El Salvador, traído por Policarpo Herrera a principios del siglo pasado. Foto: María del Refugio Reynozo.
Por Maria del Refugio Reynozo Medina
La primera vez que entró a ese lugar, hace 14 años, sus pasos la llevaron con curiosidad al pequeño rincón donde aguardaba una escultura del crucificado.
Ahí estaba manirroto, con las entrañas huecas y el cuerpo totalmente cubierto por el polvo.
La corona ocre desgastada con cuarteaduras y el rostro totalmente en ruinas, a causa de unos veinte años a la intemperie. Una pátina verdosa recubría las piernas y llevaba prendidas en el cendal las figuras de milagros.
Hasta antes de encontrarse con ese Cristo, Alma Delia Flores estaba renuente a vivir en esa casa.
-Sí, me quedo- pensó.
Luego de quedar maravillada ante el crucificado; y a cambio de la petición a su esposo de restaurar el Cristo, Alma se quedó a vivir en ese lugar.
El Salvador es uno de los siete cristos más antiguos, que según historiadores y restauradores prevalecen en Jocotepec. Fue Policarpo Herrera Armenta, quien lo trajo consigo cuando llegó a Jocotepec por el año de 1922, procedente de Jalostotitlán con su pequeña hija Juanita Banda Morin, que en ese entonces tenía 4 años.
El Salvador se fue heredando de generación a generación. Juanita Banda lo tenía resguardado en una habitación, así decían antes los niños de la familia, “la pieza donde está el Cristo”. Nadie jugaba ahí porque era el lugar donde estaba celosamente guardado.
Juanita dejó como herencia al Salvador a Mercedes Beatriz González Banda actual dueña de la venerada imagen; su esposo Graciano Villaseñor, le construyó la actual capilla dentro de la casa.
En un pequeño espacio que da a la calle Nicolás Bravo, resguardado por una puerta de barrotes y un cristal especial que lo protege de los rayos del sol; el Cristo ahora restaurado, se muestra a los transeúntes que a su apurado paso se persignan o a los fieles que con veneración lo saludan cada mañana al salir a trabajar o de noche al regresar a casa. A veces le llevan veladoras en medio de la oscuridad de la noche cuando aparece detrás del cristal iluminado por una lámpara, porque dicen, es muy milagroso.
Mientras lo observo, me dice Alma:
-Ya expiró- con los ojos extasiados de amor.
Cuando el hijo de Alma iba a nacer, ella se encontraba en peligro de aborto, fueron días muy difíciles. Le imploraba a El Salvador. Finalmente pudo recibir a su hijo, a quien llamó Salvador en honor al Cristo de la familia, que había regalado tantos milagros.
Cuando tenía casi tres años, el pequeño salvador tuvo que ser intervenido con una cirugía por una severa enfermedad que ponía en riesgo su vida. Luego de la cirugía, hubo complicaciones que lo hacían exclamar de dolor.
-¡No los voy a invitar a mi cumpleaños!-
Les decía inconsolable a los médicos cuando intervenían sus heridas causándole dolor.
La feria de enero en Jocotepec le trae remembranzas a Alma que en medio del júbilo de la fiesta mayor, cuidaba al pequeño convaleciente. El Salvador, que desde el barrio de los Herrera custodia a sus fieles sigue ahí, ahora renovado con su reluciente corona y derrama bendiciones no solo a la familia descendiente de Policarpo Herrera si no a los fieles que recuerdan que por el oriente de la calle Nicolás Bravo en el número 259 del barrio de los Herrera, en el municipio de Jocotepec aguarda El Salvador.
La imagen de San Cayetano pintada en una lámina de metal perteneció a Doña Aurora Olmedo. Ahora se encuentra en una pequeña capilla en el barrio de la Calabaza en Jocotepec. Foto: María Reynozo.
Por: María del Refugio Reynozo Medina
¡Te apuesto una caja de veladoras a que no encuentro mis yuntas!
Así se llegaron a dirigir algunos campesinos a la imagen de San Cayetano que está colocada en una pequeña capilla, por el barrio de La calabaza, en Jocotepec. Eso me lo contó don Chico, Francisco Ornelas Ramos, que por once años estuvo a cargo de la imagen que perteneció a Aurora Olmedo Núñez y cuyo origen se desconoce. Dicen los vecinos que tiene al menos un siglo de existencia. La efigie del santo está pintada sobre una lámina de unos cincuenta por treinta centímetros. Muestra al santo con una cruz de fondo y en una expresión apacible, de rostro afilado, que mira a un lado, mientras sostiene las manos entrelazadas sobre su pecho. Prevalece el tono ocre de su vestimenta, sobre la que descansa un collar de cuentas que pareciera un rosario. La imagen está resguardada por una urna de madera y una estructura de herrería asegurada con un par de candados. Porque a los vecinos no solo los protege San Cayetano, sino ellos a la imagen que celosamente vigilan.
La historia de San Cayetano se remonta a Vicenza y Nápoles en Italia, entre el año de 1480 y 1547. Dice una mujer del barrio de La Calabaza que San Cayetano es muy milagroso y que nadie se va sin que le sea cumplida su petición o su apuesta. Porque además a este Santo no se le pide; se le reta apostándole una misa, un ramo de flores, unas veladoras o actos piadosos de servicio al prójimo. Pues Cayetano de Thiene a pesar de haber sido hijo de un conde y provenir de una familia de opulencia, eligió el camino del servicio y amor a los desprotegidos.
Por eso también sus fieles devotos le llaman, el Padre de la providencia.
Los vecinos del barrio no saben por qué comenzaron a pedirle favores de esa manera, tampoco saben de dónde vino esa pintura. Doña Aurora la tenía en su casa, en medio de un nicho. Con el tiempo y tras la muerte de las originales dueñas, que según los vecinos ocurrió hace unos treinta años, la imagen fue trasladada a un cuarto que daba a la calle y abiertas sus puertas para que los vecinos pudieran ir a orar y venerarlo como fue la última voluntad de las propietarias. Una vez ausentes, los vecinos se fueron haciendo cargo de cuidarlo, de abrir y cerrar la pequeña capilla, limpiar el espacio y los floreros. Y además celebrarlo cada 7 de agosto.
La devoción a San Cayetano se ha extendido a otras delegaciones y municipios. Cada día, el pequeño altar en la habitación de unos cuatro por cinco metros, se ve visitado por hombres y mujeres que le llevan ofrendas en gratitud o súplicas convertidas en apuestas.
