Sebastián de Ajijic. Llegó aquí con su esposo que laboraba en la obra hace muchos años, luego de haber trabajado cuidando una finca con aguas termales, al filo de la carretera en Zapotitán de Hidalgo. No se acuerda cuándo; tampoco la fecha en que murió su marido. Muchas cosas no recuerda, sólo el frío que se colaba por las ventanas de la espaciosa bodega en donde vivieron al principio.
Ahora vive en una casa con un angosto pasillo y unos escalones desperdigados que transita sin dificultad todos los días. Vive con su hija de 64 años que está postrada en cama con complicaciones “del azúcar”. A sus 94 años Margarita Montes Moya, ayuda a su hija, la cuida y aunque una nieta está pendiente de ellas, la responsabilidad la lleva consigo. Incluso en las noches, a veces despierta para atenderla.
Esta mañana, en compañía de Antonio López Vega, converso con Mary, ella siempre está mirando hacia arriba, su cuerpo es pequeñito, bajita y fina, con delgadas piernas y fuertes, marcadas por las varices. Sus manos delgadas están cubiertas por las manchas de la edad y un conjunto de líneas de venas recorre sus brazos. Su rostro está surcado de líneas del tiempo. No usa bastón, no usa lentes, sus ojos miran muy bien. Puede comer todo sin alguna restricción, aunque ella prefiere comer frijoles cocidos mejor que cualquier otra cosa. Lleva puesto un mandil salpicado de flores, un suéter de manga corta y unos tenis de tela.
-Vamos a tomar un café.
Le decimos.
Accede y caminamos por la calle. La que barre todos los días muy cerca de La Cochera Cultural.
-Cuando barro me gano mis centavitos.
Dice mientras sonríe.
-Yo fui a la escuela- dice -pero no aprendí-.
A ella le gusta trabajar, dejar limpia la calle, limpiar su cocina, despertar temprano porque la cama le cansa, tampoco le gusta estar sentada. Fue la última de diez hermanos y su mamá, dice, le enseñó a lavar y a bordar.
Antes le gustaba ir a misa y a la plaza para sentarse a mirar el día. Hace mucho que no lo hace.
Antonio López Vega está trabajando en la pintura de un retrato de doña Mary.
-¿Sabe quién es?
Le decimos, mientras le mostramos el cuadro. Lo mira largamente y sonríe.
-Es usted-.
¿Quién es? Le volvemos a preguntar.
-María-
Dice y se sonroja.
Toma su café en pequeños sorbos y come tres galletas del plato.
Serena, observa a los niños que hacen trazos con la pintura en el taller de La Cochera, mira el cielo y escudriña sus más hondos recuerdos para seguir conversando. A veces dice lo mismo, pero sigue platicando.
-Bendito sea Dios-.
Dice.
Esta mujer no conoce el cansancio.
-¿No te cansas?-
Le dicen. Y ella se cansa de estar sentada, se cansa de la cama, y cuando no hace nada.
Doña Mary no recuerda muchas cosas y otras no las ha olvidado, como no ha olvidado sonreír y caminar en medio de la calle que es suya, porque siempre la ha barrido y porque la ha recorrido con sus indelebles pasos tantas veces, que no se pueden contar.
Sergio Herrera. Director de Protección Civil Jocotepec.
María del Refugio Reynozo Medina.- La última vez que Sergio Herrera Robledo puso a prueba la resistencia de su corazón, fue durante un accidente automovilístico, en el que por medio de equipo hidráulico de corte lograron sacar con vida a una persona prensada al interior del vehículo. Aún recuerda la mirada de gratitud, inmediatamente después de ponerla a salvo se desvaneció en sus brazos.
Sergio es Técnico Superior en Emergencias, Seguridad y Rescate. Estudió en el Centro Universitario del Sur de la Universidad de Guadalajara en Ciudad Guzmán y desde hace 17 años es Bombero de Guadalajara.
Recuerda que cuando cursaba estudios en el CETAC de Jocotepec, (Centro de Estudios Tecnológicos en Aguas Continentales) fue un grupo de jóvenes de Protección Civil a invitarlos a participar en brigadas de voluntarios a las que él inmediatamente se alistó. Ahí comenzó una pasión por asistir las emergencias en la que lleva ya 17 años. Desde 2018 es Director de Protección Civil en Jocotepec.
