Redacción.- Se solicita su colaboración para la localización de Victor Alfonso Flores Guerrero, de 25 años de edad y Alondra Judith Comparan Amezcua, quienes fueron vistos por última vez, la noche del domingo, cinco de septiembre en Mezcala.
Victor Alfonso de 25 años, quien es de #Chapala vestía pantalon de mezclilla, playera negra manga corta, tenis negros ,gorra negra y un reloj.
Fue visto por ultima vez en Mezcala alrededor de las 10:30 p.m. Tiene tatuajes en los hombros derecho e izquierdo, y en el abdomen.
Alondra, de 18 años también fue vista en Mezcala entre 10:30 y 11:00 pm del domingo cinco de septiembre, al parecer venía de regreso a Chapala , pero nunca llegó a su destino.
Una Mujer bailando en el CCA Ajijic.
Al subir las escaleras del Centro Cultural Ajijic (CCA), en este sábado vespertino y nublado, donde el centro de la población está lleno de nacionales y extranjeros, que verbalizan altisonantes voces –unas carraspientas, otras más claras-, al subir las escaleras –decía-, una música de acordeón y teclado evocan nostalgias francesas (Edith Piaf, Aznavour, Gilbert Becaud), da la bienvenida entre el desenfado de los movimientos alegres de varias femeninas que ondulan sus cuerpos al compás de los sonidos.
El ambiente es festivo, alegre y disipado; risas y voces fluidas por doquier se escuchan, pasos que vienen y van entre el ondear de los vestidos elegantes. En los muros de las dos salas y los dos corredores de exhibición, cuelgan las obras plásticas, las fotografías y las esculturas en bronce. Óleos, dibujos a lápiz y carboncillo, acuarelas y fotografías, cubren las paredes en una diversidad de formas y colores, e incluso de estilos.
Llama la atención el dibujo a lápiz de Frida Kahlo: toda negra la figura, estéticas las onduladas formas de su cuerpo que lo cubre un oscuro vestido y un rebozo difuminado; pero la vista se detiene en su rostro, donde su eterna queja se cristaliza en el blanco de sus ojos y pómulos que encienden la ira de su inconforme alma.
La decoración del primer piso desborda la lluvia de un multicolor arreglo de papel picado que le da un aire de festividad y de fiestas patrias. Los radiantes rojos, amarillos, azules, naranjas y demás, se mueven frenéticos por el fuerte viento que leve deja los ramalazos del ciclón Grace, que azota las costas del Golfo de México. Algunas chicas ofrecen tequila, mezcal y unos raquíticos bocadillos que muy pocos les hacen aprecio.
Un cartel anuncia una interminable lista de expositores y, algunos de ellos, comparten con los presentes. Allí está Jesús López Vega, con un soberbio óleo sobre mazonite, titulado “El Mictlán. Paraíso de los muertos”. Las escenas del cuadro muestran una explícita denuncia y crítica social a las estructuras dominantes, que con su vertical hegemonía reproducen el poder. Angelitos obesos, la capilla y los templos, perros en actitud de alerta, figuras zoomorfas prehispánicas, diablos y brujas, calaveras y catrinas, esqueletos famélicos, embriaguez y goce del cuerpo; al centro, los representes del poder simbólico y, alrededor, los despojos de seres humanos sin valor alguno.
Por allí deambula Isidro Xilotl, El Chivo, artista de San Juan Cosalá, por allá conversa Mario Ramos, excelente artista del hiperrealismo; más allá, las significativas fotografías de Xill Fessenden. Una de ellas, muy especial, donde una venerable anciana, cabizbaja y de perfil, carga en su hombro izquierdo y sujeta con la misma mano, una larga y curva rama gruesa de guamúchil, que contrasta con las oscuras rayas de su rebozo. Dice una voz que la modelo es doña Lupe, originaria de San Cris.
El director del CCA comparte con algunos invitados, entre breves sorbos de tequila del cóctel de bienvenida, ríen y se ponen serios. Platican de no sé qué y adoptan poses de actuación. Viste saco formal entre café y verde, pantalón de mezclilla nuevo que se arruga de la parte posterior de las rodillas y, luce unos impecables zapatos cafés que a todas luces se ven nuevos.
-Aquí es otra cosa, no es como en Jocotepec-, dice una voz cercana que le resulta singularmente significativo este ambiente cultural. Una mujer se desplaza al ritmo de la música en un espacio corto, entre sensuales movimientos y voluptuosa demostración; baila sola y sus anchas caderas evidencian su abundancia a través del vestido que se unta a sus carnes.
-Ni modo que no nos echemos este taco de ojo-, dijo otra voz que intentó en vano ser inaudible.
Entre el público asistente irrumpe una sayaca, provocando con su especial vestuario, risas disimuladas entre los que desconocen esta tradición de carnaval. Luce un sombrero plateado adornado con tres flores, dispuestas al frente; la máscara lleva pintorreteada las mejillas y pómulos, una alargada y puntiaguda nariz, cejas curvas embarradas de negro, dientes azabaches y una ancha boca que muestra descarada una soberana dentadura. Su vestido y enagua son blancos, y encima lleva una cortina rosa arrugada y enredada del cuello a las rodillas; un cordel blanco ciñe su ancha cintura de donde penden un colguije de muñecos despatarrados. Al final, sobresalen las negras y puntiagudas botas y, la mano derecha, toca levemente su collar de bolas rojas y hojas verdes de cerámica.
Muchos no ven las obras, sólo dialogan en parejas o en grupos de tres dando pequeños sorbos a las bebidas preparadas; otros van desfilando por los espacios de la galería y se detienen para observar las obras artísticas.
-¿Y eso qué es? Salta una voz que pregunta intrigada por no entender el contenido abstracto de una pintura. Otro intenta explicar sin ir más allá de sus evidentes limitaciones.