Hilda Valentín Bobadilla es la actual cuidadora; desde hace un año tomó el cargo con un poco de temor por la gran responsabilidad que representa, sobre todo para organizarle su fiesta. Ahora se siente muy feliz, recuerda que no tenía idea de cómo saldría del compromiso; al final, San Cayetano tuvo misa con mariachi, en las mañanitas se repartieron 300 panes y de forma inesperada llegaron a su domicilio cuatro gruesas de cohetes, que significan 576 estallidos. Hubo tantos, que el Ayuntamiento tuvo que ir a cuestionar porque los estruendos no tenían fin. De niña, Hilda visitaba la casa de Doña Aurora y Toribia, ahí tomó catecismo; también recuerda que unas maestras daban clases y enseñaban a leer a los niños en ese lugar. Era una casa grande con muchas plantas, había una troje porque vendían también leche de vaca. Dice que cuando la gente pasaba a ver al Santo, Doña Aurora luego los invitaba a rezar el rosario especial para San Cayetano.
Humilde San Cayetano, glorioso por excelencia,
una limosna te pido por Jesús.
Providencia. Providencia. Providencia.
Humilde San Cayetano, glorioso por excelencia,
La divina providencia se extiende a cada momento
Para que nunca nos falte casa, vestido y sustento
Y de tu pródiga mano y por tu santa intercesión
Espero hoy me venga por Jesús.
Providencia. Providencia. Providencia.
Luego que una mujer me habló de San Cayetano, muchas voces me decían: ¡es bien milagroso!, es vacilador, dijo una mujer, otra dijo que es bien chistoso porque quiere que le apuestes.
Dicen que un hombre vendedor de productos de plástico no lograba mejorar las ventas y luego de pedirle a San Cayetano providencia, consiguió muchos clientes. “Algunos que están en el norte de ilegales le piden para que no los echen pa fuera”, me dijo un hombre.
Otro que tenía una enfermedad congénita le suplicó por su salud y fue escuchado.
Ahora, este pequeño lugar en cuyo interior caben cuatro bancas, es testigo de las oraciones y de las abatidas voces que imploran providencia. Providencia. Providencia.
Manuel González con el uniforme militar de uso diario (Army). Foto: Zaira Ramírez
Por: Maria del Refugio Reynozo Medina.
Cuando Manuel González llegó a San Cristóbal Zapotitlán, en el Municipio de Jocotepec, Jalisco, lo hizo de la mano de su mamá María Elena Ruvalcaba, cuando tenía un año de edad. Él no lo recuerda, lo sabe ahora por las memorias de su madre, quien lo llevó a la casa de sus abuelos paternos. María Elena había llegado con la idea de que podría vivir ahí resguardada mientras el padre de Manuel trabajaba en los Estados Unidos.
El destino estaba preparado distinto y luego de una estancia breve de poco menos de dos años, María Elena abandonó ese lugar. Con una mano tomó a su pequeño y con la otra la maleta, para avanzar por el camino empedrado que lleva hacia la carretera.
Así, sin dinero y con la ausencia de un padre, cuya existencia se esfumó en el olvido, fueron a refugiarse a casa de los abuelos maternos en Nayarit.
En aquel Estado, la estancia también fue breve. Manuel tenía unos cuatro años cuando emprendió otra vez un nuevo camino, ahora hacia el país que lo vio nacer: Estados Unidos, al que llegó como siempre, de la mano de su madre. Allá en el extranjero, nació su hermana; ahora ya tenía una compañera de juegos.
Entre los vagos recuerdos de esa infancia a sus seis años, Manuel recuerda episodios desoladores, perseguido por la violencia de un padrastro y olvidado por su padre; recuerda a su madre enfrentando y protegiendo a sus hijos, hasta que de alguna manera lograron llegar a un refugio. Era un espacio modesto, pero ofrecía la posibilidad de ser felices y sentirse seguros. Celebraron sus navidades con un arbolito de treinta centímetros, pero con la seguridad de mantenerse lejos de aquel hombre.
Una noche mientras dormían, cuando pensaban que estaban a salvo de la violencia, Manuel fue despertado bruscamente por el estallido del cristal de la ventana. Los vidrios se deslizaban por su cuerpo y en el instante se levantó y jaló a su hermana que dormía a un lado. Era su padrastro, que había logrado localizarlos. Corrieron y encontraron ayuda de los vecinos que luego los pusieron a salvo.
Finalmente pudieron mudarse de ahí y dejar atrás los amargos episodios. Manuel continuó su escuela y ya en la prepa, conoció un programa de labor comunitaria de la Fuerza Militar, ahí fue que tomó la decisión de ser un soldado. Siempre sintió atracción por conocer los países del mundo, pero en ese momento, no sospechó que la misión que estaba eligiendo, lo llevaría a recorrer el planeta.
Recuerda que su primer entrenamiento básico fue en avión, en camino hacia el estado de Kentucky. No sabía ni cómo abrocharse el cinturón, ese era su primer vuelo a los 17 años. Esa ocasión, llegaron de noche a la base; en el entrenamiento, las órdenes venían de unos seis soldados que castigaban con lagartijas los errores y realizaban instrucciones contradictorias que generaban confusión en los aprendices. A Manuel le sudaban las manos y resbalaba. Un compañero de unos 28 años lloró amargamente. Fueron nueve semanas intensas de disciplina que lo fortalecieron, para poder llegar a ser inicialmente, mecánico de autos de la Army.
Su primera base fue en Tennessee; Luisiana fue otra base. En su formación conoció el uso de las armas tipos de rifles. Las tareas eran distintas, buscar pistas, encontrar personas con alto grado de peligrosidad, asegurar vías carreteras y reparar los vehículos utilizados en las misiones.
Manuel estuvo en la guerra de Afganistán en 2002, 2010 y 2011. En una ocasión cuando estaban en medio de las montañas, llegó un hombre con un niño en los brazos. –Me entrego, soy terrorista- les imploró. Sus enemigos habían matado a su mujer y desesperado buscaba poner a salvo al pequeño. Manuel y sus compañeros lo llevaron a un refugio.
Las escenas más dramáticas en las memorias de este joven soldado son de edificios incendiados, gente muerta, cuerpos de niños y adultos calcinados, detrás de un silencio total que aturdía. A veces no sentía nada de tanto sentir; muchas otras, no había tiempo para llorar.