Este bombero ha encontrado su misión de vida en cada uno de los diversos servicios que presta a la sociedad en medio de una constante que es la emergencia y el riesgo.
Entre los servicios más recurrentes en el municipio de Jocotepec se encuentran los accidentes automovilísticos y los incendios. En temporada de estiaje se llegan a atender hasta 500 incendios, la mayoría de ellos provocados. En las casas las emergencias más comunes son incendios o conato de incendio por contactos o cableado en malas condiciones.
Actualmente en el cuartel central de Protección Civil del municipio se cuenta con 25 elementos (de los cuales cuatro son mujeres). Todos bomberos y un geógrafo que trabajan una jornada de 24 por 48 horas para la atención de las diversas emergencias, y una secretaria que atiende de lunes a viernes en horario de oficina.
El personal de Protección Civil recibe constantemente capacitación en temas de rescates y accidentes. El fenómeno que ocurrió el pasado martes 5 de octubre y que afectó principalmente a las localidades de San Juan Cosalá, Trojes y San Luis Soyatlán, fue una lluvia torrencial que ocasionó deslave de materia sólida que afectó cinco puntos del municipio: Raquet Club, Playa azul en la zona restaurantera, el fraccionamiento Villa Armonía, El Colorín y La Mojonera. La prioridad en esos casos es descartar las pérdidas humanas y luego en el mínimo de tiempo la liberación de las vías de acceso. Las afectaciones por esa lluvia torrencial fueron en 25 casas en las que aún se continúan los trabajos de saneamiento.
Cubrir cada uno de los servicios ordinarios implica la realización de un plan mental que conlleva una evaluación, el diseño de objetivos, estrategias, tácticas y la administración de recursos, mediante un sistema de Comando de Incidentes en el que intervienen diversas áreas del Ayuntamiento.
Sergio se encuentra todos los días en constante riesgo. Trae a la mente sus recuerdos. Recuerda un servicio que hicieron hace más de diez años en el que la víctima fue un niño de edad primaria durante una excursión escolar atacado por un enjambre de abejas, que en su deseo de escapar estuvo a punto de desbarrancarse. Cuando acudieron al servicio se vieron invadidos por enjambres de abejas que los envolvieron a tal grado que un compañero tuvo que ser sacado del sitio para la atención en crisis. En otra escena difícil, una niña menor de edad que viajaba en la caja de una camioneta durante un choque se impactó contra los objetos que trasladaban. Recuerda un “camionazo”, un autobús de pasajeros volcó en las inmediaciones de San Luis Soyatlán y San Cristóbal Zapotitlán en donde hubo 40 lesionados y dos perdieron la vida.
Cuando las víctimas son menores de edad, los hechos se vuelven muy lamentables y las escenas tan dolorosas. Para poder resistir los bomberos reciben también, preparación psicológica, son cursos de compactación y descompactación emocional dentro de los servicios de emergencia.
Las instalaciones de Protección Civil del municipio de Jocotepec están conformadas por una dirección, recepción, área de comunicación, gestión de riesgos, una sala de descanso, comandancia, tres módulos de dormitorios, almacén, comedor y espacios verdes. Hay cuatro vehículos; dos de desplazamiento ligero, uno de ataque rápido y el camión de extinción de incendios que puede trasladar unos tres mil litros de agua y arrojarla a una distancia de hasta 70 metros. Se cuenta con cuatro mochilas totalmente equipadas para rescate vertical.
El uniforme básico está conformado por el casco, chaquetón, pantalonera. Además de dos uniformes uno azul y otro caqui.
Los fines de semana son los días que hay más demanda de servicios, así como los días festivos que implican operativos especiales.
El itinerario regular en un día común sin demandas de servicio comienza con un pase de lista, y continúa con la entrega de unidades, herramienta y equipo, desayuno, academia, comida, prácticas, baño y descanso.
Dentro de las acciones del área de Protección Civil están contempladas las brigadas en las que participan los ciudadanos con la intención de generar una cultura de la prevención y abordaje de temas básicos de primeros auxilios, simulacros, búsqueda y rescate.
Para este bombero resistir en medio de todos los riesgos es posible, porque también tiene motivos personales, el amor por su familia, caminar por placer y respirar con el paisaje, correr en el parque y escuchar rock en español mientras llega la siguiente llamada de auxilio.