Al subir las escaleras está una extranjera de alta estatura, cuerpo delgado y estético, ataviada con un vestido largo de encajes negros y blancos. Su voz es clara en las palabras sajonas que habla, pero su rostro atrae más la atención porque es delicada y tierna su mirada. Bien podría ser una modelo para un Modigliani contemporáneo.
La inauguración de la exposición continúa, muchos siguen departiendo medias verdades y verdades completas. Llegan las siete de la tarde de este sábado 21 de agosto de 2021, y se evocan las dos imágenes que se ven desde el balcón del CCA: a la derecha, la capilla de la Virgen del Rosario y, a la izquierda, el templo parroquial de San Andrés de Ajijic, patrimonios edificados de larga historia, cuyas páginas registraron los testigos del pasado.
Por el lado norte, el exuberante y frondoso paisaje de la montaña que absorbe los últimos rayos de sol que bañan de luz el agonizar de esta tarde.
Nota del editor:
“Los pasos que llevaron al Centro Cultural Ajijic”, es uno de los textos elegidos por el equipo de redacción de este medio de comunicación, como parte del taller de crónica impartido por María del Refugio Reynoso Medina, con motivo del décimo aniversario de Semanario Laguna.
El carro alegórico está a punto de salir. Una adolescente representa a un ángel que custodia la imagen. Foto: Maria del Refugio Reynozo Medina.
Por: Maria del Refugio Reynozo Medina
El agudo sonido del clarinete se acompaña con la algarabía de las trompetas y resuenan las mañanitas, en medio del altar principal del Templo en San Pedro Tesistán. Las notas de Celebremos y Mi Virgen Ranchera invaden el recinto que además, está desbordado de flores.
Hoy es quince de agosto, día de la Virgen de la Asunción. A las seis de la mañana el templo de San Pedro Tesistán, luce repleto de asistentes, un centenar de personas se congregan para cantar y rezar a la pequeña imagen de la Virgen Maria que fue asunta al cielo.
Todas las miradas están puestas en la delicada figura de la virgen, que porta un esplendoroso ropaje blanco con un manto azul celeste. La fina silueta cubierta de encajes y piedras emite destellos fulgurantes. Tiene los brazos extendidos y mira al frente con una sutil sonrisa, los ojos y las cejas están finamente delineadas y el cabello negro que cae sobre sus hombros, ligeramente rizado luce decorado con un par de broches brillantes. La imagen de la virgen que no alcanza el metro de altura, está coronada con oro y a sus espaldas lleva un resplandor centelleante. Observa a los feligreses desde su trono a la derecha de la imagen de San Pedro Apóstol con expresión de ternura, como respondiendo a las plegarias y cantos derramados por los fieles.
Las angélicas legiones
cantan con gran armonía
entonando dulces canciones
de las flores de Maria.
Refugio de pecadores
eres virgen soberana
te saludo entre las flores
antes de romper el alba.
Las voces femeninas entonan los cantos y la banda las acompaña al final de cada estrofa ahora desde el atrio.
Mientras tanto, afuera se preparan dos mesas con pan dulce, canela y rompope para ofrecer a los asistentes.
-Alabemos y demos gracias en cada instante al santísimo y divino sacramento-Finaliza el Rosario y la gente se encamina a la salida del templo al encuentro de las ollas de canela humeante.
La banda comienza a entonar valses y los fieles comparten la canela entre breves conversaciones.
-Esta fiesta es de mujeres- dice una de las colaboradoras.
Cada día del novenario está asignado a una encargada que tiene ayudantes, pues hay que pagar la pólvora de los fuegos artificiales, las flores del templo, la música, las misas y los alimentos que se ofrecen en el rosario y la comida para los músicos.
La mujer encargada, pagó cuatro mil doscientos pesos por los cohetes de la misa de función.
Muchos cargos se heredan o “se pasan” cuando económicamente no es posible cubrir los gastos.
A Celina Robledo Valencia le dijo su mama:
-Ya eres mayor de edad ya te voy a apuntar para ayudar-
Zaira Ramírez Reynoso es ayudante desde que aún estaba en el vientre de su madre, cuando la encargada le dijo -Si es niña, se la pido desde ahora-.
***
A las doce del día ocurre un acto solemne, la Misa de Función armonizada por el mariachi y los asistentes ataviados con el estreno o las prendas más elegantes.
En este lugar, la explosión de un cohete en medio del celeste cielo equivale a un estallido de alegría muy dentro del corazón.
***
Fidela Garate, lleva sesenta años arreglando el carro donde se lleva a la imagen de la virgen en la procesión.
-Dicen que esta fiesta es de mujeres pero también los hombres ayudan-
Me dice mientras observa cómo sus ayudantes, (entre ellas, un hombre) terminan los detalles del carro donde irá la imagen.
Ella con un pequeño grupo de mujeres ha comprado cortinas y telas para decorar el vehículo que lleva por las calles la venerada imagen. Tenía veintidós años cuando le encargaron esa misión.
Ese cargo es una responsabilidad que le da orgullo, más también hay que asumir los gastos, pagar la pólvora que se utilizará en el recorrido que cuesta unos ocho mil pesos. El cobro por las flores del templo llega a nueve mil pesos. Para la procesión el pago de la danza es de seis mil pesos y seis mil más por la banda de guerra.
Desde que era niña, Fide recuerda la fiesta de la Asunción, no había plaza, sólo un tubo de metal en el centro de un espacio despoblado en donde hoy se coloca la plaza; ahí la gente ya se reunía al anochecer y la banda tocaba, recuerda que era la banda de San Cristóbal. No había energía eléctrica y la serenata se llevaba a cabo iluminada por lámparas, aparatos de petróleo y hasta lumbradas.