En Tal Afar, Irak, perdió a un amigo y compañero; su esposa estaba embarazada de gemelos; un misil pegó a un helicóptero y derribó además al que iba cerca. De 30 tripulantes quedó un sobreviviente. “Aún recuerdo el sonido de los helicópteros, muy cerca de mí y cómo se iba apagando mientras se alejaban en medio de la noche”.
Aquel helicóptero no llegó a su destino y su compañero John Sullivan pereció ahí, en medio del estallido de su nave. Luego que mencionaron el nombre de su amigo, Manuel no pudo escuchar más. Le vinieron para sus adentros, muchas preguntas sobre su compañero: ¿tendría miedo?, ¿gritaría? ¿Sintió dolor, o acaso lo sorprendió la muerte antes de sentirlo? Cuando conoció a los hijos huérfanos de su camarada Sullivan, no fue capaz de abrazarlos, pensaba que si su padre no había podido sentirlos en un abrazo, él no tenía derecho de hacerlo.
Manuel también sufrió un accidente: durante una estancia en Irak, se volcó el vehículo donde iba, estaba lloviendo y el conductor perdió el control. Sólo recuerda que por la ventana vio venir el piso hacia su rostro y cerró los ojos. Mientras, seguía escuchando el sonido que producían las volteretas hasta que el vehículo se estrelló contra la montaña. Solo sintió un ligero calor en la cara, era sangre.
A sus 39 años, Manuel ha estado en más de 50 países y ha visitado todos los continentes del mundo. Una de las cosas que ha aprendido es que, a pesar de la diversidad de culturas y lenguas, a los seres humanos los hermana el lenguaje universal de la sonrisa. Y no solo la sonrisa, el acto de compartir el pan con el recién llegado.
Con la nostalgia de la misión cumplida y todas sus memorias, este soldado se retira para reunirse con su familia, como recompensa por haber servido a la soberanía de su nación, y con el amor de su madre de quien dice, aprendió todo. “La gran lección de mi madre es no rendirse”.
Por: María del Refugio Reynozo Medina.
La última vez que tuve una sensación de una daga en el vientre fue cuando me dijo la pediatra que había que hospitalizar a Sebastián de emergencia, mi hijo tenía nueve meses.
Hoy vuelve esa impresión, es algo que se encaja en lo más profundo de las entrañas. Arriba de las sienes se instala un dolor como de explosión que me recorre todo el rostro. La saliva ha desaparecido de mi boca y llego por vez primera a este lugar a donde no se permiten acompañantes. Recorro las sillas y los sillones de la sala de espera de un color verde pálido desgastado.
Hay otras mujeres; son cuatro, esparcidas en todos los asientos, con rostros de preocupación. Abrazan sus carpetas con papeles y cambian de posición; bostezan y asoman su mirada hacia la puerta de ingreso, hasta que la espera es apagada por las voces que dicen sus nombres.
Llegué aquí alrededor del medio día para contarles mi dolor, ese dolor de las entrañas que no lo cura un médico. Vine sin una certeza y con una pregunta.
¿En dónde están?
Natalia tiene 10 años, Sebastián 9. A Natalia le gusta cenar tacos con mucha salsa, tostadas con queso y también hamburguesas y pizza –tranquila mamá, es buena la chatarra de vez en cuando-, me dice mientras se limpia la salsa que le escurre entre los dedos. También le gustan los tacos rositas que mi madre le prepara, con una receta de la abuela hecha de salsa de jitomate y jocoque con abundante queso. A veces quiere ser ella la cocinera. –Yo quiero ser chef y cantante-, me ha dicho repetidas veces.
A Sebastián le gustan las minipizzas que inventamos una vez que la lluvia torrencial no nos permitió comprar pizzas originales. También le gusta la sopa de verduras y el consomé de pollo; y peinarse muy bien al salir de casa. Dice que será médico y que se va a casar a los 30 años para poderme cuidar cuando yo esté vieja. Le gusta armar rompecabezas. A mí me gusta verlos cada mañana, abrazarlos y besarlos por lo menos veinte veces al día.
Hoy no sé dónde están; estoy en esta sala de espera que antecede a una declaración.
Jesús vino a pasar vacaciones con los chicos, eso dijo y se los llevó con él por más de diez días.
-El viernes regresan- fue nuestro acuerdo.
Esa mañana del primer viernes de agosto, al teléfono le pregunté:
-¿A qué hora me llevas a los niños o paso por ellos?-
-Ellos ya no van a llegar nunca- me dijo esbozando una sonrisa burlona que imaginé detrás del celular.
-¿Por qué te los llevaste? ¿A dónde? ¿Por qué no me dijiste?
-No tengo por qué pedirte permiso, me los traje a Estados Unidos- agregó.
Y le siguieron más afirmaciones que no cabían en mi entendimiento.
-Ellos están muy a gusto aquí, conmigo, si no pregúntales-
Pude sentir la gran satisfacción que le provocaba al padre de mis hijos escuchar mi voz quebrantada y la respiración agitada cuando me decía que nunca los iba a volver a ver.
Sus ambiguas contestaciones no responden a mi angustia.
-Quiero escucharlos- pedí. Pero los deseos quedaron ahogados en la risa mordaz que se escuchaba a través del teléfono.
Fui a casa de su madre para encontrarme las mismas respuestas. No la encontré; en la sala estaba esa mujer Silvia, que seguramente los vio y los ayudó a partir.
-¿Dónde están mis hijos?, ¿Cuándo se fueron?
-No me acuerdo- me dijo mirándome como se mira un bicho extraño. -Aquí nadie se tiene que meter- sentenció.
– No solo yo, toda mi familia lo hará- le dije y me fui.
Salí de esa casa igual con las mismas preguntas, envuelta en un torbellino y con esa daga en medio de las entrañas.
Aquí sigo en la sala de espera con sillones verdes desgastados. El tiempo transcurre lento, se escuchan las voces de los denunciantes y de los agentes. Las mujeres entaconadas van de una oficina a otra llevando carpetas y más carpetas, los teléfonos timbran y los rayos del sol se cuelan por las ventanas hasta desaparecer.
Algunas personas se han ido, llegaron otras y los cristales de las ventanas ahora están recubiertos por el oscuro manto de la noche.
En medio de los pasillos y elevadores solitarios, se escuchan de vez en cuando los apurados pasos de los agentes del ministerio que están de guardia. Las impresoras siguen expulsando hojas que llevan nombres, declaraciones, narraciones de hechos, crímenes.
