El desfile del 16
Por cronista: Gabriel Chávez Rameño
Por llegar el mes de la patria celebramos nuestra mexicanidad, nos regocijamos y gritamos sintiéndonos muy mexicanos, y se nos olvidan todas penas y penurias al son de un buen mariachi y unos tragos de tequila. Somos felices porque somos mexicanos, y nuestras Fiestas Patrias son un orgullo, porque, ya en el extranjero o donde haya un mexicano, se celebra con tantas ganas que hasta los extranjeros se sienten mexicanos, aunque sea tan sólo por esa noche. La noche del 16 de septiembre.
Ya nada es como antes. Todo cambia. Ahora a los muchachitos ya no les gusta cantar el Himno Nacional. Es más, ya ni gritan la noche del 16. Antes esperábamos esa noche para gritar “Viva México” con orgullo y gritábamos cuando sonaba el himno en las bocinas que ponían en la presidencia. Ahora ya no hay respeto, y creo que los niños ya no se saben el Himno. Antes nuestros papás querían que lo aprendiéramos y lo cantáramos casi como si fuera el Padre Nuestro. Había más cariño para nuestro país y todos participaban. Es más, los adultos se emborrachaban hasta después de que tocaran el Himno, y ahora los muchachos ahí andan de un lado para otro con sus cervezas y, hasta echando trompadas, no dejan disfrutar de la noche mexicana.
Pero la plática es por el desfile. Fíjate que ya muy temprano nos levantábamos y nos íbamos a la escuela porque nos querían bien peinados y limpiecitos. Yo estaba en tercero y era mi maestra la señorita Carmelita, que venía de Acatlán. Fue por los años del 55 ó 56, no me acuerdo bien. Ya nos formaban y nos ponían a tomar distancia, y a marcar el paso. Lo que más nos emocionaba era cuando llegaban los soldados del regimiento de Sayula, todos bien uniformaditos y con mucha disciplina. Nos daba mucho gusto verlos formarse y cuando les daban la orden, bien parejitos que marchaban, y cómo portaban la bandera con mucho orgullo. Luego llegaban los charros y todo se ponía bien bonito. La gente en las calles se ponía muy contenta al ver pasar los batallones. Yo quería ser soldado, pero luego ya me puse a trabajar y pues ya no me fui al ejercito… También lo que me gustaba mucho era la banda de guerra, la que traían los soldados y se escuchaba muy parejita, que hasta se me enchinaba “el cuero”. Mi abuelo Timoteo les invitaba el desayuno a unos militares. El presidente hablaba con las familias y cada familia invitaba a desayunar o comer a unos cinco o seis militares, y así ellos convivían con la gente del pueblo, y nos platicaban sus historias del ejército. A nosotros nos platicaron que tuvimos unos héroes en la segunda guerra mundial. Unos pilotos de aviones de guerra que fueron a pelear por allá en el 45. Se llamaban el escuadrón 401, y nos platicaron que se fueron que eran muy buenos, que hasta mejor que los de Estados Unidos. Yo estaba niño y quería ser piloto y me imaginaba volando uno de esos aviones y peleando contra los malos. Eso nos platicaron ese año, que los pilotos mexicanos pelearon por allá en el extranjero.
Al día siguiente, en la escuela, le platiqué a mi maestra, la señorita Carmelita, y se puso muy emocionada. Me dijo que sí era cierto, que ella lo había leído en el periódico y hasta unas fotografías había. Al siguiente día nos llevó el periódico y vimos las fotos de los soldados del escuadrón 401. Todos estábamos bien emocionados con las historias de la guerra mundial. Éramos niños y no nos imaginábamos tanta crueldad. Sólo pensábamos en los héroes y el desfile del 16.
Mtro. Gabriel Chávez Rameño
Cronista
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