-Mientras Dios nos deje tendremos ayuda. Dice confiada cuando hablamos de números.
El carro está listo, un enorme ramo de nardos decora la plataforma de la camioneta forrada con un fondo azul satinado y cortinas plateadas. En el respaldo lleva una estrella al fondo y dos franjas de tela plateada plisadas en los lados. Dos adolescentes están vestidas de ángeles y suben al vehículo con sus impecables túnicas celestes y una corona de flores blancas en la cabeza. Ellas custodiarán la imagen en el recorrido.
En la plaza los danzantes ya se preparan, se colocan los detalles de los trajes. Un mariachero se acomoda el moño y se mira el peinado por el retrovisor de una camioneta.
Ya son las seis de la tarde y aunque el Señor Cura Carlos Enrique dijo en la homilía que no habría procesión como cada año, debido a la contingencia sanitaria por el COVID, la gente se acerca para acompañar a la imagen.
-Animo muchachos que se vea la religión- dice un mariachero a otro
Y comienza la procesión.
En el recorrido de una hora y media se van sumando más personas, adultos y niños.
En algunas casas se detiene la procesión y los adultos mayores o enfermos, pueden contemplar a la pequeña imagen. Un muchacho arranca un nardo del ramo y lo entrega a una mujer que mira absorta la imagen, un hombre mayor desde un balcón observa con un fervor casi al punto del llanto.
A la mitad del peregrinar, subimos a la carretera, los monaguillos desfilan con sus ropajes color crema que se mueven con el aire que dejan los coches avanzando por el carril derecho.
El asfalto que hace unos minutos lucía repleto de autos es ahora el escenario de un danzante que desliza su estilizada figura al sonido del tambor y el caracol. Los cuerpos con los coloridos trajes y penachos de plumas brillantes aparecen barnizados por el sudor de más de una hora de movimientos dancísticos.
Pasan las siete de la tarde y el sol muere en los montes como en el vals de Macedonio Alcalá (Dios nunca muere) que entona el mariachi, en medio del asfalto, ahora vacío de carros y lleno de cánticos y fe.
San Pedro Tesistán, 15 de Agosto de 2021
Santiago Baeza.
Por Santiago Baeza.- El gobierno federal, con Andrés Manuel López Obrador a la cabeza, impulsó una absurda y costosa consulta popular, en la que se incluyó una ambigua pregunta, supuestamente para determinar si los ciudadanos estamos de acuerdo en que la autoridad investigue presuntos crímenes cometidos por los expresidentes Salinas de Gortari, Zedillo, Calderón, Fox y Peña Nieto.
Resultó ser un fiasco. De entrada, la Suprema Corte de Justicia de La Nación cambió la redacción original, pues dicha consulta no podía ser dirigida a ningún individuo en particular, así que finalmente se determinó cuestionar al elector si estaba de acuerdo en que se lleven a cabo acciones legales, para emprender un proceso de esclarecimiento de las decisiones tomadas por “actores políticos” en el pasado (¿?). En pocas palabras, el gobierno federal puso a consideración de los ciudadanos la aplicación de la ley y la justicia.
A pesar de las enormes restricciones presupuestales y de la dificultad para conseguir los suficientes funcionarios de casilla debido al desinterés social, el Instituto Nacional Electoral logró llevar el proceso con éxito. Por ejemplo, en el distrito 17 que tiene su cabecera en Jocotepec y en el que se incluye el municipio de Chapala, logró instalar ciento sesenta y nueve casillas, las cuales recibieron a los electores que sí decidieron participar.
Sin embargo, esta consulta basada en el resentimiento y la aplicación selectiva de la ley resultó muy poco atractiva. Apenas participó un siete por ciento del electorado nacional y en este distrito, poco más del cuatro por ciento. Y aunque el muy obvio “sí” arrasó, el nivel de participación quedó lejísimos del porcentaje mínimo requerido para hacer vinculante el resultado, es decir hacerlo obligatorio.
López Obrador se quedó como novia de rancho, vestido y alborotado con la celebración de su consulta. Rencoroso como es, entonces arremetió contra la prensa y los partidos políticos de oposición, pero en especial contra el INE, organismo al que detesta debido a su independencia e imparcialidad frente al poder.
Una vez más, azuza a sus seguidores y utiliza a sus más aguerridos personeros para amenazar a los consejeros electorales con someterlos a un juicio político por no estar con él, mientras que utiliza el púlpito mañanero para anunciar reformas que modifiquen la ley, con miras a crear un instituto electoral a modo y sumiso a sus muy particulares intereses políticos.
No hay nada más peligroso para nuestra democracia en vías de desarrollo y consolidación, que un porro, un agitador, un embustero, utilice el poder que le confiere el Estado y su capacidad de manipulación de hordas de fanáticos que confían ciegamente en él, para erosionar las instituciones autónomas del país con el fin de apropiarse de ellas. Si el INE cae en sus manos, caerá el sistema de partidos, el equilibrio de poderes y el derecho ciudadano a elegir en libertad.
Nos corresponde a los ciudadanos defender nuestra democracia y sus instituciones. Alzar la voz y hacernos escuchar desde aquí y hasta Palacio Nacional para que allá entiendan que no estamos dispuestos a entregar de nueva cuenta nuestro país a un solo grupo político, mucho menos a un solo hombre.
Alimento preparado en días anteriores para el comedor. Foto: Ana Martínez Antolín.
Sofía Medeles (Ajijic, Jal.)- Miembros de la Iglesia Presbiteriana Little Chapel by the Lake –ubicada en Riberas del Pilar-, en conjunto con la Asociación de Niños San Antonio S.A, invitan a la gente a colaborar en la preparación y repartición de alimentos, como parte de las actividades del nuevo comedor comunitario en DIF Ajijic.