El día se apagó, a la solitaria sala le acompaña también el incesante sonido de las engrapadoras, que aprisionan esperanzas.
Esto apenas comienza.
A la mañana siguiente, un perro husmeaba en los montones de basura.
Texto y fotos: María del Refugio Reynozo Medina
El ambiente tiene un aroma avinagrado, el piso destila líquidos; centenares de botellas, latas y envases de refrescos vacíos y a medio terminar están esparcidos por todo el jardín principal, de la plaza de San Cristóbal Zapotitlán. El kiosco, las jardineras, la delegación, amanecieron envueltos en plástico; un perro husmea entre las bolsas que contienen restos de comida. Es el saldo de la serenata de anoche.
La serenata
Son cerca de las diez de la noche, el horario de mayor afluencia de los hombres y mujeres que se encaminan hacia la plaza principal, provenientes de todas las calles que confluyen en el punto de reunión. Las botas y zapatos de tacón avanzan sobre las calles empedradas; algunas con charcos que dejó la lluvia de ayer. Es 30 de julio, último día de las fiestas en honor a San Cristóbal, patrono de este lugar. Su imagen ya está en el templo, luego de la solemne misa y procesión que recorrió las calles.
En la plaza, la luz neón de los juegos mecánicos enciende la noche. Los puestos de dulce y pan reciben a los asistentes. Las cenadurías instaladas están repletas de comensales; hay familias completas. Algunas mujeres empujan carriolas abriendo camino; otras llevan en los brazos a sus pequeños dormidos; algunos padres cargan a sus hijos y, trabajosamente, avanzan y buscan su mejor localidad. Otros, ya la han apartado desde antes del oscurecer tendiendo cobijas y suéteres en las jardineras.
Siguen llegando grupos de muchachas y muchachos con bolsas de hielo, refrescos y tequila.
En el kiosco toca la banda, bajo él está la pista de baile con las parejas contoneándose y otros cantando a coro. Alrededor, el mar de gente avanza sobre la plaza. Los cuerpos casi se pegan. En momentos, la fila se detiene en un pacífico forcejeo por lograr el cometido de avanzar sobre la línea y alcanzar a dar la vuelta, aunque ésta se logre luego de una media hora. Niñas y niños también participan en la fiesta: algunos se lanzan disparos de espuma blanca en la ropa y en la cabeza, y se corretean.
La gente sigue llegando; cualquier hueco es ideal para instalarse y compartir la noche. Los hermanan los tragos de licor y el sonido de la música.
“¡Arriba San Cristóbal, cabrones!”, abren los cantantes estelares.
Y el público enardece al son de la tambora.
“¡Entre más desmadre hagan, más tarde nos vamos a ir, muchachos!”
“¡Arriba las viejas gritonas, hijo de su chingada madre!”
Se escucha la voz del que canta, entre el sonido de las trompetas.
En la plaza parece que no cabe nadie más. Aquello es una marea humana sin un destino final concreto.
Alrededor de las once, el castillo se enciende ante la mirada de unos pocos que se percatan y que alcanzan a llegar al punto en una de las esquinas de la plaza.
En las jardineras se congregan grupos de muchachos y beben de sus vasos; las botellas de tequila van de mano en mano, los vasos de bebidas, las cervezas.
El público está enardecido. Una chica sube por la barandilla del kiosco para alcanzar a los cantantes, le siguen otras más que suben por las escaleras para poder bailar con los que cantan.
En los baños que son solo dos para mujeres y uno pequeño de hombres, se aglomera una fila de los que quieren utilizarlos.
“¡Ya salgan viejas cabronas!”, grita un hombre al grupo de mujeres que lo acompañan y que entraron a los sanitarios.
El hombre entra a los baños, “no puede entrar, es de mujeres”, le dicen.
“¡Me vale verga”, dice envalentonado.
La fiesta sigue entre gritos de júbilo, aplausos y gritos de “salucita de la buena”.
“Ándale, hay que irnos al malecón a ver quién nos coge”, le dice una chica adolescente a otra, mientras salen del sanitario y se ríen.
El bullicio continúa, la pista está repleta de bailadores y bebedores, que tienen en las jardineras o en el piso, el arsenal para abastecer la noche.
Pasadas las tres de la madrugada termina la música, pero muchos asistentes siguen la fiesta.
Vestigios
De la fiesta de anoche, quedan un par de muchachos que merodean en la plaza y cuatro más de los que no se fueron a dormir y siguen charlando y tomando de sus vasos.
Una señora adulta mayor dormita sobre una banca, apoyada de un bastón de madera. Bajo sus pies, en el piso, una mujer más joven duerme envuelta en una cobija y a su lado, un niño de unos ocho años concilia el sueño. Una maleta y una troquita de juguete están resguardados al lado de ellos.
El contenedor colocado para recolectar los envases de plástico PET, está vacío y las botellas esparcidas por toda la plaza.
Pasadas las siete de la mañana, llega el primer barredor de los dos que están asignados para cumplir la tarea. Es un muchacho joven; mira a su alrededor y se rasca la cabeza, lanza una lata de una patada y comienza su misión.
El cielo comienza a despejarse y van apareciendo los primeros transeúntes, que se detienen y observan como quien mira un campo de batalla devastado.
“Se ve que anoche aquí no anduvo gente”, me dice una mujer.
Llega la señora que vende menudo y comienza a barrer su rincón para instalarse.
Las latas de cerveza, las envolturas de golosinas, bolsas de plástico y restos de comida invaden las jardineras y el kiosco.
“¿Qué pasó aquí?”, dice una mujer a su paso con el rostro de quien contempla un muerto.
“Es la gente de fuera la que deja toda esta basura”, dice otra.
“Todos pusimos nuestro granito de arena”, dice un muchacho.
Ante la mirada grácil de los cuatro caballitos de madera colocados afuera de la delegación, se extiende la alfombra de basura que huele a inmundicia.
“Ay, como recuerdo las serenatas de mi pueblo, tan hermosas, con olor a nardo y a gardenias”, escribe una mujer en las redes sociales.
Hoy aquí huele a desolación.
María Ana Romero Ibon y José de Jesús Medeles Flores, abuelos de Daniel, en su 55 aniversario de bodas. Foto: Cortesía de la familia Medeles.
Por: María del Refugio Reynozo Medina
A días de su ausencia, la casa de la abuela conserva su perfume.