Jocotepec, 16 de octubre de 2021.
Retrato del cantante que cuelga de una de las paredes de la casa.
María del Refugio Reynozo Medina.- Es un patio bañado de sol, bordeado de macetas con el tejado rojo debajo del cielo azul. Me encuentro aquí, en la casa de la infancia del cantante Jorge Valente, en San Pedro Tesistán. A la entrada, en el corredor, hay un conjunto de equipales y de la pared cuelga una fotografía de sus padres Ramón y Faustina; también otra de un retrato en tono sepia del cantante engalanado con un traje charro, que sostiene en las manos un sombrero y un gabán.
Este lugar fue la casa que comenzaron a construir sus padres cuando llegaron de Zacoalco de Torres en busca de mejores oportunidades de vida.
Jorge tenía entonces tres años. Fueron sus padres quienes introdujeron los equipales en la ribera de Ajijic; su padre y su abuela tenían dotes para el canto y Jorge cuyo nombre real era Exiquio Beleche Becerra ya desde pequeño, tenía el gusto por el canto. Desde los ocho años ya tocaba la vihuela y a los 15 años se fue a la Ciudad de México con la intención de buscar oportunidades en las radiodifusoras, mientras trabajó en lo que pudo simultáneamente acudía también a Garibaldi para cantar.
Estuvo en el Bar Guadalajara de noche, México Típico, en donde conoció a Vicente Fernández y a Felipe Arriaga. También a Alfredo Gil del Trío Los Panchos, este fue quien le dio su nombre artístico de Jorge Valente. Jorge en honor a Jorge Negrete y Valente por la valentía de emprender la búsqueda de las oportunidades desde su juventud.
En una ocasión Vicente Fernández le pidió que lo invitara a cantar con él en un bar, luego se dio cuenta, que Vicente le pidió a la dueña del lugar que no lo contratara.
Jorge Valente llegó a estar a la altura de Javier Solís, convivió con Marco Antonio Muñiz, Amalia Mendoza, Los Hermanos Záizar. En su trayectoria llegó a grabar 80 discos. Poquita fe, fue su primer éxito. Y le siguieron El vicio, Fea, Tango Negro entre más de un centenar.
En la película El sargento Pérez, tuvo una actuación especial. También escribió la canción Madrecita del alma querida, interpretada por José José, la entregó a alguien para que la viera y no la recibió de regreso.
Con la música, Jorge Valente llegó hasta donde quiso, su meta era cantar y lo hizo en muchos escenarios. Viajó por Centroamérica, Estados Unidos y Sudamérica.
-Hizo mucho dinero, sólo no sé dónde lo dejó- Me dice su hijo Jorge al teléfono con una risotada.
En febrero de 2015 como propuesta de la delegada Gabriela Solano Medina se inauguró una plazoleta en su honor, a media cuadra de la casa de su infancia en San Pedro Tesistán, con el apoyo de las personas de la comunidad y la presencia del Ayuntamiento. Es un espacio pequeño y pintoresco con una fuente pequeña en la pared y una banca de madera al centro, sobre un piso de adoquín rojizo y gris. También se colocó una escultura de metal de un busto en la plaza principal.
Jorge Valente falleció en agosto de 2007, dos meses antes, cantó las mañanitas en el templo durante las fiestas patronales de su pueblo, San Pedro Tesistán.
Aquí en San Pedro fue sepultado, su descanso final es una lápida de vitropiso, con un nicho de puerta de cristal en la cabecera; la imagen de la Virgen de Guadalupe acompaña al retrato del cantante que porta un sombrero charro y una amplia sonrisa.
Del lado izquierdo hay una placa con un mensaje de uno de sus hijos:
“Mi padre fue un ser único y ustedes lo constataron, así como lo vieron con ustedes y así era en la vida. Una persona ajena a la codicia, a las traiciones, por eso a lo mejor no pudo llegar a los niveles que hubiera querido llegar. Porque él no jugó ese juego que muchos artistas que están en la cumbre lo jugaron.”
Jorge Valente vivió la fama y la traición como parte de los matices que tiene la vida, y al final, hizo lo que le gustaba; cantar, viajar y regresar a la tierra que lo vio crecer y permanecer también en la memoria de quienes siguen cantando Amorosa, o Virgen de mi soledad.
San Pedro Tesistán, 7 de octubre de 2021.
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