La propuesta es para estudiantes que estén en servicio, así como para personas que gusten sumarse a apoyar. La elaboración de la comida se realiza en Little Chapel by the Lake –que cubre los tres días del comedor, martes, miércoles y jueves- y la repartición es en Ajijic, como punto de partida el DIF de la delegación.
Para más información, o para sumarse al voluntariado, es al teléfono 33 1744 5812.
La pintura por parte de Francisco Javier Moreno Ibarra y fotografía de Felipe de Jesús Moreno Ibarra.
Maria del Refugio Reynozo Medina.- La Casa de Cultura Jocotepec se pinta de colores. A las siete de la tarde, hora de la cita, hay ya cerca de cincuenta personas reunidas en el recinto para presenciar la pintura y fotografía de los hermanos Moreno. El escenario está preparado con luces y micrófonos, para los artistas del taller de guitarra a cargo del maestro Juan Aguilar, ocho jovencitos (niñas y niños) que también esta noche participan.
Ante los poco más de cincuenta espectadores que se logran reunir quince minutos antes de las ocho de la noche, Gabriel Noé Reynoso Hermosillo; Director de Arte, Cultura y Tradición de Jocotepec, realiza la inauguración del evento y los expositores hacen el corte de listón.
La pintura por parte de Francisco Javier Moreno Ibarra y fotografía de Felipe de Jesús Moreno Ibarra.
– Espero gocen verlas lo mismo que disfruto capturarlas-. Dice Felipe, mientras que Francisco Javier se dirige al público sin micrófono con un “gracias” y cede el espacio para la contemplación de las imágenes.
El grupo de guitarristas arranca con Cielito lindo, y los corazones se alegran al recorrido visual por las imágenes que brotan de los lienzos y el papel.
“Observo la vida, observo los rostros”.
La pintura de Francisco Javier Moreno Ybarra
Los muros blancos se decoran esta tarde con el óleo que dibuja la torre del templo del Señor del Monte, un paisaje campirano, un bodegón con coloridas manzanas. Ahí están los rostros de Juan Pablo Segundo, de la Gioconda. Lo mismo aparece un gallardo torero, el cuerpo musculoso de una meretriz, o Bonaparte montado en su blanco caballo. Las imágenes religiosas están presentes en esta colección de pintura, el Señor del monte y la Virgen de Guadalupe.
Para reunir esta serie de cuarenta y cinco piezas han sido necesarios cinco años de trabajo de Paco, quien comenzó a pintar con la asesoría de un compañero de trabajo cuando laboraba en el Banco. Su papá era saxofonista de la orquesta de música de San Cristóbal y en su contexto familiar había un interés por las manifestaciones artísticas. También trabajó en una ferretería y entre cliente y cliente pintaba. Primero hizo paisajes, luego pintó el Divino Rostro y siguió con Retrato.
Hacer un retrato de 20×30 dedicando todo el tiempo completo en ello, le lleva diez días.
Cuando trabaja gusta de hacerlo con música instrumental o clásica, los tres tenores son sus favoritos. En total, tiene en su haber trescientas obras, algunas pocas las ha vendido entre sus amigos y conocidos. La pintura que más le gusta es la que realizó del Señor del Monte, también la serie que hizo de los personajes del Chavo del ocho.
-La gente no valora y es difícil que compren un cuadro-, dice
Esta ocasión es la primera oportunidad que tiene de exhibir su trabajo en un lugar dedicado para ello.
“Me gustó como se veía la realidad a través de la lente”
La fotografía de Felipe de Jesús Moreno Ibarra.
Los oscuros muros de madera se tiñen del guinda profundo de un obelisco; el impecable blanco de una campanilla, aparece sobre la negra base de la mampara.
Los amaneceres tiñen de rojo las paredes del recinto. Hay paisajes citadinos y campiranos. Retratos de mujeres y pasajes de la vida religiosa.
La foto de un niño que acaricia amorosamente a un perro oscuro.
Son 37 fotografías de 6×8, entre ellas hay en blanco y negro, pero la mayoría son a color.
Felipe lleva veinte años capturando imágenes.
-El culpable fue otro de mis hermanos que cuando íbamos al cerro me dio a cargar una cámara-
Cuando miró a través de la lente, la realidad le maravilló y ahí comenzó el gusto.
Sólo tomó un taller de fotografía que alguna vez ofrecieron en la escuela preparatoria, fue en el año ochenta y cuatro, el curso estaba avanzado y cuando se enteró comenzó a asistir.
Le gusta mucho madrugar para capturar los amaneceres que ofrecen un espectáculo de colores.
-Así vaya diario y me pare en el mismo lugar, la realidad es distinta, es impresionante-
Para conseguir las imágenes hay que perseverar media hora, dos horas. Aunque la mayoría de fotografías que hoy se exponen son a color, le gusta mucho el blanco y negro porque piensa da a la imagen más dramatismo. A veces la gente no valora lo que implica fotografiar y no hay muchos clientes para comprar retratos. El costo de una fotografía de 12×15, es de 500 pesos.
Una de sus imágenes favoritas es “Amor Puro” que muestra a un niño afuera de una vivienda de adobe sobre el piso empedrado abrazando a un perro cual preciado juguete mientras el can se deja querer.
-Hace mucho vine a una exposición y el fotógrafo mostraba el cielo con colores morados y dije, este está loco-
Y luego se convenció que la vida real se pinta de todos colores.
El ingreso tenía un costo de 100 pesos por persona.
Por: Maria del Refugio Reynozo Medina.- Cuando éramos niños, mis primos y yo desafiando las restricciones de los adultos jugábamos con lodo, hacíamos pasteles de “chocolate”. Este día, hombres y mujeres se reúnen en busca de enlodarse.