En el patio central rodeada de plantas y ofrendas florales, está la fotografía de la señora Anita: vestida de rosa, con una flor prendida en el pelo. Su habitación, al igual que todas las de la casa, está resguardada por una sólida puerta de oscura madera, porque don Jesús, su esposo, además de músico, fue carpintero. La escena de ambos: ella en las labores de la casa y él tallando la madera, sigue viva en una de sus hijas, quien recuerda el canto de su padre, que era respondido por la voz de doña Anita.
María Ana Romero Ibon y José de Jesús Medeles Flores, fueron padres de 11 hijos: seis varones y cinco mujeres. La recia disciplina de la señora Anita acompañó sus infancias, así como el empeño en que ellos llegaran a ser algo en la vida y lo consiguió. En sus hijos vio florecer una diversidad de profesiones: ingeniería, arquitectura, cirujano dental, abogacía, veterinaria, educación, administración de empresas y trabajo social.
Además, todos los varones se convirtieron en músicos: surgieron Los Medeles, agrupación de música versátil que floreció en el Ajijic de los años sesenta y setenta.
Luego, cada uno de ellos se destacó en distintos ámbitos: como el compositor Víctor Manuel Medeles Romero, quien se formó en la Escuela de Música de la Universidad de Guadalajara, así como en el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), en donde llegó a ser coordinador y catedrático y de donde surgió el CREM (Centro Regional de Estudios Musicales), con sede en el Auditorio de la Ribera, del lago de Chapala.
De ese linaje proviene Arturo Daniel Medeles Córdova, hijo del músico Jesús Medeles Romero (Chuni) y Alicia Margarita Córdova López.
Dani es heredero de toda esa tradición musical. Sus primeros recuerdos de infancia están acompañados por las notas musicales de su padre y la voz de su madre y sus hermanos en coro. “La música llegó a mi vida sin que yo lo supiera”.
Tenía 8 años cuando su tío Víctor, formó un coro familiar. Dani no quería ir, pero al paso del tiempo, tomó el gusto por la música. Las normas de disciplina por parte de su tío eran rigurosas, con al menos dos horas de ensayo y la prohibición de tomar agua e ir al baño.
Además del coro, el entrenamiento del Fútbol lo mantenía feliz durante sus años de primaria: perteneció al equipo de Los Charales de Chapala.
Estudió casi toda la escuela secundaria en un seminario de los legionarios de Cristo en Guadalajara. Fue para él una oportunidad de formación y disciplina de la mano de la alegría y la paz. Fue también la oportunidad para seguir con la práctica de la música: tocaba la guitarra acústica y eléctrica. Sus estudios de bachillerato los realizó en la Escuela Preparatoria Regional de Jocotepec, casi al final y a la par, estudió la carrera de Técnico en música en la Escuela de Música de la Universidad de Guadalajara, y fue miembro del CREM (Centro Regional de Estudios Musicales).
La viola, es el instrumento en el que más se ha especializado con la práctica y clases particulares. Aunque Daniel puede tocar violín, bajo, batería y guitarras eléctrica y acústica.
Tenía 15 años cuando junto con sus primos formó Utopía, un grupo de Rock. Con quienes tocó por dos años en un bar de Ajijic.
A sus 19 años creó la Orquesta Axixic. También fue fundador de la Orquesta Filarmónica Infantil de la Ribera de Chapala (OFIRC).
Dani es fundador, junto con Coco Wonche y Ángel Gustavo Medeles Córdova, de Música para crecer, una asociación con el objetivo de fortalecer el tejido social y los valores a través de la música. Ha estado en la Orquesta Sinfónica de Zapopan, y a través de ella ha tenido la oportunidad de acompañar musicalmente a mariachis como Los Camperos, Vargas y a la soprano Filippa Giordano.
También ganó una audición para estar con la Orquesta Filarmónica de Boca del Río, por un año. Ha sido ganador por tres ocasiones, de la competencia Viva la música de una fundación extranjera. En el 2020, la ONU (Organización de las Naciones Unidas), buscó 100 músicos para grabar el tema de su aniversario, uno de ellos fue Dani Medeles. Participó en la grabación del álbum Un azteca en el Azteca, de Vicente Fernández. Ha compartido escenario con Mariano Barba, Carin León y ha dirigido la Orquesta de los Freddy’s.
A través de la Fundación Música para crecer, hace un par de meses arrancó el proyecto: Escuela de mariachi Pedro Rey, en Ajijic, dirigida a niños y adultos; llamada así en honor al maestro Pedro Rey.
En la escuela, albergada en una casona de adobes, en la calle Constitución, los lunes y martes se escuchan las cuerdas y trompetas de los aprendices que serán algún día, los músicos que continúen con la tradición del mariachi.
En el 2016, Daniel Medeles fundó el Mariachi Real Ajijic. Fue en Perú que nació esa idea, en una gira en la que acompañó a un ballet y pudo presenciar el gran furor con que el mariachi de Jalisco era bien recibido.
Pensó al mariachi como una expresión de la cultura nacional, no solo como un espectáculo y decidió en ese instante que quería fundar un mariachi. Apenas había lanzado la idea en las redes y ya tenía fechas solicitadas. Así que, comenzó a reunir a los integrantes que ya estaban consolidados como músicos. Desde entonces, El Mariachi Real Ajijic ha realizado una selección rigurosa de sus integrantes, cuyas edades oscilan entre los 18 y los 34 años.
Uno de los proyectos en puerta es el Son de Ajijic, en el que Genaro Barraza está trabajando en colaboración con Daniel, para presentar un Son que represente al pintoresco pueblo de Ajijic.
También está por venir un Encuentro Internacional del Mariachi en Ajijic.
El joven artista, vive envuelto en la música, en una incansable labor por compartirla; dirige el mariachi, da lecciones a los niños, canta y toca llevando su instrumento y una maleta como equipaje. “Ha habido algunas ocasiones que me he tenido que cambiar de traje hasta cuatro veces en un día”, aclara el artista.
“Quiero demostrar que el mariachi, más que espectáculo, es expresión, cultura, tradición”. Afirma el joven músico descendiente de los Medeles, que entre sorbos de mate recorre los diversos escenarios para compartir la música que lleva en la sangre.
En la Expo Cultural participaron artesanos de Tlajomulco.
Texto y fotos: María del Refugio Reynozo Medina.
Sandra López Bizarro y Alma Delia Camarena Flores, originarias del municipio de Jocotepec, pertenecen a la asociación civil “Mujeres Empoderadas de la Ribera». Son ellas quienes promovieron la generación de un espacio para la promoción del emprendimiento, principalmente entre las mujeres.