El letrero fluorescente colocado en los cruces de la calle Cristóbal Colón y Vicente Guerrero Oriente de Jocotepec, anuncia “Evento de lodo 4X4”, que desde las once de la mañana comienza a convocar a los primeros asistentes y la fila de autos, motos y remolques cargados de cuatrimotos que se encaminan hacia la orilla de la laguna sigue creciendo.
Se llega por una vereda angosta en medio de solares y sembradíos de maíz. En un tramo, alcanzan dos vehículos y más delante ya casi para llegar al sitio, sólo cabe un auto, y uno de ellos debe esperar.
El ingreso (que está delimitado sólo por el muchacho que carga el block de boletos y una mesa desarmable de metal ocupada por tres señores bajo un guamúchil), está custodiado por una patrulla municipal y una pareja de oficiales que vigilan el paso de los automotores.
Cien pesos por persona es el costo para llegar al lugar; ahí hay al menos un centenar de vehículos estacionados a unos doscientos metros del escenario que es la orilla de la laguna; mientras que en la pista de lodo hay ya una decena de autos (carros raiser, cuatrimotos, motocicletas, camionetas)
Un camión de bomberos y personal de protección civil están presentes.
Las muchas veces solitaria orilla de la laguna, está hoy a su máximo nivel, hay más de quinientas almas presenciando el espectáculo, que consiste en acelerar en exceso los motores y avanzar serpenteando sobre el piso lodoso para quedar forrados de lodo; vehículo y conductor cuál esculturas de bronce. El recorrido incluye frenadas intempestivas y zigzagueos frecuentes para esquivar a los otros choferes, como los carritos chocones de las ferias.
En la pista coinciden hasta diez que quieren demostrar sus habilidades y la potencia de su motor en un vaivén de sálvese quien pueda, pues la línea que delimita la pista es imaginaria.
Unos muchachos de un raiser pasan acelerando el motor mientras se escucha un reguetón al interior y beben cerveza.
-¡Ah puto!- Les grita un hombre a un grupo de cinco chavos que pasan a toda velocidad mientras su moto se va de lado y los tripulantes están a punto de caer al piso, pero se incorporan y continúan “rápidos y furiosos”.
Una Chevrolet blanca que ya no se muestra tan blanca, pasa a gran velocidad y entra y sale del agua mientras sus tripulantes cantan una canción de banda y tres muchachas con lentes oscuros van sentadas atrás la caja del vehículo.
-Me la pelan- , dice un letrero trazado con los dedos sobre la gruesa capa de lodo en la puerta derecha de una camioneta, mientras los tripulantes escuchan música con volumen fuerte.
Dos chicas morenas con diminutos shorts dejan volar su melena subidas en la caja de una camioneta que a su paso avienta una lluvia de lodo a los mirones. Una moto conducida por un hombre avanza y un pequeño de unos cuatro años viaja en medio del hombre y la mujer.
Hay un niño y una niña que tienen preocupada a la señora de al lado.
-Ay esos niños- dice. Los pequeños de unos ocho años, están a la orilla amasando bolas de lodo y solo se retiran y corren cuando escuchan el ruido del motor cercano.
-¿A qué hora termina esto- pregunta alguien. –Hasta que ya no se ve-.
El boleto de ingreso a la laguna exhibe un folio y una advertencia:
“Los organizadores del festival 4X4 en lodo no se hacen responsables por daños que se generen dentro del evento, ya que cada conductor es responsable de su vehículo y su integridad física. No nos hacemos responsables por lesiones causadas por algún vehículo u otra contrariedad, ya que es responsabilidad propia de los asistentes a este evento”.
Hay un bloque de cuatro baños portátiles azules. Cada vez que se necesita entrar hay que pagar diez pesos.
-Te dije que mejor hicieras en la orilla, yo te tapaba, además quien te va a volver a ver-, le dice una mujer joven a su acompañante que luego de recibir sus respectivos cuadros de papel higiénico, entra.
El terreno está cubierto de toldos y sombrillas de playa que los mismos asistentes traen cargando en sus camionetas. En el lugar también hay puestos de tostadas de ceviche, tacos de barbacoa, cantaritos y bebidas alcohólicas; una michelada cuesta noventa pesos. Un señor bebe un tequila y en su mesa plegable que trajo consigo, reposan otras botellas.
-Por dejarnos pasar el 24 de ampolletas pagamos cien pesos-, dice otro hombre, mientras da un trago a la botella.
Un grupo de personas, trajo un asador, dos hombres vigilan la carne mientras “echan” un ojo a las carreras de los motores a metros de distancia. Otra familia trajo un disco y en medio de abundante aceite se fríen unas alitas de pollo. Comienza a pintarse el suelo con el verde de las botellas vacías y de plateado con las latas de cerveza arrojadas al piso. Los platos blancos de unicel con restos de comida también comienzan a aparecer tirados.
Uno de los toldos más grandes, blanco, sin insignias alberga una torre de electrodomésticos, que “se rifan” mediante un sofisticado juego de canicas que se lanzan en un tablero de madera perforado y numerado para sumar puntos que lleguen al cien, las primeras dos “tiradas” son de cortesía y si no se llega a los puntos para conseguir un premio, las “tiradas” adicionales cuestan veinticinco pesos cada una. Hay unos muchachos que lanzan el puño de canicas y cuentan, cuando agotan las oportunidades de cortesía pagan el siguiente, pero en el juego, también la suerte lleva a retroceder, y a veces cuando se está cerca de la meta, el “tiro” cuesta el doble.
-Esto es pura robadera-, les dice un hombre, y se lleva a los muchachos a regañadientes.
Hay también un puesto de playeras, las más pequeñas para niños cuestan doscientos cincuenta pesos y las de adulto trescientos cincuenta pesos.