Las fundadoras pensaron en generar una plataforma en donde coincidieran creadores y emprendedores para exhibir y comercializar sus productos; solicitaron apoyo al ayuntamiento y la respuesta fue la oferta de un espacio en las instalaciones de lo que fue la Escuela Primaria Paulino Navarro, en la calle Miguel Arana 112, de Jocotepec y en cuyas aulas remodeladas se encuentran algunas oficinas del Gobierno Municipal.
El ingreso de la antes escuela primaria, está revestido de un colorido marco de globos y el patio alberga unas dos decenas de puestos. Aquí se puede encontrar comida, bebidas, accesorios, ropa y hasta sesiones de masaje.
Sonia Moya, una de las expositoras es de origen colombiano; a lo largo de su vida ha convivido con personas de diversas culturas, como: Costa Rica, Ecuador, Perú, India y Tailandia, fruto de ello es lo que ofrece en su espacio: sombreros, joyas, calzado. Hace seis años que se estableció en la Ribera de Chapala, la magia de la montaña y el lago es lo que la mantiene conectada a este lugar.
Karolina Bizarro de Jocotepec es egresada de la primera generación del taller de telar que ofreció el obrajero del mismo municipio: Pedro Mendoza Navarro. En su espacio ofrece objetos tejidos de macramé y tapetes hechos en telar.
La señora Guillermina Campos de Jocotepec, está en el puesto de su hijo Josué que hace el pan de masa madre y pan dulce de mantequilla.
Yana Petrova es de la República Checa y prepara un pan sin harina blanca y sin azúcar, sus productos dice, eliminan los peores enemigos que son las harinas blancas y azúcares y que son adecuados para diabéticos; un pan con semillas y almendras cuesta 85 pesos.
Guillermina González de Jocotepec, elabora velas aromáticas con cera de soya, algunos aromas son sandía y chocolate, atrapados en un frasco transparente de tapa dorada. Una vela cuesta 190 pesos.
Amneri Ciro viene de San Antonio Tlayacapan, es de Colombia y en su puesto se encuentran jabones, crema, tinturas, gel. “Me criaron en Colombia pero amo a México”, dice. En otro de los espacios, Transito Mendoza Ramírez de Jocotepec, por medio de Miscelánea las ositas, ofrece un multicolor puesto conformado por piñatas, dulces, llaveros decorados con punto de cruz, tarjetas artesanales elaboradas de papel, gelatinas y hasta petates elaborados en Michoacán.
Alma Delia Camarena Flores es creadora junto con cinco socios más de una bebida gasificada llamada Musanita, que está elaborada con jugo de plátano cien por ciento orgánico, baja en sodio y rica en potasio.
El proyecto nació en Colima con certificación en 2017 en alianza con la Universidad de Colima. También producen otra bebida de agua de coco con un toque de limón. Y Las tres lupitas que es una bebida de mezcal con piña, toronja y mango. El Volco es una bebida energética que contiene jengibre y cúrcuma.
Sergio Aguayo, de El Chante, ofrece miel de azahar proveniente de Zapopan. Anastasia Cuevas de Jocotepec, está en medio de coloridos huipiles y lienzos que enmarcan de vivos colores el espacio. En su puesto, conviven los rebozos de Puebla y Oaxaca, con blusas, vestidos y huipiles. Además de accesorios de barro y palma. El huipil más costoso llega a valer 2 mil 900 pesos y una blusa poco más de mil pesos.
Todos estos creadores y emprendedores que hoy se reúnen, están apoyados por la Red de Tiendas Artesanales de Jalisco.
Pedro Ramos Morales es de San Lucas Evangelista y en su puesto exhibe vasijas de barro de un negro profundo. El tono oscuro se lo da con una técnica especial por medio de humo y fuego. Pedro tiene 50 años trabajando la técnica que le transmitieron sus antepasados, y que combina con ideas propias como grabados con punta de metal. El precio de una vasija mediana es de 650 pesos. Vende a coleccionistas; uno de sus clientes le solicita piezas desde Nueva York.
En los puestos establecidos también aparecen formadas en fila las muñecas lele, hechas de tela con trenzas y vestidos coloridos. Pedro Eleuterio González y su mamá las elaboran en Cuexcomatitlán. Desde hace más de cuarenta años, la mamá de Pedro se ha dedicado a confeccionar las muñecas; ahora no solo hay muñecas, también hay muñecos: “como venía muy sola, le empezamos a hacer a su panchito”.
Una muñeca grande de unos 40 centímetros vale 300 pesos.
Otro de los puestos ofrece molcajetes y figuras talladas en piedra volcánica perfectamente pulidas; es de Fernando Rosales Castro, de San Lucas Evangelista. “Ahí el que no es molcajetero es mariachero”, dice. El precio de un molcajete con tapa es de 700 pesos.
Luis Fernando Camarena originario de San Cristóbal Zapotitlán es el encargado de la jefatura de artesanías del municipio y para el evento de hoy se encargó de la logística y de invitar a algunos artesanos a participar.
En el patio donde alguna vez fue de recreo para los infantes, conviven hoy diversas culturas y manifestaciones creativas convocadas por la idea de dos mujeres: Sandra López Bizarro y Alma Delia Camarena Flores, quienes pensaron en hacer coincidir lo orgánico, lo artístico y lo artesanal.
Rogelio Robledo Valencia y Andrea Hernández Saucedo, alumnos de la Escuela Preparatoria Regional de Jocotepec, ganadores del premio mundial de divulgación científica Infomatrix.
Texto y fotos: María del Refugio Reynozo Medina.
Rogelio Robledo Valencia y Andrea Hernández Saucedo, son los dos estudiantes de la Escuela Preparatoria Regional de Jocotepec de la Universidad de Guadalajara, que ganaron la medalla de Oro en la categoría de divulgación científica, en el Infomatrix mundial 2022 de la Sociedad Latinoamericana de Ciencia y Tecnología (SOLACYT).
Rogelio tiene 18 años, es originario de San Pedro Tesistán y quiere ser maestro de primaria; le gusta transmitir sus saberes. Ama las tecnologías y la programación; entre sus lecturas favoritas están las de ciencia ficción. Viaje al centro de la tierra de Julio Verne es uno de sus títulos entrañables.
“Ante la grandeza del universo somos muy pequeños”.