Un muchacho acompañado de un niño camina vendiendo donas a veinte pesos cada una. Una mujer dice –, Pues de qué están hechas-
Entre toldo y toldo, se mezcla la música salida de alguna bocina o de los estéreos de los autos y la voz de “El Gallo” Elizalde se mezcla con la del vocalista de un conjunto sierreño. La gente sigue tomando, a las cinco de la tarde, los ánimos se calientan y los motores también. El humo invade la atmósfera y el incesante ruido de los acelerones se mezcla con la conversación y las risas de los observadores que resisten la jornada bebiendo de sus vasos.
Vendedor de Semanario Laguna.
Por: Maria del Refugio Reynozo Medina.- Josué, un joven de 22 años es el mayor de tres de los voceros, que llevan la noticia impresa del semanario Laguna a los que aún aman leer en papel.
El día comienza con rastros de lluvia, me encuentro con Domingo Márquez, Director General del medio. A las nueve de la mañana coinciden en las oficinas del semanario en el Centro de Ajijic, los jóvenes voceros para recorrer sus rutas con los ejemplares impresos.
Cuando Josué empezó con la misión de llevar los periódicos a las calles no encontró buena respuesta, la mayoría de las casas lo rechazaban, luego comenzó a anotar en un cuaderno a las personas que sí le compraban, hasta trazar la ruta que recorre cada semana.
El viernes en Chapala, desde alrededor de las nueve de la mañana hasta las cuatro de la tarde en que reparte hasta cien periódicos.
La otra ruta es en Jocotepec a donde se va también en la mañana y vuelve después del mediodía. Por ambas rutas puede ganar desde cuatrocientos hasta quinientos pesos, dependiendo de las ventas.
-Cuando vendo es lo más chido, también cuando les digo la noticia y se emocionan.
Para Josué, poder llevar la noticia es motivo de orgullo.
-Se me otorga un poder muy grande
Antes de vender el periódico, Josué lo lee para poder contar a sus clientes las noticias más relevantes, a los que aborda con una expresión de seriedad y un eslogan creado por el:
“Laguna, su periódico de confianza”
Iván es otro emisario de la noticia desde que tenía doce años. A la vez que estudiaba la secundaria era repartidor de los periódicos, y hoy sigue combinando su gusto por repartir la noticia en las calles con la escuela. Desde hace cuatro años cumple con la misión de llevar casa por casa la nota impresa; llega a vender hasta cincuenta periódicos. A veces le preguntan desde adentro de las viviendas: “¿Es El Charal?”, refiriéndose al periódico El Charal extinto hace unos diez años fundado por Héctor del Muro.
Dante es el tercero de los voceros, está por comenzar el bachillerato, quiere ser maestro y programador, para él vender el periódico más que un trabajo es una oportunidad para recorrer las calles de su pueblo y descubrir muchas veces parientes lejanos. Por cada periódico que vende gana tres pesos, con los que ha podido comprarse su consola de videojuegos, ayudar con el gasto a su familia, y comprar en ocasiones su propia comida, además de que ya aprendió a cocinar dice orgulloso.
Con su paquete de cincuenta periódicos, emprende el camino por las calles del centro. Domingo Márquez y yo vamos con él y caminamos a su paso.
-¡El periódicooo!- dice con voz fuerte y se asoma por la ventana de la primera casa, aparece una mujer adulta de pelo cano con gafas y con paso lento acude hacia la puerta, antecedida por el ladrido sordo de un perro; toma el impreso y regresa con su lento andar y el periódico en las manos.
-¿Viene bueno ahora?- pregunta un hombre desde dentro de un local.
-¿Qué trae ahora?- dice otro.
-Mis clientes muchos ya no caminan, no tienen celular ni internet para leer- me cuenta Dante.
Llegamos a un local de pollos fritos, detrás del mostrador no hay nadie. Hay un radio encendido y la voz de Joan Sebastian hace competencia al grito de ¡periódicooo! que por más que se repite nadie aparece.
Seguimos avanzando.
-¿Cuánto cuesta?- dice una mujer detrás de los barrotes de la puerta.
-Ya subió, antes costaba catorce- se responde ella misma.
-No está el que lo compra- dice una señora mayor en otra de las viviendas.
-No completo- dice la mujer de al lado de la tienda-. El sábado me lo paga.
“Hoy rico pozole” dice un anuncio escrito a mano afuera de una casa, y una olla vaporera cuelga del marco de la puerta.
Seguimos el recorrido buscando más lectores, cuatro horas a pie tocando puertas, saludando, intercambiando pláticas y dando un avance de las noticias del día.
Con la pandemia, muchos lectores dejaron de comprar el periódico, la venta de unos sesenta y cinco ejemplares llegó a reducirse hasta treinta y cinco.
Para hacer posible la noticia, trabajan reporteros, correctores de estilo y editores, colaboradores externos también. El costo semanal para producir Laguna, es de dieciséis mil pesos. El tiraje del semanario es de 1500, los ejemplares que quedan, los donan para reciclaje y uno de ellos va a la hemeroteca.
Para recuperar los costos que conlleva un medio impreso, los esfuerzos son grandes, la publicidad es muy importante. Un anuncio de media plana cuesta mil quinientos pesos, la contraportada seis mil pesos y trescientos cincuenta pesos un octavo que es la publicación más pequeña. En alguna ocasión, el Director de Laguna ha tocado puertas para vender los periódicos que se están quedando.
Para los muchachos vendedores de periódicos, los lectores tienen rostro, hay veinte suscriptores, además de los hombres y mujeres adultos mayores que son sus fieles compradores.
Los voceros, representan el último eslabón de una cadena de esfuerzos para llevar la noticia impresa a los lectores de papel, así llegan las letras, a fuerza de los pasos andados por las calles, de manos de los jovencitos que mientras llevan los periódicos no trabajan, sino que caminan la vida.
Ajijic. 10 de julio de 2021
Santiago Baeza.
Punto Niza, el desarrollo inmobiliario ubicado en la zona oriental del cerro de Lourdes en Chapala, es una bomba de tiempo. Con dos órdenes de suspensión definitiva y básicamente todos sus vecinos en contra, este exclusivo (y excluyente) fraccionamiento privado sigue en construcción, con el sospechoso aval de la autoridad municipal.
Muchos son los problemas que los quejosos señalan sobre este proyecto que realiza la empresa Urbanizaciones 3H, propiedad de Eugenio Horn, de los cuales, por razones de espacio sólo hablaré del más grave.
Antes de ser modificado, el terreno en el que se desplanta la obra era atravesado por un arroyo de temporal, que hasta hace poco tiempo era propiedad pública, es decir, del ayuntamiento de Chapala. Sin embargo fue privatizado y literalmente mutilado.
Ese arroyo tenía básicamente dos usos. En temporada de secas servía como un conector peatonal para que los vecinos del barrio del Tepehua pudieran bajar directamente hacia la carretera. Hoy una inmensa barda de piedra les impide el paso y les manda un mensaje contundente: el actual gobierno local no está para defender los derechos de los más necesitados, sino para venderse a los intereses de los más ricos y poderosos.
En época de lluvias el amputado arroyo servía para darle cauce a los escurrimientos pluviales propios del temporal y así evitar inundaciones y daños a las construcciones ya existentes, en un terreno de por sí riesgoso, debido a que en esa zona se ubica una falla geológica y un río subterráneo de aguas termales.
Por si eso fuera poco, estudios de mecánica de suelos que los propios vecinos pagaron con sus recursos para presentarlos a manera de prueba en sus múltiples denuncias, demuestran que en su composición geológica predomina un material denominado arcilla expansiva, y como su nombre lo indica, se trata de un mineral que al humedecerse se expande, provocando movimientos en la tierra que someten a las construcciones a un mayor riesgo.
Deforestación, eliminación de arroyos y dragado de declives a varios metros de altura en esa delicada montaña cuya composición geológica reacciona a la humedad, representa una ecuación cuyo resultado implica la posible pérdida de millones de pesos y hasta vidas humanas. Aún así, la dirección de Planeación Urbana del ayuntamiento de Chapala otorgó el permiso correspondiente, hay que decirlo, en la pasada administración.
Sin embargo, la presente autoridad municipal se mantuvo en la misma posición, no sometió a revisión el proyecto y lo más sorprendente es que ha hecho caso omiso a las suspensiones judiciales promovidas por los afectados. Obvio, su actitud resulta por demás sospechosa.
Expertos en este tipo de temas y que además conocen a la perfección el asunto, coinciden en lo que ellos consideran un evidente caso de corrupción en el que estarían implicados, tanto la empresa constructora como el propio ayuntamiento de Chapala.
Ponen como ejemplo la negativa por parte del ayuntamiento, a facilitarles copia del proyecto ejecutivo que la empresa debió entregar al gobierno municipal como parte obligada del trámite para la obtención del permiso y que dicho sea de paso, se considera información pública.
De hecho, se sospecha de que el ingeniero Gilberto Chairez Muñoz, actual director de Planeación Urbana en Chapala, habría sido contratado por Urbanizaciones H3 para elaborar el proyecto ejecutivo. Debido a que su firma es la que aparentemente lo hace responsable, este probable “juez y parte” estaría incurriendo en un evidente conflicto de interés. Bien haría la autoridad municipal en hacer público el documento, si es que le interesa desmentir el rumor.
Los tamales son toda una tradición.
Martín Reyes cavó la tierra un día previo, para lograr el hueco que albergara los tamales en la última noche del año. Desde pequeño, veía cómo los pobladores se reunían alrededor del gran horno en pleno suelo, para sepultar los tamales y dejarlos dormir toda la noche al calor de las piedras ardientes. Por eso se llaman tamales de piedra.
Estamos en el último día del año del 2020. Allá, al fondo de su terreno, trabajó ayer durante seis horas removiendo la tierra hasta lograr un hoyo de metro y medio de profundidad y lo mismo de diámetro. De una redondez perfecta, con sus lisas paredes marcadas por la barra, mientras la tierra húmeda descansa al lado en forma de montaña.
La mujer de Martín ha convertido este solar en un enorme jardín; a la entrada, hay unas macetas con flores de colores y en medio una gran enramada de jazmines con una enredadera de campanillas de un morado encendido, que invitan a colocarse debajo.
En un extremo hay una maceta rebosante de malvas de un rojo profundo como la granada, unos lirios de los que se ven en cuaresma, rayados con rojo y blanco, se asoman en el centro. La guía de un chayote se sostiene de un cerco de alambre y cuelgan de sus ramas los frutos de verde brillante. Un vástago que ya presume sus pencas colmadas de plátanos está colocado al lado del pozo recién cavado.
A las tres de la tarde se enciende el fuego, Martín coloca un montón de pasto seco en el fondo, recuerda que antes era un zacate especial, le llamaban zacate de casa, porque era el que se colocaba en los techos de las casas y lo iban a buscar a “El llano”; ahora usan el que crece ahí en el terreno y de un cerillazo comienza la llamarada que será alimentada por leña durante unas cuatro horas; para ello fueron necesarios dos viajes de leña en una camioneta, también es necesaria la solidaridad comunitaria: a veces hay muchos ayudantes, a veces pocos, a veces nadie; una mujer le ofreció llevar unos refrescos para los colaboradores, pero esta ocasión Martín cavó solo. Después vino la ayuda: Jesús Alonso trajo leña. El costo de una camionada de leña es de trescientos pesos, cuando es un pozo más grande se lleva hasta tres cargas, pero aquí es la suma de voluntades sin cobro, sin otra paga que la de compartir la conversación alrededor del fuego y el fruto de todo el trabajo; Javier, Ramón y otros hombres se unieron a la tarea.