Él al igual que su compañera Andrea, estudia y trabaja para contribuir en los gastos que implican sus estudios y necesidades personales. Los fines de semana disfruta visitando a sus abuelos.
Andrea tiene 17 años, originaria de Jocotepec. Su sueño es ser enfermera porque le gusta ayudar a las personas, y para ella, la enfermería es un camino extraordinario. Le apasiona conocer el funcionamiento del cuerpo humano, los temas de biología, antropología y desde luego, la ciencia.
“La ciencia siempre me ha llamado la atención. Es demasiado para la humanidad. En la vida cotidiana está envuelta la ciencia”, comentó.
De niña tenía un telescopio, recuerda los puntos brillantes y las constelaciones que aparecían a través del cristal, ¡eran maravillosas! Desde la secundaria pertenecía a un Club de Ciencias.
Con el proyecto Determinación de la zona habitable (estrellas, cometas y galaxias), los dos estudiantes representaron a la Preparatoria Jocotepec, y se trajeron, para orgullo de los jocotepequenses, un premio mundial. En el concurso enfrentaron a participantes de muchos países, como Bolivia, Ecuador, China, Rumania y Ucrania.
Esta es la primera vez que este evento se lleva a cabo en México, particularmente en la Universidad Autónoma de Guadalajara. Durante 19 años se había celebrado en Rumania. Al triunfo en este concurso mundial, le antecedieron dos años de preparación y al menos cinco intentos anteriores, así como su victoria en un concurso nacional de Expo Ciencia, en el que ganaron una medalla de plata, la cual les dio la entrada al concurso mundial.
Contaron con el apoyo de Paulino García Ramírez, docente de Física, quien los acompañó y orientó en esta aventura. Él les hacía planteamientos para que ellos investigaran y consultaran en libros de física y astrofísica.
Para presentar el proyecto, Rogelio y Andrea utilizaron una caja rectangular pintada de negro, con cinco focos de colores de un mismo voltaje: rojo, amarillo, blanco, verde y azul, para explicar cómo las estrellas tienen distinta temperatura, la cual se mide por el color. Por ejemplo, las estrellas azules tienen más alta temperatura que las rojas.
La hipótesis principal de su investigación es que, de acuerdo a la determinación de las diversas temperaturas, se puede determinar una zona específica cerca de las estrellas que podría ser habitable por los seres humanos. De ahí la importancia de conocer el universo que nos envuelve.
Para estos jóvenes el cielo ofrece un espacio de fascinación, pues desde tiempos remotos nuestras culturas ancestrales utilizaron sus conocimientos sobre los astros para determinar la vida cotidiana. Lo apasionante es también entender que por cada suceso cotidiano, como la marea que sube y baja, hay una explicación científica.
“La ciencia nos envuelve”, dicen.
Los chicos aún recuerdan aquellos días: fueron el dos, cuatro y cinco de junio de 2022 cuando estuvieron en la ciudad de Guadalajara para presentar su proyecto y presenciar la participación de los demás.
El día de la premiación, el 7 de junio, en el auditorio de la Universidad Autónoma de Guadalajara, había una pantalla gigante sobre la que estaban depositadas todas las miradas. Las medallas iban desapareciendo al ser entregadas a los finalistas y Rogelio y Andrea observaban con tensión. Quedaban cuatro, tres, dos medallas y las posibilidades se reducían. No lo podían creer, cuando la última, la medalla de oro estaba siendo asignada a ellos: los estudiantes de la Preparatoria Regional de Jocotepec.
Sin alguna duda, pero al mismo tiempo con incredulidad, Rogelio y Andrea se pusieron de pie temblorosos, se colocaron un sombrero de Jalisco y abrazaron la bandera de México para subir al estrado a recibir el premio que colocó al municipio de Jocotepec en los reflectores.
La imagen es cargada en los hombros por hombres durante toda la procesión.
Texto y fotos: María del Refugio Reynozo Medina.
La plaza de San Pedro Tesistán en el Municipio de Jocotepec, está bordeada el día de hoy de puestos de comida, dulces, pan y juegos mecánicos para todas las edades. Es 29 de junio, día de San Pedro Apóstol en el santoral católico.
La imagen de poco más de metro y medio de altura, con barba y pelo cano, representa al discípulo que mira de frente con expresión melancólica, mientras sostiene un par de llaves doradas y una hoja blanca de papel enrollada. Una plataforma está preparada para colocar a la imagen rodeada de ramos de flores frescas.
-Él es quien tiene las llaves del cielo- dice una mujer con júbilo.
El repicar de las campanas del templo anuncia el inicio de la procesión a las seis de la tarde. Encabezando la caravana están formados los hombres y mujeres jóvenes, de la banda de guerra San Francisco de Asís de Chapala, Jalisco. También están presentes, la danza de Juan de Dios de San Luis Soyatlán, la banda de guerra y otra danza más de Jocotepec. La banda de música de San Cristóbal Zapotitlán, así como un pequeño grupo de peregrinos del mismo lugar.
Entre el contingente emerge un estandarte con la fotografía de Roberto Ramírez Rameño, de sombrero, con una camisa vaquera; aparece mirando al frente y sonriendo. “Físicamente hoy no estás ya con nosotros, pero en nuestros corazones vivirás para siempre”, reza una frase en el cartel.
Un grupo de familiares, la mayoría mujeres y niños, caminan en su memoria ataviados con playeras blancas. La playera lleva la fotografía impresa del hombre joven, que en la fiesta del pasado año, aún estaba con vida y era un fiel colaborador en la celebración. Unos quince hombres montados a caballo, también llevan puesta la playera blanca con el rostro impreso de Robe, también los hombres que cargan al santo durante el recorrido.
Al paso de la procesión, compuesta por unas 300 personas, una mujer espera de pie, descalza y con los ojos cubiertos por un paliacate, y sostiene una veladora apoyada del brazo de un familiar.
En una de las calles luce un tapete de aserrín que tapiza unas cuatro cuadras, adornadas con columnas, rematadas con floreros. El empedrado está recubierto de ese polvo de colores que nadie pisa hasta que pase primero la imagen. En las puertas de las casas, familias enteras observan la peregrinación. En una de las viviendas aparece una persona de edad avanzada y observa al rostro de San Pedro, se incorpora y la procesión se detiene para que el hombre toque a la imagen. Unas cuadras más adelante la marcha vuelve a detenerse. Una mujer joven está postrada en su jardinera y llora mientras levanta un racimo de flores blancas buscando con la mirada la escultura del santo apóstol.