Así, el pequeño hoyo comienza a arder devorando insaciablemente con su enorme boca los gruesos troncos que una vez fueron árboles, hasta convertirlos en brazas ardientes. Las paredes de la hoguera lucen negras, como si tuvieran años a la intemperie.
Cerca de las siete de la tarde los hombres comienzan a acercar viajes de piedras con una carretilla: las rocas han sido cuidadosamente seleccionadas, son casi del mismo tamaño y porosas, porque si son lisas se resquebrajan y revientan.
Así, en ese proceso de espera y observación comienza a llegar más gente: Juan lleva una extensión para conectar unos focos una vez que se haga de noche, mientras en los hogares de las mujeres que han sido invitadas por el encargado del horno y los ayudantes, preparan la masa de maíz colorado, a la que solo le agregan sal y frijoles oscuros, cocidos enteros, amasada con el caldo de los mismos frijoles para finalmente vestirlos con la hoja de maíz.
Cerca de las ocho llegan las primeras mujeres, algunas acompañadas por niños, traen cubetas, ollas y cazuelas llenas de las ensartas de tamales. Se instalan bajo la enramada de las flores moradas y ríen. Llegan más mujeres conversando, son unas treinta. Una pequeña, acompañada de su madre, carga un muñeco envuelto en una cobija de rayas y observa con atención.
Al final nos hemos congregado cerca de cincuenta personas, la mayoría mujeres acompañadas de sus niños.
La turba humana se aproxima al pozo, una mujer grita:
—Las calabazas van primero, pero con eso de que ya los hombres no siembran, no hay.
Pasan de las ocho de la noche, el frío aprieta y entumece las manos, las rocas porosas colocadas hace cinco horas aparecen como brasas ardientes, una encima de la otra, en medio de la oscuridad. La luna nos observa rojiza, redonda, en medio del cielo azul marino. Allá afuera se escucha el ladrido de los perros, la música de una camioneta que pasa dejando la polvareda y truenos de los fuegos artificiales que los muchachos compran en las tienditas.
Las mujeres esperan, observan. Nadie quiere colocar sus tamales primero, solo cuando aparecen unas calabazas redondas con sus cuellos alargados. Los hombres cubren con hojas de vástagos la extensión del pozo, colocan una malla de metal y sobre ella las calabazas. En seguida, las mujeres se animan y comienzan a dejar caer las ristras de tamales, una sobre otra, de manera atropellada, buscando el mejor sitio. Los niños observan cada movimiento, las sartas tienen señales: un destapador, una abollada ollita de aluminio —cualquier cosa sirve de distintivo— un jarrito de barro, una taza, un exprimidor, un alambre, algo que permita identificar al día siguiente lo que es de su propiedad.
Se ha formado una montaña de tamales que pasarán la noche uno sobre el otro sepultados sobre las piedras ardientes. Los cubren con una enorme lona y comienzan a taparlos con la tierra. Colocan chiles en el horno y una cruz con dos ramas secas de árbol. Las mujeres comienzan a retirarse, en fila, una detrás de otra, con sus baldes vacíos.
Martín es el guardián y en medio de la noche dio unas vueltas para vigilar el horno.
Faltan unos minutos para las ocho de la mañana del primer día de 2021, ya empiezan a llegar las mujeres en-rebozadas, envueltas con abrigos y con baldes en el brazo. La puerta está cerrada, comienzan a congregarse afuera y conversan, tiritan de frío, pero se escuchan sus carcajadas. Adentro Martín ya está platicando con dos hombres al pie del horno con las palas en las manos. La montaña de tierra se siente tibia y despide humo.
Minutos después abren la puerta y entran las mujeres y los niños como en procesión, con algarabía, para recoger el fruto de todo el trabajo del día anterior y toda una noche de espera. Se colocan alrededor de la montaña y los hombres comienzan a retirar la tierra. Las miradas ansiosas se encuentran, se topan con las palas hundiéndose en la tierra, buscan el mejor lugar, se apoyan en una pierna, en otra, se colocan como soldados en posición a discreción.
Finalmente aparecen los tamales sudados, los hombres comienzan a tomar las ensartas como enormes rosarios que cuelgan de sus manos y cada una reconoce su señal, pues todos son muy parecidos, bien ceñidos con una cintura marcada por el mecate y unidos de los extremos. Colocan sus tinas y dejan caer las tiras humeantes.
Algunos le comparten al casero, una mujer extiende la mano y le ofrece a otra:
—Para que pruebes los míos.
Otra desprende un tamal, le quita la hoja y da su primer bocado del año a la tibia bola de masa salpicada de los granos oscuros.
Mientras eso sucede, el pozo se queda vacío, con las piedras en las entrañas aún calientes. Se vuelve a cubrir solo con unas ramas, porque muchas veces lo vuelven a encender el seis de enero y para esos días aún conserva el calor. A veces queda medianamente cubierto y se vuelve a descubrir al año siguiente y en ocasiones se cubre por completo y se vuelve a cavar en otro sitio.
Quién sabe cuándo comenzó esta costumbre de enterrar los tamales entre las piedras, dicen que este alimento antiguamente se lo llevaban los hombres cuando iban a trabajar al cerro y podía conservarse en perfecto estado durante toda la temporada. Lo cierto es que quienes se congregan en la “horneada” se cubren del aroma de la leña quemada que se les queda en la ropa, en el cabello, en la piel y hasta en el paladar, cuando dan el primer mordisco a esa bola rosada de masa que llena la boca de humo hasta hacerla entumecer.
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