Entre los feligreses de la procesión va también un mariachi, que entona desde valses hasta Juan Colorado. Algunas mujeres y hombres cargan bebés en brazos. Unos muchachos beben cerveza mientras caminan, una mujer joven le toma un trago a su cerveza de Barrilito. Otra va comiendo un helado.
Unas personas llevan banderas en las manos: la bandera estadounidense y la tricolor mexicana convergen en medio de los plumajes y trajes brillantes de los danzantes. En una ventana adornada por tres globos amarillos, dentro de una casa de adobe blanqueada, un niño de unos cuatro años observa la procesión.
Luego del recorrido de casi dos horas, la imagen de San Pedro llega en medio de golpes de tambor y repiques de campanas. Los fieles se arremolinan en torno a la figura para tocar su manto, su túnica y las llaves que lleva en la mano y que conducen al cielo.
La señora Eugenia Bautista asiste a la marcha sosteniendo una fotografía de su hijo travesti fallecido de nombre Alexa Zoe.
Texto y fotos: María del Refugio Reynozo Medina.
A las doce del día del domingo 26 de junio, el paisaje comienza a pintarse con los colores del arcoíris. Las banderas de tela ondean sostenidas por las primeras personas asistentes. Es la primera marcha del orgullo LGBTTTIQ+ (Lésbico, gay, bisexual, transexual, transgénero, travesti, intersexual y queer), convocada por Vianey Ornelas, activista jocotepequense por los derechos de la libre orientación sexual.
Los participantes se dan cita en los camichines uno de los puntos de ingreso a la cabecera municipal de Jocotepec por la calle Vicente Guerrero.
Al evento han sido invitados, además de la sociedad civil, funcionarios del Ayuntamiento Municipal; está presente Nancy Pérez de Participación Ciudadana, Víctor Loza Director de Turismo y el regidor Hugo García, (Bombín) del partido Futuro. La Diputada del partido Futuro en el Congreso local Susana de la Rosa Hernández, también está en el evento.
La coordinadora Vianey llega ataviada con un vestido color naranja salpicado de pedrería tornasol y aplicaciones ocre dorado; se acomoda los tirantes y le pide apoyo a un chico con pantalones cortos para colocarse las zapatillas.
–Ayúdame, hermana- Se sostiene de su hombro y seguimos conversando mientras él le coloca las altas sandalias beige.
Vianey tiene 25 años, es la ganadora del Certamen Maniquí Jalisco 2022, además de ser activista por los derechos de la comunidad diversa.
El vestido color coral encendido de Estrella, resplandece a lo lejos; originaria de Jocotepec, Estrella es la ganadora de Miss Internacional en un certamen llevado a cabo el pasado 12 de diciembre en Puerto Rico y en el que enfrentando a 23 participantes obtuvo la corona. También está Cristina, Miss Gay Jocotepec 2021 con un vestido largo de lentejuelas tornasol.
Entre los destellos de los vestidos que siguen llegando, aparece la figura de Eugenia Bautista, cuyo único brillo procede del par de arracadas plateadas forradas de piedras blancas y un collar largo color perla.
La señora Eugenia camina entre los asistentes, los observa, conversa con los que puede. Tiene el pelo corto y cubierto de canas, en sus manos lleva una fotografía; es de Alexa Zoe, su hijo que murió hace tres años a la edad de 30.
“Yo estoy aquí porque mi hijo fue uno de ellos”.
Lleva jalando una mascota chihuahua y en la otra mano sostiene el retrato de Alexa
-Ella fue reina aquí en Joco tres veces-
“Él decía que no hay que avergonzarse de lo que se es, nos enseñó a no avergonzarnos”
La señora Eugenia recuerda que Alejandro desde chiquito prefería jugar muñecas, cuando cumplió 18 años le dijo a su madre: – ya no voy a usar ropa de hombre, quiero usar ropa de mujer-.
-Él era travesti, era tan bonita como una mujer- dice colocando sus ojos en el recuerdo. Ni yo lo reconocía, platica mientras contempla el retrato de su hijo que porta una corona de reina, sobre un peinado de trenza y el rostro cuidadosamente maquillado. Tenía 30 años cuando falleció víctima de cáncer y muchos amigos y amigas lloraron su ausencia.
A veces maquillaba a sus amigas y diseñaba algunos de sus vestuarios. Participó en muchos certámenes a los que su madre lo acompañaba, le cargaba los vestuarios. Algunos vestidos los pintaba a mano. Eugenia aún los conserva para llenar el hueco de su ausencia.
A la marcha, llega también Miss Trans Jalisco, Valentina Michel originaria de Tuxpan Jalisco, que representará al estado en un evento nacional en agosto próximo.
Para Michel no solo basta con expresar las preferencias, se debe ser una persona íntegra.
-si pedimos respeto, también conducirnos con respeto-
Victoria Díaz, primera reina de Jocotepec en la categoría XL también participa en la marcha.
En el discurso inaugural previo al corte de listón Vianey se dirige al público:
–Hoy iniciamos con más de cien personas en Jocotepec; la primer marcha en Guadalajara en 1982 inició con 13 personas-
-Vamos a hacer que esta sea la segunda mejor marcha después de Guadalajara- dice en medio de porras y aplausos.
Previo al corte de listón, vuelve a aparecer la señora Maria Eugenia, pide el uso de la voz y se coloca justo detrás de la cinta blanca.
Con la fotografía de su hijo en las manos, la correa de su perro chihuahua y una bandera, sostiene también el micrófono
-Me da mucho gusto que estén todos aquí para apoyar, ojalá que mi hijo viviera, a él le daría mucho gusto- dice con el rostro de añoranza.
-Todos somos iguales, síganse uniendo ¿sí? sigan haciendo estas cosas bonitas, no se fijen en la gente ¿sí? – Se dirige a los asistentes con tono maternal.
La gente pronto los va a querer, ¿sí? todos somos iguales.
Eso decía mi hijo y estoy hablando en lugar de él.
Los aplausos le responden.
Con el arribo del ballet folklórico Jalisco es Diverso, a la una y media Vianey Ornelas da por inaugurada la primera marcha del orgullo en Jocotepec. Una ambulancia y un grupo de agentes de vialidad del municipio, acompañan al contingente.
Una mujer con el pelo cano levanta en lo alto un cartel:
“Se regalan abrazos familiares, soy tu mamá”
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